José Alfredo Jiménez: La melancolía perpetua

No es tan sabido, pero fue en el Salón París, en Santa María la Ribera, donde José Alfredo Jiménez debutó como cantante. A través de estas páginas, mientras suenan en la rocola del bar esas dolidas canciones, Iván Farías recuerda al guanajuatense que marcó la música ranchera y el mariachi. Aunque las letras reflejan el machismo de la época, lo ha inmortalizado aquel singular talento lírico para expresar el desamor. A medio siglo de partir, su voz sigue viva, entre la eterna nostalgia por un México de cantinas y amores perdidos.

José Alfredo (1926-1973) en la estación de  radio XEHT, La voz de Tlaxcala, desde Huamantla, 1950.
José Alfredo (1926-1973) en la estación de radio XEHT, La voz de Tlaxcala, desde Huamantla, 1950.Foto: elsoldetlaxcala.com.mx
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Si te cuentan

que me vieron muy borracho,

orgullosamente diles

que es por ti. 

JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ

En la colonia Santa María la Ribera, esquina Torres Bodet y frente al parque del kiosco morisco —donde antes se ubicaba El Salón París— existía una placa que puso la editorial Plaza & Janes: “En recuerdo a José Alfredo Jiménez, cantante entrañable, personaje de la novela La casa de las mil vírgenes de Arturo Azuela, y a la cantina Salón París, lugar donde empezó a cantar”. Casi nadie recuerda la novela, pero todos conocen al guanajuatense.

La placa se trasladó a la nueva dirección de la cantina, a unos pasos de la original, un espacio donde todavía a ratos, entre tequila y cerveza, la rocola reproduce canciones del compositor, en medio de una variedad de corridos y temas de los Creedence. Cuando suenan los primeros compases de una de sus canciones se hace silencio y el público, mientras come chamorros, frijoles puercos o tostadas, acaba cantando, ya sea en voz baja o a todo pulmón, "ojalá que te vaya bonito".

ESTOY SENTADO en una silla de madera en la cantina, mientras tomo notas para este texto. Tomasito, el mesero, un hombre moreno, enjuto y de baja estatura, ya sabe qué pido: bola oscura de barril. Me la sirve junto con los cacahuates. He venido a este lugar desde hace años; diez, al menos. A veces, por las tres bebidas de regla, las necesarias para que la botana sea cortesía; otras, a platicar con amigos e incluso, como me pasó, para conocer a mi esposa.

Es un lugar familiar. Los borrachos ya nos conocemos. No me sé los nombres, pero sí las caras: por allá esa señora entrada en años que viene con su esposo, aquéllos que piden las Coronas cerradas. 

A la hora de la comida y en época escolar se llena de familias, porque saliendo se traen a los hijos, quienes avientan las mochilas y se comen la botana —caldo de res, enchiladas, sopes y, los jueves, chamorro al pibil—, mientras los padres beben. Todo bien picoso, para que tomes más.

Hoy estoy solo, no hay amigos ni citas, vine a ver con otros ojos este sitio donde el compositor más famoso de México —yo diría, más que Juan Gabriel— comenzó su carrera. Decido poner una tanda tras otra de sus canciones. Soy el borracho molesto que monopoliza la música, sólo que es martes y hay poca gente, así que no importa. La primera que suena es “Te solté la rienda”:

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.PDF: La Razón de México

Por su origen, la canción ranchera está llena de metáforas del campo. La mayoría de los músicos de antes se dedicaba a la agricultura o la ganadería. Sucede de la misma manera que con el country gringo: heredero del mariachi, cuando menos en las letras incorpora metáforas bucólicas y de animales.

En la letra, le suelta la rienda al caballo para que vaya adonde quiera. Me parece que, en nuestra época, la frase se antoja peligrosa, censurable. Sobre todo, porque está dedicada a Alicia Juárez, chica de 18 años de la cual se enamoró y a quien ayudó en su carrera musical. Hasta le propuso duetos, le regaló canciones. Sin embargo, Alicia no despegó nunca. Pese a su belleza, tenía poco carisma.

EN UNA FOTO, donde está José Alfredo con su primera esposa y sus dos hijos, se me queda viendo. En las paredes de la cantina hay varias imágenes de un México que ya no es: un México de partido único, donde el padre era “el cabeza de familia”. A lo lejos veo a Jorge Negrete, quien pese a vestirse de ranchero era un urbanita: usaba el disfraz campirano para poder cantar, con su voz de tenor, las canciones provenientes allá del rancho grande.

