Devoción poética de tierra santa

Devoción poética de tierra santa
Por:
  • carlos pellicer

La vena espiritual del notable poeta tabasqueño ha destacado poco, a pesar de que construyó su obra en los alrededores de la fe católica. Usamos el término obra en el sentido más riguroso de la palabra, es decir, para referirnos a un todo cohesionado por continuidades temáticas entre las que figura de forma toral su credo religioso, matizado por subrayamientos y digresiones. Carlos Pellicer Cámara (1897-1977) fue miembro del grupo Contemporáneos y, como sus colegas, experimentador de temas y envases diversos para la poesía, pero se distinguió de ellos porque en sus versos, junto a la sensualidad, vibra la “pasión por todo lo cristiano”. Mientras tanto en Villaurrutia y Novo, por mencionar a dos de sus compañeros, no figura esa materia invisible.

Pellicer creció en una familia profundamente católica. Su madre, llamada nada menos que Deifilia, rezaba con el niño el “Vía Crucis” y era popular entre conocidos por los Nacimientos que preparaba cada diciembre. En esa casa donde la devoción era cotidiana se gestó su primer libro, Colores en el mar y otros poemas (1915-1920), de 1921. Las líneas iniciales son una declaratoria sólida: “En medio de la dicha de mi vida / deténgome a decir que el mundo es bueno / por la divina sangre de la herida”; con su habitual tino, José Emilio Pacheco señaló que “pueden ser el epígrafe y la síntesis de sus poesías completas”. Sí, para hablar de su convicción y para comunicarse con Cristo, el autor vistió esos primeros poemas de ritmos, juegos, sonoridades que desarman, igual que continuó haciendo en su producción de madurez.

La fe del poeta se vio alimentada por los viajes que hizo a Tierra Santa. Antes de cumplir treinta años vivió en Europa, apadrinado por el gobierno mexicano, con la intención de enriquecer su escritura. Aprovechó su estancia europea para realizar tres visitas a los lugares sagrados, en 1926, 1927 y 1929, lo que habla de su deseo quemante por acercarse a la experiencia humana de Cristo. El resultado fue una convicción más honda todavía. Además se habría de exacerbar la tradición iniciada por Deifilia: los Nacimientos de Carlos fueron cada vez más impresionantes e incluso escribió sobre ellos. Si bien el cuarto viaje a Israel tardó 37 años en concretarse, significó la ratificación de la certidumbre espiritual del escritor, la vuelta de tuerca de un ejercicio constante en lo literario y en lo religioso.

El conjunto deslumbra por su factura y por la presencia de ese Dios, abismo cordial al que el poeta se asoma para decirle gozos y penas.

—Julia Santibáñez

MI CORAZÓN, SEÑOR

Mi corazón, Señor, como el poema,

sube la escalinata de la vida

y te da su pasión como una gema.

Por la divina sangre de la herida,

es fuerte y es sencillo y cancionero.

Filas de oro pusiste a su ola henchida.

El amor, que en el caos fue primero,

lo lanzó sobre la órbita más pura

y así cumple su ciclo, dulce y fiero.

 

EL AIRE

El aire es transparente

cual el silencio en una lectura prodigiosa.

Y funde la cera voluptuosa

del mediodía,

y es una rosa

de caminos estelares,

un fruto diáfano, una sombra divina

que acerca espíritus y mares,

pájaros y naranjas,

nube más piedras tórridas y palabras marinas.

El aire es traslúcido

como el saludo de los amantes

en los grupos cordiales.

Alía en arcos invisibles

la palabra olvidada, las augustas señales

y las manos de la danza fúnebre

que antes saludaron a la primavera.

El aire me persuade de tu ausencia, ¡oh Amor!

aire, fino-aire, largo-aire-lira, aire-cera.

