Un astro estalla en una pequeña plaza y un pájaro pierde los ojos y cae

Un astro estalla en una pequeña plaza y un pájaro pierde los ojos y cae
Por:
  • isai-moreno

Dilecto lector: nos acercamos a ti en mitad de esta selva de textos, librerías, editoriales, autoras, editores, narradoras, poetas y libros, para decirte bajito que entendemos que la exuberancia vegetal puede ocultarnos el bosque; pero que nosotros, desde estas páginas, intentamos desbrozar el terreno y señalar el movimiento cuentístico que late por debajo de la piel de esta tierra letrada, letra. Herida y proponemos esta Cartografía narrativa de un país en pedazos donde recogemos voces y texturas con la idea de obtener una muestra de lo que se cuece a lo largo y ancho de este país nuestro.

—Edson Lechuga, coordinador

 

Un astro estalla en una pequeña plaza, teclea en la máquina. Un astro estalla sobre alguien en una pequeña plaza. Alguien: para no citar a nadie en particular y sólo hablar del modo en que se colorea el cielo tras el estallido en la pequeña plaza. Que nadie ose corroborar lo tecleado. No es verificable. Como cuando se dice pequeña plaza sin tener certeza de su perímetro y astro sin conocer el caudal de una estrella fugaz. Nadie puede verificarlo. A veces es posible mecanografiar astro y plaza juntos. La escritora se sabe sentada ante la máquina. Mira emerger oraciones que apenas la satisfacen. Ella ante la máquina, y el astro artificial en la pequeña plaza. Para qué agregar fuego al fuego, hacerlo aparecer en el papel, cuando más arriba refulgen lumbres permanentes. Un tiempo. El espacio. Ella imaginando la situación dentro de la voz. Papel. Plaza. Máquina. Astro. Y el leve rumor de las teclas sobre el rodillo.

Apenas concentrada en sí se pregunta si su ánimo permite una afirmación. Tú eres escritora y escribes. Tú estás ante la máquina de noche. Y arriba, (a)fuera, llueven estrellas. Sólo tú debieras oír tu voz pronunciando la palabra estallido. Y saber o ignorar de astros o flores de fuego. Sólo tú puedes forzar la voz en silencio. Ser alguien ante el teclado de la platea, alguien a quien se revela la palabra astro-que-estalla como a otro se le revela el enunciado granada. Granada de fragmentación, teclea la escritora. Oye su voz, u otra voz que obliga a mantener viva la actividad mental en esa noche de estallidos. Flores de fuego o fuegos artificiales, o astros sobre una pequeña plaza con el reloj monumental al fondo, el aroma a pan recién horneado desde este extremo. Algodones de azúcar. La noche arriba.

Yo puedo imaginar mis propios pensamientos, teclea. Desliza la palanca de retorno del carro. Imagino mis pensamientos antes y después del estallido. Aún no lo demás.

Poco a poco la oscuridad y el silencio se tienden sobre la pequeña plaza. Astros se elevan al cielo. Olor festivo a pólvora por todas partes. Colores de luz. Ella sentada ante sus primeras palabras sobre la hoja en torno al rodillo de la máquina. Pausa para sacar el cigarrillo. No encenderlo aún, se dice. Continuar tecleando, teclea. Ella frente a la máquina. ¿Qué ruidos se suman a los de la pequeña plaza de noche? Bullicio. Clamores. Aplausos. Ella ante la máquina. Libros sobre la tabla empotrada en la parte superior. Un cuadro de Baudelaire a su izquierda. El cigarro aún apagado en su mano.

Qué bendición el silencio para forzarse a oír su voz pronunciando una palabra reciente. Sobre el papel, emanado de la cinta bicolor, el negro en uso, es posible la aparición de una nueva palabra. Pájaro. Ave dormida. En silencio sigue mecanografiando. Hay oscuridad sobre la pequeña plaza. Astros despidiendo luz. Un ave dormida, o quizá despierta, encaramada en el nido dentro de un hueco del reloj monumental en la pequeña plaza. La voz de la escritora, forzada a hablar en silencio, casi despide luz. Luz que ilumina la plaza pequeña en sus pensamientos. Hasta que ella misma se obliga a ver en la imaginación. Una trayectoria ajena surcando la oscuridad. Aún no es luz invasora. Luego, es pura claridad. Como la de un sol. El gran sol final.

¿Cuál oscuridad es preferible? ¿La de antes, la posterior al estallido?, teclea en la máquina. Hay que acomodar la postura ante la máquina de escribir. Dejar al lado el cigarro sin prender. Quedarse así por un momento. Imaginar más de cerca. ¿Qué clase de imaginación sobrevive a la razón? Escribe un-astro-va-a-estallar como se escribe la palabra granada. Un astro entre todos los astros artificiales. Entre la pólvora de fiesta. Luz a chorros. Ponche de mano en mano. Buñuelos. Celebración de Año Nuevo. Ésa es otra luz. Ése, otro astro. Una especie aparte entre los astros que pueden florecer en chorros de luz sobre una pequeña plaza. El pájaro ha saltado de su nido al percibir el objeto tirado al aire. Alguien corre tras lanzarlo.

La escritora permanece ante la máquina con los ojos cerrados, a punto de entregarse a ese manto de luz. Su mente silenciosa invoca la gente en la pequeña plaza. El ave arriba. El tic tac del reloj monumental. La pequeña multitud reunida en el conteo final del año que termina. Cuenta regresiva. El objeto próximo a ser sol cayendo a los adoquines. Teclea. Desliza la palanca de retorno del carro. Siete. Seis. Cinco. Tic tac. Cierra los ojos la escritora para no ser cegada por la luz. Se obliga a abrirlos. Hay que ver, teclea. Ver. Ver. Cuatro. Tres... Sólo ella escucha el silencio y esa luz irisada. Oye, como ha oído su voz. Clamor. Azoro de gente en la pequeña plaza. Gritos de los que corren. Otros se atropellan. Quienes no avanzarán más, yacen desgarrados sobre los adoquines del suelo de la pequeña plaza. Escucho y no quiero ver, teclea. Pero debo ver la penumbra sin límites que sigue a la luz sin límites, al instante violento de la luz.

Entonces duda. No todas las oraciones me están dejando satisfecha, se dice. Un astro. Un estallido en una pequeña plaza. Un pájaro. Eso debe permanecer.

Sus manos descansan sobre la cabeza. Respira con los ojos cerrados, fijos en el instante de luz como el del sol en su original estallido. Escucha el tumulto y el pánico. Ver. La luz que asciende desde el suelo, décimas antes del sonido estruendoso. El ave vuela asustada. El pájaro vuela. Ver lo que nadie más vio. El estallido. Los ojos del pájaro viendo el estallido en una pequeña plaza. El pájaro sin ojos. Ay, el pájaro cayendo.

Retira de la máquina el mecanuscrito y lo desecha.

Un astro estalla en una pequeña plaza, teclea en otra hoja. Un pájaro pierde los ojos, teclea. Un pájaro cae.

La escritora frente a la máquina de escribir. Arranca el papel asaltada por un desasosiego. Puntos no. Mejor conjunciones. Consumar una sola y afligida oración. Encender el cigarro ya. Aspirar un par de veces... Desliza en el rodillo del artefacto la hoja final, manchada en el centro por un cúmulo inadvertido de ceniza.