Harakiri

Harakiri
Por:
  • francisco_hinojosa

Ha quedado en claro que a Donald Trump le sientan bien ciertos adjetivos: es racista, xenófobo, aislacionista, multimillonario, intolerante, supremacista, misógino, ególatra, caprichoso, inculto, tramposo, bocón, antimexicano, grosero, evasor fiscal, fascista, despechado. Y súmensele más calificativos que no para de presumir, alentar u ocultar, como su rechazo a la libertad de prensa, a la que le impide preguntar, su nula experiencia política y diplomática y su contubernio en lo oscurito con los rusos. Tiene a su favor a casi todo el bloque republicano, que con los aplausos exacerbados que le brindaron en su primera comparecencia ante el senado se declaran partidarios de su “ideología” y del gabinete que lo acompaña y consecuenta. De ser un partido siempre de derecha con eventuales guiños al centro, ahora se exhibe como de una ultraderecha que amenaza al mundo y que debe temer a que en unos años más se convierta en su harakiri. Los Estados Unidos son quizás el país más multicultural, multiétnico y multilingüístico del mundo. Ahora la nación está dividida. Y muchos de sus aliados y socios históricos han pintado su raya y le temen a sus advertencias bélicas. Muros y no puentes. Amenazas y no acercamientos. Dominadores del mundo y no cohabitantes del planeta. Guerra de las galaxias. Poderío militar y nuclear. Y por detrás, negocios con muchos ceros a la derecha. La Casa Blanca está más negra que nunca.

Hay un temor generalizado por las decisiones que Trump pueda tomar, como suele hacerlo, caprichosamente y en solitario, pero también realidades que ya están en operación, como la caza indiscriminada de indocumentados, ya no, como lo había anunciado, sólo de quienes tengan antecedentes criminales (“violadores y asesinos”), sino de aquellos cuyos ilícitos consisten en no tener licencia de conducir o poseer una green card falsa. Una de sus primeras acciones como presidente fue borrar el español de la página de la Casa Blanca: una hispanofobia innecesaria que sólo deja al descubierto su odio hacia la migración proveniente del sur.

En su contra, escritores, artistas y celebridades han manifestado su total rechazo, desde Wole Soyinka y Margaret Atwood hasta Martin Amis y J. K.

Rowling, y desde Robert de Niro y Emma Watson, hasta Bruce Springsteen y Madonna. Aunque también hay famosos que lo apoyan, como Jon Voight, Mike Tyson, Clint Eastwood, Tom Brady y Chuck Norris. Su slogan de campaña, “Make America Great Again”, tiene de trasfondo un racismo y una xenofobia que han estado presentes siempre entre un gran número de estadunidenses blancos. Si bien cuatrocientos escritores firmaron una carta de rechazo a la política del mandatario del peluquín, hay una historia detrás que quizás no avalaría hoy tan torpe administración de un país. El gran poeta Walt Whitman era

antimexicano y supremacista. Pensaba que la batalla de El Álamo había sido una desigual confrontación con “los cobardes mexicanos”, batalla de la cual en nuestro país apenas se tiene memoria, pero que sigue siendo un alfiler que le duele a los texanos. Es conocida la expresión de Elvis Presley: “prefiero besar a tres negras que a una mexicana”. John Wayne decía no sentirse culpable de que los negros hayan sido esclavos. Ezra Pound no dudó en declararse abiertamente antisemita y ferviente admirador de Mussolini. Louis-Ferdinand Céline y Pierre Drieu La Rochelle simpatizaron con los nazis. Borges no chistó al declarar que “Pinochet es una excelente persona”. Sin embargo, la balanza de creadores e intelectuales se inclina hacia la tolerancia y el convivio, aunque no tanto si hablamos de la población blanca que ha sido desatendida en administraciones pasadas.

Entre otros dramas que se avecinan con las deportaciones, la que viven los dreamers merece especial atención. Se trata de niños y jóvenes que viajaron a Estados Unidos acompañados de sus padres sin saber de su condición migratoria. Se consideran norteamericanos, hablan inglés y están asimilados a su cultura. Después de luchar por una reforma que les otorgara la residencia y la ciudadanía, ahora están al descubierto y temen regresar al país en el que nacieron pero con el que no tienen mayores vínculos. Y México no está preparado para recibirlos.