 

(PRIMERA VISITA, 1926)

NOTRE-DAME DE FRANCE

JÉRUSALEM

Señor:

hemos llegado a ésta tierra que tu elegiste para nacer, enseñar y morir. Nuestros ojos han visto los paisajes el cielo y los campos que tus ojos vieron; nuestros pies han pisado los sitios por donde tú pasaste y estuviste; nuestras manos han tocado las piedras que tú tocaste; nuestro corazón ha suspirado en la dulce Nazareth y en el Jordán melancólico donde Juan el Bautista justo y terrible, levantó una onda para mojar tus cabellos. Y en tantos otros lugares donde floreció tu vida sencilla y estupenda. Y estamos en Jerusalem, y en el tremendo aniversario de tu padecimiento y muerte, caminamos por las calles por don[de] tú caminaste, insultado y escarnecido, golpeado, humillado, herido. Y corremos la Vía Sagrada a la misma hora y bajo el mismo sol que alumbró aquel día sin ejemplo. Y estamos tristes, tristes hasta la muerte. Y ni la muerte de nuestros padres, de nuestros hermanos, de nuestros amigos [no podrá darnos jamás el dolor], ni la pérdida de la patria, ni cosa otra alguna en esta vida, podrá darnos jamás el dolor, el dolor inmenso que nos causa el seguirte ese día tras de tu Cruz por las calles de Jerusalem bajo el sol y en el desorden de los que aún te niegan. ¡Dichoso el Cireneo que iba tan cerca de ti en aquella hora de sangre y agonía! [...]

Pronto saldremos de estas tierras Santas; acaso jamás volveremos volveremos tornemos a besar las piedras de tu Sepultura, pero al salir de Jerusalem, volveremos a cada instante la cara, para mirar como el héroe del Romancero, una vez y otra vez, y otra y por vez última, al lugar más amado de nuestro corazón.

Haz Bendice esta casa y haz que vivamos el resto de nuestros días sin violencia y sin odio, llenos de amor y la verdad que tú nos enseñaste. Sólo así podremos merecer estar cerca de ti. ¡Ah Señor, Dulce y Divino, dichoso el Cirineo que estuvo tan cerca de ti en aquellas horas de Redención y de Gloria!

Jerusalem, el Sábado Santo de 1926.

[caption id="attachment_818417" align="aligncenter" width="324"] Manuscrito que forma parte del libro Prácticade vuelo (1956).[/caption]

(SEGUNDA VISITA, 1927)

ESTUDIO

Para J. M. González de Mendoza

1. Los pueblos azules de Siria

donde no hay más que miradas y sonrisas.

2. Donde me miraron

y miré.

Donde me acariciaron

y acaricié.

3. Las casas juegan a la buena suerte

y a la niña de quince años

inocente como la muerte.

4. Hay una sed de naranja

junto a la tarde todavía muy alta.

5. El agua de los cántaros

sabe a pájaros.

6. Unos ojos me sonríen

sobre un cuerpo prohibido.

7. Hay azules que se caen de morados.

8. El paisaje es a veces de bolsillo

con todo y horas.

9. El amarillo junto al azul no cuesta caro:

un charco de cielo y un ganso.

10. Estoy en Siria.

Lo sé por los ojos

que veo puestos a la brisa.

11. Y es un martes viajero y alegría

de dulce tiempo y de fastuosa fecha,

tan flexible y tan apto que podría

borrar mi sombra sin tirar la flecha.

Jafa, 1927 [Enero]

 

ELEGÍA APASIONADA (fragmento)

A José Vasconcelos

Yo estuve cerca de ese hombre

en la tierra y en el aire, en el fuego y en el agua,

yo presencié la grandeza y la miseria

[de sus elementos;

la fragilidad de su cuerpo

y la solidez de su alma.

En la historia de Nuestra América

fue, durante un largo instante,

la estrella de la mañana.

Años después aparecía

cuando el sol descansa,

pero su brillo

no era ya el mismo.

Dame, oh Señor Jesucristo, la gracia

de tener siempre presente

sus cosas buenas y sus cosas malas,

porque él fue verdaderamente un hombre

en toda la raíz de la palabra.

Yo sé, como pocos,

lo que en él habla,

lo que en él canta

y lo que en él calla.

