Five Years

El corrido del eterno retorno

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Five YearsFuente: facebook.com
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Si a los diecisiete años, cuando trabajaba en la elaboración de jocoque casero, alguien me hubiera dicho que sería columnista me habría carcajeado en su cara. Pero como nadie sabe para quién trabajan los señores del karma, esta semana cumplo cinco años alimentando este espacio.

Confieso que nadie me preparó para cumplir con la tarea. Como tampoco para escribir ficción. Empecé a escribir columnas ocasionales en Qrr con Jairo Calixto Albarrán en Milenio. Una mañana desperté con la noticia de que había sido fichado por Rulo para ocupar la última página del semanario Frente. Mi primera columna fija. A cambio me ofreció libertad absoluta y mimarme sin descanso. Ambas cosas las cumplió sin reservas, la segunda todavía a ratos. Era una oportunidad que no había pedido, me la habían regalado. Y la aproveché al máximo. Ahí me fogueé como provocador de pacotilla.

Cuando el final de Frente estaba a la vuelta de la esquina, recibí la invitación de Delia Juárez (siempre le estaré agradecido, por esto y por la amistad sin miramientos) para enlodar las páginas de El Cultural. Como un chango que no se suelta de una rama hasta no tener bien asida la otra, transbordé en el momento justo. Aquí conocí a Roberto Diego, Bob, que como antes Rulo me obsequió la libertad a la que estaba acostumbrado. Y me considero afortunado, he trabajado con dos de los editores más valientes de la prensa mexicana.

En mi nueva casa han trascurrido muchos de los mejores momentos por los que ha atravesado mi escritura. Ya sea en “El corrido del eterno retorno” o con crónicas para la primera parte, me siento orgulloso de trabajar en un suplemento que surgió de la nada y en poco tiempo se situó en boca de muchos. En estos tiempos tan aciagos es un privilegio poder tener una tribuna desde la cual compartir pasiones, afinidades, apegos y opiniones.

Escribir una columna es una labor complicada. Al principio las ideas llegan a la velocidad de la luz. Aunque después del primer año el pozo empieza a secarse.

Pero la imprenta no se detiene. Y en ocasiones el trabajo es como embarrar mantequilla sobre pan tostado, pero otras es como cargar dos garrafones de agua diez pisos por las escaleras. No importa cuán entrenado estés. A veces hay que arrancarle las palabras a una oscuridad indefinible: ésa que es una mezcla de agotamiento de las ideas y de una abulia que te ataca cuando has sobreexplotado tu capacidad de expresión.

Puedes llegar tarde. A veces sin ánimos. Pero estás ahí. Para los lectores

Pero la columna es un animal de dos cabezas. Y también es una excelente herramienta para mantenerte engrasado. Es decir: para tener un ritmo de escritura fluido y estar en forma. Aunque en ocasiones esa preparación no pueda uno ponerla en práctica como quisiera a la hora de escribir ficción o crónicas. Lo que deja claro que el trabajo del columnista sólo puede explotarse en la columna. Aunque a más de uno nos encanta engañarnos.

En cinco años pueden pasar muchas cosas. Un Mundial, por ejemplo. Una o varias relaciones. La columna se convierte entonces en un fervor. En una cita a la que nunca faltas. Puedes llegar tarde. A veces sin ánimos. En otras más seco. Pero estás ahí. Para los lectores. Con quienes uno comparte los acuerdos y desacuerdos.

Con quienes uno tiende un lazo hacia afuera de su cabeza. Yo he corrido con la fortuna de tener lectores fieles, poquitos. Pero ya con eso me siento contento.

Mi agradecimiento profundo hacia ellos.

En ocasiones las columnas vienen en ráfagas. A veces incluso existe la posibilidad de planearlas con antelación. Pero otras veces el misterio no se revela y morder el deadline se vuelve una costumbre. Es durante esos momentos que te atacan los deseos de renunciar. De hacerte a un lado. Y a mí me sucede cada cierto tiempo. Pero después recapacito. La verdad es que he estado tanto tiempo en la cancha que no sé si sería capaz de poder vivir sin tener una columna.

Five years, como la rola de Bowie. Se dice fácil pero para sostenerse requiere el trabajo de mucha gente. Editores, diseñadores, hasta voceadores. Para poder llegar al lector de a pie. No sólo de plumas vive un suplemento. Igual de importante es el trabajo que hace posible que cobre forma.

En  El Cultural  nos hemos esmerado hasta lo indecible. Trabajamos para nuestros lectores. Con quienes hemos formado una comunión. Compartir este lustro con este proyecto ha sido una de las mejores cosas que me han ocurrido.