En el último trago nos vamos

En el último trago nos vamos
Por:
  • alma murillo

El cierre de año es un ritual que todos necesitamos. Un alto en el camino. Un ocultarse del Sol. La Saturnalia. Rendirse. Decir gracias.

Hay gente que dispara sus recuerdos a través de la canción que escuchó durante un periodo o en función del corte de pelo con el que aparece en las fotografías. Yo, no puedo evitarlo, olfateo mis memorias asociadas a los libros que leo. Y como ya llegó diciembre, reviso mi lista de los libros leídos este 2019.

El ritual de la lista de libros lo practico desde que tenía 14 años. Mi primer recuento lo hice en una libreta forrada con un papel rosa estampado con parras, uvas y jarras de vino desbordantes. Genio y figura.

Los libros, no me canso de decirlo, me salvaron la vida. Crecí en medio de una pobreza fiera, en barrios grasientos, peligrosos y homicidas; rodeada de un entorno que había que evadir para no morir de un ataque de pánico ante la conciencia de lo que atestiguaba de cotidiano: persecuciones, balazos, violaciones, hambre.

Libros. Benditos sean los libros. Entre sus páginas estaba mi habitación propia de paredes impecables, mi silencio, mi calma. En medio de aquel caos, los libros contenían un orden precioso, eran el infinito pero también un principio y un fin narrados a ritmo de líneas sistemáticas de palabras. Desde siempre aprecié las buenas ediciones, supe distinguir entre la tipografía amable o rijosa, reconocer la armónica o difícil disposición de los párrafos.

Por eso leo. Y por eso escribo. Porque los libros reorganizan el mundo. El mío, al menos.

El año 2019 trajo regalos pero también se aseguró de dejar heridas. Mi recuento personal tiene amores que crecen, proyectos creativos que llegaron a buen puerto, los abrazos de amigos y hermanos, la dulzura de mi madre. Pero también trajo pérdidas, muertes, rupturas.

Leí poco más de cincuenta libros este año y elegí hablar de los seis que me acompañaron durante épocas decisivas y que se quedaron en mi memoria justamente por eso, por estar emocionalmente asociados al recuerdo de vivencias que permanecen más allá de la experiencia cognitiva o la valoración literaria. Mi personalísimo criterio es ese, como el de quien dice esta canción me recuerda a.

"Elegí hablar de los seis libros que me acompañaron durante épocas decisivas y que se quedaron en mi memoria por estar emocionalmente asociados al recuerdo".

De los primeros meses del año me quedo con Pájaros en la boca de Samanta Schweblin (Almadía, 2018). Los cuentos de la autora argentina reforzaron mi decisión de escribir un libro de cuentos que pronto verá la luz. Recuerdo la sensación de inseguridad que acompaña todo proceso creativo, ¿será una mierda? ¿Debería concentrarme en la nueva novela en lugar de escribir estos cuentos? Pero entonces una amiga, Rebeca, me recomendó leer Pájaros en la boca y pasé de las dudas a las certezas. Sí, yo quería divertirme, darme permiso de todo en esos relatos. Los de Samanta Schweblin son magistrales. No se los pierdan.

Para el segundo trimestre del año recupero la mañana que me trepé a un avión, no sé cuánto duró el vuelo, no recordaba adónde iba hasta ahora que miré dentro del libro y vi el pase de abordar: “Mérida”. Sé que en ese avión comencé a leer Que nadie duerma de Juan José Millás (Alfaguara, 2018) y experimenté el gozo de la abstracción en esa novela increíble, me convertí en Lucía conduciendo ese taxi por Madrid pero convencida de estar en Pekín. Qué personaje tan bien contado y armado, qué historia tan lúdica, llevada hasta sus últimas consecuencias.

Y de aquel gozo pasé a no sé cuántos títulos pero un día llegó uno que me dejó con frío, insomnio, rabia y ganas de llorar durante varias noches: La fosa de agua de Lydiette Carrion (Debate, 2018). En este ejercicio extraordinario pero brutal y descorazonador, la autora revisa los casos de diez mujeres —seis de ellas todavía niñas— desparecidas, mutiladas, halladas en bolsas negras en basureros o flotando en el Gran Canal o el Río de los Remedios. Es insoportable de leer, no se eluden los detalles escalofriantes porque hacerlo sería restarle dignidad a la verdad y gravedad a los hechos. Saber que son apenas diez casos de miles me dejó en tal estado de shock que hice lo único que pude hacer: concebir una venganza literaria. Pensando en esos casos escribí un relato que pronto verá la luz. No alcanza para hacer justicia. Pero es todo lo que tengo.

Luego leí Soldados de Salamina de Javier Cercas (Penguin Random House, 2015) y confirmé que ese libro es un milagro de la literatura. La primera mitad la leí, la segunda mitad la lloré palabra por palabra. Y es que la primera parte está narrada con base en los hechos históricos, la vida de Rafael Sánchez Mazas y cómo escapó a un fusilamiento masivo durante la guerra civil española; la segunda parte es la respuesta literaria de Cercas para llenar un vacío, la creación del personaje Mirelles y la magnífica respuesta venida de la ficción a una interrogante histórica es perfecta, única, conmovedora.

Durante noviembre tuve la fortuna de conocer Lisboa. Por las noches leía el Libro del desasosiego del portugués Fernando Pessoa (Seix Barral, 1984) y por las mañanas, bajaba a trotar a la orilla del Atlántico en la Baixa y con mis audífonos puestos escuchaba el mismo Libro del desasosiego pero en formato de audio. Dioses. La cantidad de veces que tuve que parar porque se me iba el aliento con las perlas literarias y filosóficas de Pessoa. “El corazón, si pudiera pensar, se detendría”, dice Bernardo Soares (uno de los heterónimos del escritor).

El mío quería detenerse, lo juro. Pensaba en la fortuna de vivir, de tener piernas, de escuchar a Pessoa y tanta belleza junta me lastimaba, me parecía insoportable pensar en una vida cuya curva viniera de bajada después de todo aquello. Lean a Pessoa bajo su propio riesgo.

Cierro mi año con El libro de los guardianes de Ramón Córdoba (Ediciones B, 2019) que leí el último mes de este año que se termina. Es un libro de pasaje ritual, un viaje al niño que Ramón fue —tanto el personaje como el hombre. Es la novela póstuma de mi querido amigo; una historia para iniciar lectores y para formar almas. Con esa me quedo. Y con el último trago nos vamos.