Cuando el maestro José Clemente Orozco

pintó en Guadalajara su Hombre-Fuego

yo, agua de las tierras tórridas,

pensé, todo quemado, en Vasconcelos. [...]

 

(TERCERA VISITA, 1929)

Soneto a causa del tercer viaje a Palestina

¿Por qué, Señor, a tus paisajes tomo

de nuevo entre mis brazos? ¿Por qué ordenas

—pájaros en abril, noches serenas—

que a mí desciendan nubes de tu domo?

Y al abismo cordial mi sombra asomo

y te digo mis gozos y mis penas.

Y con lágrima grande las arenas

jardines brotan y en mi fe te aromo.

La cuna y el sepulcro. Piedra y cielo.

Paisajes de Israel. La sed fecunda

la Samaria de piedra. Y desde el vuelo

del Tabor, pesca y ara Galilea.

Y le abrí el corazón agua que inunda,

para que el Sol en sus entrañas vea.

Monte Tabor, Palestina, 1929.

 

SONETOS BAJO EL SIGNO DE LA CRUZ

I

Alcé los brazos y la cruz humana

que fue mi cuerpo así, cielos y tierra

en su sangre alojó. Su paz, su guerra,

su nube aplomar, su piedra arcana.

¡Cómo sentí en mis brazos la campana

del aire azul! Y el pie que desentierra

su pisada en la tierra que lo encierra.

del corazón salía la mañana.

Y cuerpo en cruz, el corazón abierto

—pájaros de diamante en aire vivo—

brotó y el aire fue el más claro huerto.

De aquella libertad quedé cautivo.

Bebiéndome la sed planté el desierto

y del sol en el cielo fui nativo.

II

Una vez, una noche en Palestina,

el cielo cintiló y alcé el oído

y abrí los brazos y oculté el olvido

la nube de su pálida cortina.

¡Jesús, Tú que eres Dios!, dije y divina

la sangre derramó su vaso herido

sobre la mesa festival crecido

como rosa alcanzada por su espina.

Aquella noche llena de luceros

oí mi voz por vez primera —aleros

de la primera voz—. Y el alma cupo

en el paisaje inmenso. Poesía,

mira, calla, ven, ve, vuelve a tu grupo

y escucha la perfecta melodía.

 

ALEGRÍA DEL IDIOMA (fragmento)

Hace ya muchos años, en Palestina, escribí un soneto. Nunca esperé nada de él. Pero con el tiempo, resultó ser la puerta de un nuevo libro. Se trata de unas prácticas de vuelo, pero tomando todavía muchas precauciones, es decir, sin arrojo, sin audacia, sin voluntad verdadera de sagrado huracán. Y lo malo es que la vida ya está acabando y yo no doy trazas de ponerme en orden. De este libro, que habrá de publicarse pronto, son los desahogos que ustedes van a escuchar:

Señor, ¿por qué estoy solo, por qué impides

que me acompañe tu visión serena?

¿Olvidas una tarde nazarena

en que lloré junto a los nomeolvides?

¡Vieras mi corazón! Si lo divides

hay por Ti y para Ti, de sangre llena

la arteria más cordial; tendrías pena

de no llegar... ¿Por qué tus pasos mides?

Cierto, a veces la sangre está enlodada;

pero es cosa de echarle agua salada...

¡El mar que todo asea y todo esconde!

En pleno día corporal te digo,

¡toma mi corazón, Cristo; responde...!

Y a mi primera traición ya estás conmigo.

Señor, óyeme, ven, dame la vida,

búscame entre las cosas que se pierden.

Todas mis fuerzas las angustias muerden,

mi sangre se aclaró por tanta herida.

Todo en tu mano tiene alta cabida.

Que los sentidos que me das concuerden

en un solo sentir y así recuerden

tu olvidada belleza encarnecida.

Aunque anochezca esperaré tu paso.

Hay una estrella siempre en el ocaso

que da a la oscuridad un hondo vuelo.

Si andrajoso huracán mi cuerpo viste,

cuando pases oirás que un arroyuelo

te llama alegre entre su canto triste.

