Las Claves

Las Claves
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  • carlos_olivares_baro

Stig Dagerman (1923-1954) es un escritor sueco poco traducido al castellano: en la fiebre creativa de la juventud (entre los 21 y 26 años) escribió cuatro novelas, cuatro piezas de teatro, una colección de noveletas, poemas, ensayos, cuentos, diversos artículos, crónicas y reportajes de corte político en la corriente anarcosindicalista. En 1952, dos años antes de suicidarse, publicó un texto desgarrador y hermoso que muchos consideran su testamento: Nuestra necesidad de consuelo es insaciable. Kafka, Rimbaud y Lautréamont merodean por sus abrevias textuales.

La isla de los condenados (Sexto Piso, 2016) circula en librerías de México por primera vez en versión castellana de Carmen Montes Cano. La crítica especializada considera esta fábula, aparecida en 1946, como la mejor novela de Stig Dagerman y, asimismo, una obra maestra de la literatura escandinava del siglo pasado. Siete náufragos atribulados ante la segura muerte en un islote desolado se convierten en metáfora de las secuelas de la Segunda Guerra Mundial: Dagerman traza iconografías habitadas por oscuros, recelosos y desvelados caviles de estas criaturas enfrentadas al infortunio. (“Cada vez más estrellas brotaban en la noche incipiente, dudosas de si quedarse o si desaparecer”).

Atmósfera marcada por una desesperada mirada que hace referencia a las turbaciones y zozobras presentes en la Europa del siglo XX: “La caída a través de la noche no era menos espantosa, pero se producía más lentamente, los enjambres de chispas que, en forma de estrellas, revoloteaban por la isla se elevaban despacio y podían observarse muy al fondo en una capa gris lechosa en la que se filtraban chorrillos diminutos como procedentes de una ubre gigantesca y escondida”.

Dos acápites: “Los náufragos” (La sed del alba, La parálisis de la mañana, El hambre del día, La tristeza del atardecer, La obediencia de la tarde, El anhelo del anochecer, Los fuegos de la noche) y “La lucha por el León”. Angustia compendiada en cabalgantes signos surrealistas desde resueltas acotaciones poéticas: “Ahora abre los ojos y ve cómo el horizonte vibra por encima del sol ya ido; unas últimas pinceladas de rojo resplandecen aún sobre el mar y en la cabellera de la muchacha inglesa que corre por la hierba donde la luz del crepúsculo lanza destellos como el rocío en unos tallos”. Tercera persona narrativa en abrazo de un sinuoso ‘yo’. Dagerman explora la proclive mudanza de los seres humanos a inclinaciones animales descarnadas y crueles. ¿Leyó William Golding a Dagerman para la escritura de El señor de las moscas (1954)? Los niños del novelista británico franquean la inocencia y se enclavan en el salvajismo; los náufragos de Dagerman disipan todas las posibilidades de ensueño: no hay asomo de ilusión en sus gestos, han perdido la noción de pretender. Una roca es su ‘Dios’. La isla de los condenados: despliegue escéptico, tempestuoso y autodestructivo de la orfandad que acosa al hombre desde siempre. Camus y Alain-Fournier merodean estos folios.