Colitis strikes back

El corrido del eterno retorno

Colitis strikes back
Colitis strikes back
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No existe nada que te proteja contra el Síndrome del Intestino Irritable. Ni tu mamá, ni las medicinas, ni la dieta, ni las yerbas.

Es un monstruo que habita en tus entrañas. Que un día despierta y como en “El Faro”, el cuento de Bradbury, se enamora de tus tripas. Cuando el monstruo duerme, quienes padecemos SII caemos en el más placentero de los olvidos. Incluso puede que nos abrace la sensación de nunca haberlo sufrido. Pero entonces se produce otro altercado y se desencadena un nuevo episodio.

No es culpa del picante, del alcohol, del gluten o del ibuprofeno. Es producido por el estrés. Su raíz es puramente emocional. Y en tiempos de pandemia el clima es más que propicio para que el monstruo emerja de las profundidades.

Una tarde que andaba de languciento se me ocurrió comerme una manzana. Es un fruto astringente. En teoría no corría peligro de ningún tipo. De haber sospechado lo que pasaría me habría comprado unos Doritos con un chingo de salsa y jugo de la lata de jalapeños en conserva. No me hubiera puteado tanto. Al terminarme la manzana el efecto fue inmediato. Un dolor en el vientre me dobló en dos. Literal, fue como si hubiera recibido un karatazo.

Mi primera reacción fue correr a urgencias. Pero no pude dar ni dos pasos. Y como mi celular estaba en el cuarto, no contaba con la posibilidad de llamar al 911 o a un amigo. Desventajas de vivir solo. Me acosté en posición fetal retorciéndome del dolor. Sudaba como si acabara de aventarme una vigorosa cogida. Era tal mi necesidad de evasión que me dormí. Quince minutos después desperté y el ataque de colitis había disminuido hasta lo tolerable.

A partir de ese momento no he dejado de estar inflamado un solo minuto. Vivir distendido es mi religión. No existe nada más incómodo que traer el abdomen lleno de gases. Además del bochornoso meteorismo. Que es más chismoso que la mota. Parece uno la representación gráfica del Perrito Panzón. Pero lo peor es el jodido dolor que te aqueja segundo a segundo. Alcanza a cobrar tal intensidad que el temple comienza a reblandecerse al grado de que comienzas a sospechar que sufres cáncer de colon.

Lo peor es el jodido dolor que te aqueja segundo a segundo

El intestino se hincha tanto que comienza a empujar la vesícula. Si piensan que el dolor de muelas es insoportable les recomiendo que traten con éste. Es para espantarse. Así que lo primero que hice fue realizarme un ultrasonido. Sí, era el único hombre en la fila de puras embarazadas. Con todos mis resultados me fui a ver al gastroenterólogo con la mano en mi susceptible recto.

No era la vesícula, ni el hígado, ni el páncreas. Era la puta colitis. Salí de ahí medianamente aliviado. No tenía nada “grave”. Y con varias recetas. De las cuales no surtí ninguna. Me he vuelto inmune a todo. Al libertrim, libertrim alfa, alevian duo, flonorm, dimoflax, pemix. Tampoco me hacen el árnica, el cedrón, el cuachalalate, la cancerina ni el chaparro amargo. La única defensa contra el SII es la relajación. Pero no me fui a meditar, me puse una pedototota que hizo que se me olvidara por casi tres días.

Un lonche de carnitas con queso blanco me regresó a mi condición de damnificado intestinal. Fue el acabose. A partir de ese momento me propuse mantenerme alejado de los alimentos irritantes, ayudado de una guía. Nada de picante. Cero harinas. No grasas. Le bajé considerablemente a mi consumo de chelas. Tras varias semanas me percaté de que era inútil. La abstinencia no lo remedió. Y por otro lado me agrió el humor.

Fastidiado, llamé al doctor para pedirle que ya no se hiciera güey. Que por piedad me revelara el secreto. Que no era posible que ya existieran trasplantes de corazón y no haya cura para la colitis. Me recetó un antidepresivo. Me aseguró que se me controlaría mi SII. Tómatelo y verás cómo en unas semanas mejoras. Pinches remedios pendejos, pensé. No, no obedecería. El anti me impide eyacular. Ya lo he constatado. Puedo limar dos horas y no consigo venirme. Es el efecto secundario que produce en mí. Y es horrible. Está culerísimo no poder alcanzar el orgasmo. Y eso sólo ayuda a que se incremente más mi ansiedad. Prefiero el SII a la muerte de la libido.

Derrotado, instalado por completo en la actitud chingue sopota madre, en la noche me lancé por unos burros de prensado con el Apá. Sabía que lo pagaría caro. Resulta que no me pasó nada. Por la mañana la colitis había cedido por completo. El monstruo había vuelto a hibernar.

Qué alivio, casi chillo de felicidad. Una que sé que va a durar hasta que la siesta del monstruo termine.