Ciego, sordo, sin dedos, insaboro,

sin el acento que tu nombre dijo,

atesorado por un rayo fijo

que hace cumplir mi ser poro por poro;

águila con león, ángel y toro,

la Altísima Paloma, Padre, Hijo.

Lo Total concretado y tan prolijo,

cruzó mi cuerpo con fragor meteoro.

La esfera de mi fe rueda a tu planta,

segura en su unidad única y tanta.

con la luz inocente del diamante,

—impacto de tus ojos en la hondura—,

creo en Ti. Silencioso y centelleante,

cierro la noche para hacer soltura.

Señor, yo me voy y tú te quedas.

Realmente aquí has estado siempre. Nadie había notado tu presencia. Pasaste tu infancia entre las esfinges y las estrellas de Egipto y tu adolescencia en la carpintería donde todos los árboles —inclusive la palmera— conducen a la Cruz. Después lo tuyo, fue una pequeña aurora, al amanecer en una aldea, el alba íntimamente abandonada, como un diamante después —después de una boda de Príncipes. Ah, pero después, maravilla de maravillas, tres años de hablar, lo único que nos interesa y luego el escándalo y tú, tu muerte aparente y tu regreso y tu permanencia nueva en el pedazo de pan y en la ración del vino.

Yo me voy, tú te quedas.

Pero antes de irme, necesito verte. Lloraré cuando yo te vea. No podré decirte una sola palabra. ¿Para qué? Y tú me pondrás tu mano sobre el hombro, me sacudirás ligeramente, sonreirás, mi lirio morado que surgirá repentinamente junto a mí, lo cortaré y lo dejaré a tus pies y después... no sé qué será de mí. Sólo tú lo sabes. Sólo tú lo sabes ya. Sólo tú lo has sabido siempre... ¿En el calor de qué hora ocurrirá todo esto? Señor, Señor, ¡ten misericordia de mí!

Villahermosa, septiembre de 1957.

[caption id="attachment_818416" align="alignnone" width="696"] Del álbum fotográfico correspondiente a su visita a Israel en 1966.[/caption]

Y EL INVITADO OASIS

que brinda el vino siempre de los límites

tiene los labios gruesos de llamarme

y actos de bailarinas en reposo.

Voy en la barca

entre arrecifes de granito.

Anclo y salto a una nube de alabastro.

El árbol de la goma

suscita el desbordar.

La hora oblicua se bisela a fondo.

Y yo surjo en el codo del camino

y canto en mí el principio de mi canto

y llego hasta mis labios.

Jocunda fe del trópico,

ojo dodecaedro

¡justísimo sudor de no hacer nada!

Y el sabor de la vida de los siglos

y la orilla gentil y el pie del baño

y el poema.

Abu-Simbel, 1929.

 

(LARGA ESPERA, 1930-1965)

SONETOS SUPLICANTES

Cristo, Nuestro Señor, haz que yo entienda

que Tú has vivido en mí por un instante.

Lo que brilla en mi barro es un diamante

que pierdo a voluntad en sombra horrenda.

(Alguna vez la noche que yo encienda

perpetuará una rosa rozagante;

veré a Nuestro Señor, jamás distante,

mirar la flor y señalar la ofrenda.)

El tiempo que yo soy, eternamente,

se podría estrellar sobre mi frente.

¡Resultar la verdad y la belleza!

Haz que te adore, oh Dios, de Ti poblado

y yo amanezca al fin, con tal destreza,

que nadie sepa que voy a tu lado.

 

A CRISTO

Cuando ya endemoniada y pequeñita,

bajo su carcajada rencorosa,

la nueva humanidad abre la fosa

de la ciencia que al caos necesita

y en ella diga que te deposita

con funerario júbilo, fogosa

los brazos abrirá, y eterna rosa,

verá en ellos la Cruz jamás proscrita.

¡Ay dese tiempo desolado y frío!

Como fieras geniales, y en manada

y en sepulcros ruidosos, sin estío

y sin otoño, todo procesada,

llorará la creatura a mares río

y rehallará en su llanto tu mirada.