LA VIEJA GUARDIA

LA VIEJA GUARDIA
Por:
  • raul_sales

-¿En serio fue tan terrible?- preguntó solo por seguir la conversación, seguramente su padre se perdería en las evocaciones de “aquellos buenos viejos tiempos” que tanto le gustaba sacar a colación y a partir de ese punto, él podría seguir con su juego sin tener necesidad de voltear, a partir de los recuerdos de su viejo, podría silenciar su mic y asintiendo de vez en vez solo para mantener el relato vivo.

Otra vez lo había dejado en silencio, generalmente le seguía el juego y le narraba lo mucho que extrañaba abrazarlo y besarlo pero, sabía que no lo entendería, era una cuestión generacional, la siguiente evolución, los chicos post pandemia. No pudo seguir con la farsa. -Sí, fue terrible.- contestó antes de oprimir el botón finalizando la videollamada.

Asintió justo en el momento en que su padre colgó. Extraño, seguramente se le había cortado, no importaba, seguro le marcaría más adelante. Sin darle más importancia al asunto, dejó de lado el teclado, se puso la diadema y empezó a dar instrucciones a su escuadrón, siempre que empezaba a vocalizar se sentía como Ender y justamente hoy, eso le recordó la discusión con su padre de si la película del 2013 era mejor que la de ahora o la respuesta anacrónica de que los libros de Scott Card eran infinitamente mejores. Siempre defendía el irrebatible hecho de que solo los mejores libros se hacían películas, videos ilustrativos o audios de enseñanza y si esos eran los mejores, no tenía caso leer los que no lo eran. En fin, esa era una de las tantas diferencias con sus padres, bueno, de su generación con la anterior.

El juego estaba en un punto muerto, ambos equipos habían ido y venido hasta que se encontraron en una llanura y sin importar la estrategia seguida había que cruzarla y ambos tenían excelentes francotiradores que impedía hasta al más ducho, cruzar sin tener que terminar la partida viendo a los demás jugar y aburriéndose como ostra. Mentando la progenitora de sus adversarios, se levantó por un bocadillo, al fin, seguirían haciendo bailes absurdos por un rato tentándolos para que cruzaran y no, no lo harían, “Paciencia” exclamó por el mic y luego lo arrojó a la silla ergonómica mientras su estómago gruñía, las horas de juego le hacían olvidarse hasta de comer.

Posó el brazo encima de su esposa en el supermercado y sintió como se tensaba, no cruzó palabra con ella y aún así, con un suspiro de hastío, retiró el brazo sabiendo lo que deseaba.

-Es el colmo que uno no pueda abrazar ni a su esposa.-

-¡Shhhh! Sabes que no es eso, solo que no me gusta que me vean raro.-

-¿Por qué habrían de verte raro? No seas ridícula.-

-Sabes la razón. No te hagas.-

-Sigo pensando que es absurdo, que es una exageración. ¡Ya no hay pandemia! ¡Ya no hay virus! Ya no hay riesgo de nada desde hace años y aquí estamos, manteniendo un metro de distancia entre nosotros, saludando de lejos o con la maldita moda de besarnos los dedos y ponérnoslos en el corazón... ¡Carajo, un abrazo!-

-¡Así es! y la verdad, estas escenitas en el súper son bastante infantiles en un hombre de tu edad- dijo antes de dejarle con la palabra en la boca y alejarse a paso apresurado.

Las personas que pasaban a su lado lo veían y murmuraban, al principio pensó que lo habían visto discutiendo con su mujer y luego se dio cuenta de que su tapabocas estaba de lado dejando entrever los ahora “impúdicos” labios. Se acomodó el pedazo de tela decorativa con rapidez y con doble vergüenza, la primera por romper los códigos morales de la sociedad y la segunda por sentir vergüenza por la primera. Era anticuado o quizá terco pero, añoraba esos tiempos donde hasta de beso en la mejilla se saludaban dos perfectos desconocidos.

