El día que no conocí a Lemebel

El día que no conocí a Lemebel
Por:
  • carlos_velazquez

Acaba de caer en mis manos Lemebel oral. 20 años de entrevistas. 1994-2014 (Mansalva, 2018) y como una herida que no se cierra viene a mi mente diciembre de 2012.

Yo había caído bajo el hechizo de Loco afán y comencé a escribir cuentos de travestis (todavía no acabo). Cuando los publiqué todo mundo pensaba que yo era gay. Pero yo no era yegua ni potranquita, ni siquiera vaquerita de Dallas: yo estaba bajo el embrujo de la prosa de Lemebel.

En 2012 Chile fue el país invitado de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Cuando me enteré de que Pedro Lemebel estaba en la expo le pedí a Rafael López, editor de Hueders, que me lo presentara. Quería regalarle un ejemplar de La marrana negra de la literatura rosa. Fuimos a buscarlo al stand de Chile pero no lo encontramos. Anda caminando por los pasillos, nos dijeron. Pero anda de un humor de la chingada. Y si algo había aprendido yo en La noche de los visones era a no aguantar jotos, prefería ahorrarme un desplante a cazarlo como grupi por los pasillos. Tres años después, en 2015, Lemebel falleció. Desde entonces no he dejado de lamentarme la oportunidad que perdí de conocerlo.

Lemebel oral compendia el pensamiento lemebiano. 230 páginas de veneno. Aquí, muestras de su lengua indomable.

· La homosexualidad es un tema que yo abrí, pero ahora aparece Ítalo Passalacqua soltándose la trenza calva y en un matinal Héctor Véliz Meza hablando de Rock Hudson, Queen o Virus. Esos son temas que yo he tratado desde siempre, con un lenguaje directo y a la vez muy lírico, pero este país es tan aprovechador. Lo que me indigna es que ocupan todos mis libros para hacer sus reportajes televisivos y ni siquiera me nombran, yo nunca existí. Esto lo vengo diciendo desde los 80. Todo el mundo me leía, pero le costaba decir en público que gozaba secreta y morbosamente de mis textos paganos.

· Hoy en cambio es políticamente correcto leer mis libros y hasta ministros de Estado dicen “leo a Lemebel”.

· No, poh. Soy tan desgraciado y quemado que ni sida tengo… Eso significa que soy una persona muy sola.

· Mi amor, nunca he tenido pareja. No conozco la palabra amor… El amor es tan ordinario, si hasta los CNI se enamoran, yo creo que la vida me va a quedar debiendo eso.

· En Chile la pobreza no es turística, aquí los turistas no van a ver la pobreza como en Perú o Río de Janeiro donde las favelas son turísticas porque están llenas de color. Acá la pobreza es gris, es opaca, es sucia, es hedionda.

· Yo antes escribía cuentos, pero no sé, encuentro un poco tramposa la ficción. Llegó un momento en que el cuento no se ajustaba a mis necesidades de realidad, de denuncia, de biografía, y la crónica me vino como anillo al dedo.

"Yo no era yegua ni potranquita, ni siquiera vaquerita de Dallas: yo estaba bajo el embrujo de la prosa de Lemebel".

· Yo no hice nada por hacerme visible, siempre fui evidente desde un satélite.

· Una vieja muy frunci me dijo: “Señor Lemebel, usted escribe sobre los pobres con la mano izquierda y agarra el dinero con la mano derecha…” ¿Por qué cree usted que estoy aquí? le dije, por plata, a mí me pagan por estar soportando esta cuiquería.

· Bueno, nunca estuvo en mí el horizonte de hacer fortuna con la escritura. Así que, si ocurre esto, que esté en primer lugar de ventas, que esté más panfleteado que el Condorito, ah bien… cumple su destino.

· Cuando te imputan lo marginal es una forma de anularte. Te dicen “tú eres marginal”, te quedas en el margen y desde allí hablas. Yo prefiero intentar otras estrategias, otros cruces de fronteras, sin que se sepa cómo tú entras ni cómo tú sales; moverse en los bordes.

· Para hablar de minorías hay que entender que no se refiere a una suma matemática, sino a un asunto con el poder. Así, las mujeres, los homosexuales, las lesbianas, los jóvenes, los viejos o los pueblos originarios son minorías. Aunque sean una multitud frente a un solo hombre armado. Pero yo no hablo por ellos. Las minorías tienen que hablar por sí mismas. Yo sólo ejecuto en la escritura una suerte de ventriloquía amorosa, que niega el yo, produciendo un vacío deslenguado de mil hablas.

· La homosexualidad para mí es una parada en el largo camino de la sexualidad. Cada sexualidad es diferente a la otra, y en ese mundo yo levanto la bandera del colibrí como un gesto de naufragio.

· No me gustan mucho esas clasificaciones porque tienden a encasillar. Generalmente kitsch y camp se los relaciona con homosexualidad, y yo prefiero hablar de sensibilidades y no de sexualidad. Eso dejaría afuera a la mujer y yo a la mujer la quiero dentro. Porque también se trata de una minoría.