Cuentos que queman

Cuentos que queman
Por:
  • Ana-Bergua

Alberto Chimal es un narrador polifacético que, si un género ha cultivado con peculiar maestría y devoción, ha sido el del cuento en sus variables largas y cortas, especialmente las más breves, como la minificción. Su página de internet Las Historias es un compendio exhaustivo de grandes ejemplos del género, ejercicios para practicantes y crítica del cuento, pero sobre todo es muestra del entusiasmo que este género tan difícil le despierta, entusiasmo que lleva a muy buen puerto en sus libros, tanto de cuento como de novela. Desde luego Manos de lumbre (Páginas de Espuma), su libro de relatos más reciente, no es la excepción.

En una entrevista realizada para el portal de Letras Libres, el escritor mexiquense cuenta que para este libro realizó el ejercicio de ampliar cuentos que ya había escrito o incluso publicado en versiones más reducidas. Procedimiento interesante y que a estas alturas resulta hasta novedoso, pues si un instrumento utilizamos con frecuencia los narradores en estos días, es la tijera. Sin embargo, no siempre un buen relato si breve, es dos veces bueno, como se suele decir. A veces es necesario dejar que la materia narrativa se desenvuelva por completo y, en efecto, algo que me llamó la atención en la extensión de estas historias es que, paradójicamente, así desarrolladas ahondaron en su misterio y su riqueza.

LOS SEIS CUENTOS de los que se compone Manos de lumbre están escritos con una prosa diáfana y fluida que hace que resalte de manera perversa la muy oscura conciencia de sus protagonistas: un escritor plagiario, una madre acomplejada y agresiva, una joven hipnotizada por un adolescente que se cree muy listo, una mujer al borde de la muerte cuya mente es trasladada a una máquina, un curandero-gurú que lee las enfermedades en el sudor de la ropa de sus pacientes, un hombre que desapareció y al que quizá abdujeron los marcianos. En estas conciencias atormentadas, crueles y tóxicas en muchos casos, seres de “manos de lumbre” que destruyen lo que tocan, Chimal explora los abismos posibles de nuestra naturaleza y sus consecuencias en registros y ámbitos muy diversos. Van desde la muy realista posibilidad de que exista un escritor que plagie frases de las canciones populares y las desarrolle como literatura —podría ser una imagen de este libro, aunque las frases serían los cuentos ampliados del propio Chimal—, hasta las historias que se acercan de maneras diferentes a la ciencia ficción, tanto serias como chocarreras, o las que rozan lo fantástico, como el caso de la joven hipnotizada que bien podría ser un cuento de fantasmas o de posesión. El interior de estos personajes se abisma, llevados a una situación límite y el resultado es estremecedor.

Como señalaba, “Los Leones del Norte”, el primer cuento del libro, es el texto más realista y hasta costumbrista, pues tantea con ironía y humor un terreno bastante conocido, al mezclar un par de casos de plagios de escritores que saltaron a la luz pública e incluso inventar un grupo musical cuyo nombre nos recuerda al de otra banda con nombre felino. Sin embargo, este cuento es sólo la puerta de entrada a una dimensión en la que lo fantástico, lo grotesco, la ciencia ficción y la farsa se van entretejiendo con hilo finísimo para crear una atmósfera de familiaridad con el delirio; aunque el lector no lo desee, algo de todas estas historias le tocará de cerca.

MIS RELATOS PREFERIDOS de Manos de lumbre serían, personalmente, “Marina”, el cuento fantástico en el que la libido truculenta de un adolescente que se quiere aprovechar de su prima dormida despierta a un personaje aterrador, y “Voy hacia el cielo”, la historia del hombre que asegura haber sido abducido por los marcianos. Esta historia recupera la ciudad de los años ochenta y sobre todo a los personajes de la generación de los sesenta, los lectores de, entre otras cosas, la revista Duda, perfectamente reconocibles y entrañables, que buscaron su libertad en lo interior y lo metafísico, y tuvieron vidas trágicas en muchos sentidos:

Cuando yo nací, mi tío Pablo tenía veintitrés años. Estudiaba en la Facultad de Ingeniería, le gustaba la música, apoyaba al movimiento zapatista y lo secuestró un ovni.

Según él.

“Voy hacia el cielo” parece rendir un homenaje y a la vez darle el beneficio de la duda, precisamente, a toda aquella generación. Este último cuento está escrito con gran maestría y logra ahondar en el personaje sin perder nunca una muy pertinente ambigüedad que incluso se mantiene en la revelación final.

EN OTRA REALIDAD se situaría “La segunda Celeste”, un relato que linda la ciencia ficción. En él, el autor parece preguntarse qué es el yo y, de existir un mecanismo que reprodujera el cerebro con todas las conexiones producto de la experiencia sustituyéndolas por circuitos electrónicos, hasta dónde llegaría la libertad de aquella conciencia prisionera de una máquina, sus interacciones con la realidad y las de las personas vivas: ¿sería una persona o una especie de fantasma? O “Final feliz”, uno de cuyos personajes es un curandero que aspira el sobaco de sus pacientes y descubre por el olor sus más profundas verdades. Este cuento tiene un humor fantástico, un poco loco, y el final fársico es absolutamente inesperado. En “Una historia de éxito” aparece otro de esos charlatanes, una vidente llamada Ubaste, cuyos mensajes de por sí borrosos torcerá para su aberrante conveniencia una madre acomplejada y de inteligencia muy escasa. Y es que en este sentido, la locura y el humor permean en todos estos cuentos, que se leen con placer y angustia, todo a la vez. En ese sentido, Alberto Chimal ha escrito un libro de relatos redondísimo, el culmen de la aspiración de todo cuentista que se precie.

Falta decir que la narrativa de estos cuentos es vertiginosa; las conciencias algo desquiciadas que nos cuentan estas historias avanzan implacables y, aunque Manos de lumbre nos queme como papa caliente, no lo podremos soltar.