"El barrio se vive para escribirlo"

"El barrio se vive para escribirlo"
Por:
  • emiliano perez

No es frecuente que el deceso de un escritor trascienda al estrecho ámbito literario de

la capital del país. Sin embargo, luego de que se esparció la noticia de la muerte de Armando Ramírez, sus lectores, admiradores, colegas y funcionarios de la cultura acudieron hasta Nuevo León 91, donde se ubica el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, en la colonia Condesa, para darle la despedida.

Tarde lluviosa en la ciudad donde Armando se desplazaba, por lo general de buen humor, recibiendo muestras de afecto por donde transitara. El cronista del barrio de Tepito cosechaba lo que sembraba en la literatura, en los programas televisivos donde colaboraba con temáticas de la cultura popular de la Ciudad de México.

Lo mismo recorría un mercado y descubría a su público los sitios donde degustar la comida tradicional de los chilangos, que se trasladaba al recóndito oriente capitalino, carente en servicios culturales, y daba la nota acerca de una biblioteca pública en El Salado, sitio que antes fuera enorme muladar y ahora Fábrica de Artes y Oficios, donde la población de escasos recursos asiste a obras de teatro, ciclos de cine, conferencias.

La curiosidad reporteril de Armando Ramírez se orientó a cubrir aspectos de la vida urbana ignorados por la Cultura Culta. Tianguis, torterías, bailes callejeros, onomástico del Santo Patrono de la colonia; también le gustaba mostrar la ciudad que de tan enorme se nos vuelve desconocida en sus parques, avenidas, edificios que nadie sabe qué albergan, estatuas erigidas al famoso pero ilustre desconocido, ciudadanos que por mera iniciativa propia impulsan proyectos culturales comunitarios.

A la labor reporteril agregaba actividades escriturales. En 1971 publicó su primera novela, Chin Chin el teporocho, que de inmediato arraigó entre el público lector y alentó a otros escritores de la periferia a tratar literariamente lo que en sus barrios acontecía.

A Chin Chin, el teporocho pronto agregó nuevos títulos de su creación: Crónica de los chorrocientos mil días del barrio de Tepito, publicada por la extinta Editorial Novaro en 1973, y en 1980 Grijalbo lanzó Pu, también editada con el título de Violación en Polanco, novela donde la violencia sexual se transmuta en lucha de clases inmisericorde a bordo de un autobús urbano que recorre las calles de la capital. Pronto se instaló como novela de culto, pese a que Armando con frecuencia se refería al desdén de la élite cultural por su obra. En entrevista con Felipe Montoya Landaverde, de la Arizona State University, manifestó:

[En México] existe una soberbia intelectual, ya que no se esfuerzan por hacer un análisis crítico de la obra, un análisis desde la misma propuesta literaria que existe en la novela sino [que deciden] prejuzgarla. Pueden decir: ¡Ah!, él es de Tepito, es vulgar. Entonces, él no sabe escribir. Lleva varias novelas y sigue sin escribir. No se han tomado la molestia de decir: bueno, este güey por qué sigue tan aferrado. Digo, yo me imagino que si una persona escribe un libro es inteligente. O sea, yo no sé por qué le dan tanta importancia a si fonetizo el lenguaje o no. Porque por tales valores te pueden decir: está bien o está mal. No se permiten tomar en serio una lectura y analizar a profundidad lo que pasa con determinado fenómeno en el texto, sino [que prefieren] la güeva de decir: este pendejo no sabe escribir. Entonces digo: qué pereza intelectual, ¿no?

En 1979, Armando publica El regreso de Chin Chin el teporocho en la venganza de los jinetes justicieros y Noche de califas, novela en la que muestra mayor habilidad en el manejo de los recursos narrativos, en la construcción de sus personajes, en la descripción de las zonas populares de la urbe:

Y estabas inquieto porque ya se había tardado en su cuarto de hotel, ahí, en la Merced, en ese pinche hotel amarillento, luciferino, olorosamente horrible, y estás viendo el letrero de gas neón [...] y a ti de todos modos te gustaba mucho ese letrero del hotel Yucatán, ahí, en la plaza de San Sebastián. Te gustaba porque daba esas sensaciones de sexo o de erotismo arrabalero, y era bien mágico para las parejitas que fugazmente ocupaban esas camas de sábanas viejas, mil veces lavadas, mil veces tiesas.

El novelista agrega más títulos a su producción: Quinceañera, Me llaman la Chata Aguayo, Sóstenes San Jasmeo, La casa de los ajolotes, ¡Pantaletas!: Confesiones sentimentales del estudiante Maciosare, el último de los Mohicanos!, El presidente entoloachado, La chachalaca, el pelele y el legítimo, La Tepiteada, Déjame... Se convirtió en el escritor del barrio por excelencia.

No fue el Peladito Adecentado. Fiel a sus temas, supo que “el barrio no se inventa ni se adivina, se vive para escribirlo”, como señaló el escritor Arturo Palacios Juárez, uno de su lectores, en el feis. Trascendió la etiqueta de Cronista de Tepito para imponerse como novelista, jugando con el lenguaje popular, sus ritmos y cadencias. Y se ganó a pulso un lugar en la literatura mexicana contemporánea.