Murakami explora en nuevo libro el paso del tiempo y los deseos

Murakami explora en nuevo libro el paso del tiempo y los deseos
Por:
  • martha_rojas

Si pudiera pedir un deseo, ¿se atrevería? Ése es el dilema que el célebre autor Haruki Murakami expone en su libro La chica del cumpleaños, que, bellamente ilustrado por la artista alemana Kat Menschik, expone una suerte de reflexión acerca de la vida, la muerte y los deseos.

Una joven camarera tiene un mágico encuentro, al cumplir 20 años, con un hombre que promete realizar cualquiera de sus peticiones, como ser más inteligente, más bonita o rica

Mucho tiempo después, cuando ella se ha convertido en una mujer, esposa de un acaudalado empresario nipón, rememora aquel encuentro como si se tratara de un viaje en retrospectiva sobre las cosas y circunstancias que nos definen como personas. Al final se pregunta si pese a todo, en el fondo somos las mismas personas de siempre.

Si las circunstancias cambian, la lógica dicta, que, en efecto, las personas también. Sin embargo, Murakami plantea que la única manera de ver pasar el tiempo sin arrepentimientos es mantener la esencia que nos define como sujetos.

El Dato: El próximo 9 de octubre llegará a las librerías de México la nueva novela del japonés llamada La muerte del comendador.

Sin ser un libro que salga de las temáticas constantemente abordadas por el autor de Tokio Blues, o que sea especialmente distinto a los ya publicados, lo peculiar de este volumen, que agrupa dos relatos, es que integra una especie de posfacio titulado Mi cumpleaños, en el que Murakami diserta sobre su propio nacimiento y refleja aspectos cotidianos sobre su vida, sus gustos y para lo que él significa la muerte.

Acompañado de algunos de sus soundtracks preferidos, el autor menciona que lo único que hace especial una fecha de cumpleaños es haber logrado algo inaudito en la vida como superar la expectativa de vida o ser enteramente feliz

Fragmento

La chica del cumpleaños

El anciano abrió la puerta de par en par y ella empujó el carrito con la vajilla y la cena hacia el interior. Una alfombra gris de pelo corto cubría por completo el suelo y no era preciso quitarse los zapatos al entrar. Parecía más un despacho que una vivienda y se había acondicionado como un amplio estudio.

Por la ventana se veía, tan cercana que casi parecía que pudiera tocarse, la Torre de Tokio completamente iluminada.

Ante la ventana había un gran escritorio y, junto a este, un pequeño tresillo. El anciano señaló la mesita que había delante del sofá.

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