La Susana de Artemisia, los viejos, el Ángel y nosotras

La Susana de Artemisia, los viejos, el Ángel y nosotras
Por:
  • linda_atach

Dedicado a Irinea Buendía, madre de Mariana Lima Buendía, víctima de feminicidio.

La milenaria historia de Susana, que data del siglo III A.C. (Libro de Daniel, Antiguo Testamento) es tan vigente, que conecta con una de nuestras dolencias más difíciles de enfrentar y erradicar: el cáncer de la violencia de género. Esposa del rico e influyente dignatario Joaquín, Susana es deseada por dos asiduos visitantes a su casa, un par de ancianos cegados por la lujuria. Una tarde, mientras Susana toma un baño, los ancianos la sorprenden e intentan violarla, ella se resiste y huye para después ser acusada de adúltera y condenada a morir apedreada. Lo que —por obra divina— sucede después, sale totalmente del esquema actual: Susana es reivindicada gracias a la justa intervención del profeta Daniel, quien al notar contradicciones en los argumentos de los acusadores, exonera a Susana y transfiere la condena a sus agresores, quienes finalmente son lapidados.

[caption id="attachment_989801" align="alignright" width="242"] Susana y los viejos (c.a 1610), de Artemisia Gentileschi.[/caption]

Como otros temas bíblicos y mitológicos, la historia de Susana sirvió de inspiración a los más grandes maestros renacentistas como El Tintoretto, Pedro Pablo Rubens y Paolo Veronese, y en un caso de excepción lo fue también para una de las pocas pintoras activas en esos siglos tan creativos, la dama del barroco, Artemisia Gentileschi. En un ejercicio comparativo es fácil identificar en los cuadros realizados por los varones a una Susana —casi cómplice de los viejos—, tímida, indolente, plácida, voluptuosa, de piel blanquísima y aderezada con una cabellera larga y rubia; bien distintas a la Susana del cuadro de Gentileschi, una mujer poderosa, bella sí, pero contestataria que se resiste al acoso de los viejos. No es difícil entender el porqué de estas versiones tan distintas: Artemisia Gentileschi expresa su frustración por haber sido relegada como artista e imposibilitada a acceder a las comisiones, derechos y beneficios de sus colegas varones.

Hace sentido conducir esta reflexión a lo sucedido el pasado viernes 16 de agosto en la marcha contra la violencia de género y la violencia policial. Indignadas por los casos de una joven de 17 años, presuntamente violada en Azcapotzalco por cuatro policías y una menor presuntamente abusada sexualmente por otro  en el Museo Archivo de la Fotografía. Más de mil 500 mujeres expresaron su frustración, impotencia y dolor por tanta vejación, por que los feminicidios hayan aumentado en un 150 por ciento en los últimos cuatro años, por la “aparición” de cada vez más y más cuerpos sin vida de mujeres y niñas mutiladas y violentadas pero sobre todo por la espiral de injusticia e impunidad que motivan el odio, la descalificación y la violencia de género, fracturas irremediables en nuestra sociedad y  nuestro país.

Lejos de enfatizar lo recién mencionado, muchas voces suprimen la avasallante realidad que inspiró la marcha y subrayan los daños a la Victoria alada que conmemora nuestra Independencia, mejor conocida y masculinizada como El Ángel. Es claro que los daños al patrimonio son una agresión a la nación, pero, ¿no lo es más el feminicidio de más de nueve mujeres mexicanas cada día? ¿Las  violaciones? ¿El abuso y la violencia tan enraizados en los imaginarios colectivos?

Hoy sentimos la misma frustración de la Susana de Gentileschi. La diferencia en este caso es que la solución no vendrá del cielo, no habrá presencia divina, ni profetas que hagan justicia.

Nos enfrentamos a una emergencia, tangible y terrenal.

No son los ángeles: somos nosotras, son nuestras vidas.

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