Mientras comía, se le ocurrió una estrategia simple y, esa simpleza podría destrabar el impase, con el sandwich colgando de la boca corrió hacia su cuarto, le dio una última mordida y lo tiró a .la papelera mientras se acomodaba el tapabocas, la diadema, abrió el mic pero, antes de hablar, lo pensó mejor y decidió hacerlo por chat para mayor seguridad, tenía que ponerse de acuerdo con su equipo, checó su horario y les mandó alerta para reunión virtual después de la clase obligatoria gubernamental por streaming. Odiaba la clase, todos sabían que era un intento muy malo de venderles los logros de un sistema que aún no terminaba de recuperarse y mucho menos, adaptarse de la debacle eco financiera social en que el mundo se había sumido hacía una década.

Era uno de esos días malos en los que parecía que se había levantado del lado izquierdo, en realidad llevaba años levantándose del lado izquierdo, desde su perdida de empleo por quiebra, su búsqueda de empleo que lo llevó a aceptar lo que fuera, su contagio de covid y la pérdida del nuevo empleo por no poder asistir, el estigma del contagio, el miedo a la muerte, la falta de dinero para hacerle frente a las secuelas. No entendía en que se habían convertido, los niños se acostumbraron a la falta de contacto y el aislamiento social, lo suyo se volcó a la virtualidad y mientras, su generación se quedó estanca entre el mundo antes de la pandemia y la paranoia luego moda de cubrirnos el rostro, de no tocarnos, de no estar en lugares abarrotados.

Le marcó a su hijo -¿Te subo la cena?-

-Ya comí un sandwich papá.-

-¿Quieres ver una película?-

-No puedo, tengo clase y luego tengo evento en el juego.-

-No me gusta ese juego, es muy violento.-

-Violento era tu realidad en tu juventud, esto es solo un juego, además me pediste que hiciera amigos ¿no?-

-Saliendo, paseando, viviendo.-

Escuchó a su viejo, otra vez con la misma cantaleta, estaba a punto de contestarle que eso estaba pasado de moda cuando vio una lágrima a punto de reventar y se sintió mal por su padre, nunca había aceptado que el mundo cambió, que le era desagradable el contacto, que se sentía desprotegido sin tapabocas, que no necesitaba poner un pie fuera de la casa y quizá lo más doloroso era que él, después de haber estudiado tanto, de su amplia cultura, de haber leído tanto, no ganaba ni la centésima parte de lo que ganaba él con sus videos de juego, él, un adolescente, pagaba gastos, costos y lo que desearan, quería a su viejo pero, no, no entendía el mundo en que vivían y mucho menos lo entendía a él.

-Pá, tengo un problema.- Vio como los ojos de su viejo se iluminaron ante la posibilidad de la utilidad.

-¿Necesitas ayuda?- Lo dijo en voz baja tratando de no sonar muy desesperado.

-Me vendría bien algo de estrategia militar de la vieja escuela.-

-¿Para?-

-El juego pá.-

-Cierto, claro, cuenta conmigo ¿Qué necesitas saber?-

-No es tan sencillo, tengo que conectarme a clase, sube y mientras dan la clase te voy explicando como se juega y de que se trata.-

-¿A tu habitación?- Tenía que preguntarlo, quizá no estaba entendiendo bien.

-Sí, cáele.-

-Voy.-

Su cuarto, no había entrado desde hacía mucho, su hijo era producto de un mundo que se volvió extraño, donde todos nos convertimos en extraños y extrañar no era bien visto. Él extrañaba a su hijo, acariciarle el cabello, comer juntos, ir al cine, extrañaba los viejos buenos tiempos, esos donde un abrazo era más que un emoticón, donde un apretón de manos era un pacto diario. Todo había cambiado, todo excepto él y eso lo relegó, lo apartó más de lo que todos se apartaban en sana distancia pero, lo más doloroso fue no ser necesitado ni siquiera por su familia. Sí, era raro.

Mientras subía las escaleras, las piernas le temblaban, estar en la misma habitación era para su hijo un acto de increíble apertura, el que le pidiera ayuda sabía que era solo para hacerlo sentir bien y no obstante, estaba dispuesto a demostrarle al rapazuelo que los de la vieja guardia tienen todo un arsenal de anécdotas y experiencias que valen mucho si se les pule con cultura. Aprendería el juego ayudaría a su hijo y quien sabe, quizá la extraña petición de hoy se hiciera un hábito, digo, si se había acostumbrado a los cubrebocas como accesorios de vestimenta obligatoria, quizá lograría que su hijo, se acostumbrara a estar con él. Temblaba... no de miedo... de alegría,