Escritores de los 70 y lecturas mexicanas l

Escritores de los 70 y lecturas mexicanas l
Por:
  • jaime_mesa

¿Qué leen los escritores mexicanos de las generaciones recientes (nacidos en los setenta y ochenta)? La respuesta es tan amplia y variada como sus temas, estilos que dotan a su creciente obra de una pluralidad cosmopolita, que mezclan lo tradicional y lo posmoderno. Son dos generaciones (en lo individual y en lo general) unidas por internet, en donde —a diferencia de las anteriores, que lo hacían en las bibliotecas— buscan y encuentran los árboles genealógicos (con todo y raíces) de su educación lectora. No me refiero a que lean expresamente en la pantalla, aunque lo hacen de manera natural y constante, sino que sus excavaciones son también virtuales: menciones de otros escritores (de su país y de todo el mundo) acerca de libros y textos, además del bombardeo sobre las novedades de todos los continentes. En pocos minutos pueden hallar el rastro, y la obra completa, de autores nuevos o ya consolidados o desconocidos o mediáticamente brutales. De esta forma, nos encontramos con un catálogo inmenso en donde podrían estar representadas casi todas las literaturas. Son, en consecuencia, lectores que no muestran al primer vistazo sus fuentes ni su origen. Parecen venir, en su oficio lector, de todos lados.

Sin embargo, hay una constante. En la mayoría de las mesas de discusión, en festivales, ferias y encuentros de escritores, siempre aparecen menciones a libros específicos que, aunque distintos en sustancia, temas y formas, fueron agrupados y respiran una misma atmósfera y una tendencia similar que, de cierta manera, es el canon de la literatura mexicana. Nadie desmiente que la colección Lecturas Mexicanas agrupó a lo más revelador de la identidad literaria de nuestro país. Fue primero la sorpresa de hallar en un solo espacio una cantidad tan abrumadora de obras reconocidas por la crítica, el público y la academia, incluso de otros países. Parecía que ahí estaban todos los que eran. El editor, o editores, de esta colección en sus distintas series parecía un sabio que había sido capaz de conformar un ejército, con libros de todo el país, publicados por distintas editoriales, en un sello del Estado en tirajes amplios (30 mil ejemplares) y a un precio costeable para (casi) cualquier familia en este país, y que la clase media, sobre todo, aprovechó para alimentarse culturalmente. Y es ahí en donde se halla la segunda constante de esta colección y sus lectores. La mayoría de nosotros (los setenteros y ochenteros) hallamos en nuestros hogares colecciones completas o parciales de libros ya leídos o a veces aún en bolsas de plástico, con el logo de la colección y de la SEP, joyas que nuestros padres, familiares y amigos habían comprado en los estanquillos-librerías que había en distintos lugares, colocados, pienso, de manera estratégica para que tanto lectores habituales como potenciales se encontraran con ellos.

Somos un par de generaciones educadas con esa literatura mexicana de primera división. De los tradicionales a los vanguardistas, de los que confiaban en un lenguaje estilizado y eminentemente libresco a los que perseguían la oralidad más prosaica. Tantos temas y tantos estilos, seguramente, influyeron en nuestra literatura.

La única constante que une a los escritores que convocamos a escribir sobre la colección Lecturas Mexicanas y sobre varios de sus más importantes títulos, como Alejandro Badillo, José Miguel Tomasena, Iris García, Héctor Iván González, Franco Félix, Alejandro Vázquez Ortiz o Alberto Chimal, además de pertenecer a las generaciones de los setenta y ochenta, es  la heterogeneidad, la pluralidad y la noción de que sus literaturas pudieran estar fundadas en todas partes. Sin embargo, la raigambre mexicana se percibe y se nota en esa coincidencia de lecturas que los hizo conocer su propia tradición y que los formó en sus primeros años. Sin ser lectores exclusivos de literatura mexicana, sí se presiente su conocimiento de ella para, como los grandes artistas, traicionarla o refrendarla. Además, como colofón de lujo, decidimos invitar a Isaí Moreno, escritor de una generación anterior pero cercana a los setenteros, y a Ramón Córdoba, legendaria figura que ha visto pasar, no sólo como lector sino como editor, a muchos de los autores que ese canon inaugurado con Lecturas Mexicanas forjó.

Como muchos de los buenos proyectos, éste fue resultado de una plática postfestival o postferia. Daniel Espartaco y yo habíamos participado en distintas reuniones en donde, de manera inesperada, descubrimos la constante de estas lecturas englobadas en la colección antes dicha. Independientemente de la tendencia, de sus propios libros, de sus lecturas nuevas, de sus preferencias literarias, la mayoría tenía una o dos anécdotas relacionadas, primero, con su contacto inicial con Lecturas Mexicanas y, enseguida, con varios de los títulos que la había marcado y que los perseguían desde niños o jóvenes hasta ahora que eran escritores maduros. Pasó el tiempo y la tendencia de hallar esas charlas continuó. La semilla sembrada por Daniel Espartaco y yo en ese tiempo: “Invitemos a autores de nuestra generación a reseñar o hablar de los títulos de Lecturas Mexicanas”, halló en otra reunión con Héctor Iván González una salida que ve la luz hoy en las páginas de El Cultural.

Creo que es importante hacer notar que para dos generaciones que nada tienen en común hacia dentro o hacia afuera, que escriben como seres globales, la única constante se encuentre en la lectura y en esta particular colección. Porque parecería que, aún con su multiplicidad de temas y estilos, los títulos que aparecieron en Lecturas Mexicanas son distintos capítulos de un libro que representa, sobre todo, la segunda mitad del siglo XX mexicano. Es un resumen gigante de una literatura tan apegada a lo mexicano y a la vez tan universal que, de alguna forma, explica la tendencia diversa y plural de la nueva literatura mexicana y de sus más recientes escritores.

Nada nos define tan bien, quizá, como haber sido lectores en nuestros primeros años de esta colección fundamental que por su selección prodigiosa, su amplia difusión y su costo bajísimo cumplió cabalmente para formar a una generación, o dos, de escritores que podrían estar escribiendo o leyendo los títulos de la siguiente serie de Lecturas Mexicanas.