Bebo. La siguiente canción es un corrido y está dedicada a un caballo blanco. Lo cierto es que Jiménez no sabía montar; más aún, tampoco tocaba ningún instrumento. De la misma manera que Chaplin le chiflaba la canción a un músico, José Alfredo hacía las letras y le chiflaba la melodía a su arreglista de toda la vida, Rubén Fuentes. Éste tomaba la base y la llenaba de trompetas, violines y guitarras:

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.PDF: La Razón de México

La épica del brioso corcel es, en realidad, la de un viejo Ford Blanco en el que salió de gira cuando todavía no era tan famoso. Cuando dice "Cuentan que en Los Mochis, ya se iba cayendo, / que llevaba todo el hocico sangrando", era porque el radiador estaba sobrecalentado y se escurría el líquido refrigerante. Y más adelante, cuando canta "Dicen que cojeaba de la pata izquierda" se refiere a que la llanta se había ponchado.

En el tiempo en el que José Alfredo llegó a la capital, el país comenzaba a transformarse en un territorio más urbano. Las rancherías y tierras de cultivo poco a poco comenzaron a ceder ante el concreto. De esta manera, los inmigrantes que añoraban los atardeceres en el campo y el sonido de los animales veían con nostalgia la precariedad de los ranchos. Por eso, en la llamada Época de Oro del cine mexicano menudeaban melodramas y comedias rancheras, eso sí, filmadas dentro de los estudios capitalinos.

Si bien nació en Dolores Hidalgo, Guanajuato —donde existe un museo erigido en su nombre—, vino a la Ciudad de México a los 11 años, luego de la muerte de su padre. Junto con sus hermanos, llegó a vivir a una vecindad ubicada en Ciprés 71, en Santa María la Ribera. Así, en poco tiempo pasarían de ser una familia privilegiada en su pueblo natal, donde eran dueños de la botica del pueblo, a ser parte de la clase trabajadora. El propio José Alfredo fue mesero y ayudante en diversos establecimientos.

SUENA LA TERCERA canción que programé, “Un mundo raro”:

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.PDF: La Razón de México

Tomasito me trae otra bola de cerveza oscura y un plato de sopa. Levanto la vista y en una de las fotos de la pared veo a un José Alfredo en traje de charro, bastante llenito. No me parece precisamente guapo, aunque sus ojos eran bellos, con una mirada un tanto triste, pese a que está sonriendo.

Era un mujeriego. Aunque tenía esposa y descendencia, andaba siempre buscando la siguiente conquista, la próxima mujer que le hiriera el corazón. Quienes lo conocieron afirman que llevaba la tristeza por dentro, que la paliaba con grandes tragos de alcohol. Además, claro, de vivir constantemente enamorado. Su gran amigo, Guillermo Infante, productor discográfico, comenta que según el compositor, “sin mujeres y sin amor no existía este mundo”. Estoy seguro de que su forma de enamorar era con la palabra. Yo, sin ser un erudito musical, puedo ver su talento. Ningún verso suena forzado, sus metáforas son tan cotidianas que cualquiera las entiende y se maravilla con esas imágenes.

El primer verso, "Cuando te hablen de amor y de ilusiones", da a entender que le habla a alguien de quien se está despidiendo. Continúa: "y te ofrezcan un sol y un cielo entero", lo cual refiere a las promesas del enamoramiento. Así va preparando el terreno para el revire: "si te acuerdas de mí, no me menciones, / porque vas a sentir amor del bueno". Jiménez sabe cómo hablar de manera poética, asentando un golpe. Asegura a la amada que lo abandona: "seguro vas a encontrar a otro, pero ninguno como yo". Acepta su derrota, no la ofende ni la insulta, sin embargo, él siempre juega a perder, ganando. Esta divisa se repite en varias canciones. Se inventa un personaje que admite su fracaso en la relación, pero que amó y dio tanto, que dejó una huella indeleble en la pareja, quien en el fondo no supo apreciarlo.

Portada "El Disco de Oro de Jose Alfredo Jiménez"
Portada "El Disco de Oro de Jose Alfredo Jiménez"Foto: Especial
Pero sigo siendo... El Rey Jose Alfredo Jiménez
Pero sigo siendo... El Rey Jose Alfredo JiménezFoto: Especial
Un Mundo Raro. Las canciones de Jose Alfredo Jiménez
Un Mundo Raro. Las canciones de Jose Alfredo JiménezFoto: Especial
Las canciones de Jose Alfredo Jiménez en Trio
Las canciones de Jose Alfredo Jiménez en TrioFoto: Especial
Mariachi Vargas de Tecalitlán. Jose Alfredo Jiménez
Mariachi Vargas de Tecalitlán. Jose Alfredo JiménezFoto: Especial

El machismo de aquellos años no permitía aceptar que las mujeres tomaran decisiones y terminaran una relación, aunque en las canciones de José Alfredo sí sucedía. En ese mundo de cantinas y botellas siempre vacías, con caballos briosos y lunas brillantes, las mujeres tenían agencia, al menos para separarse. Pero había que hallar la dignidad en medio de la afrenta, llorar sin verse nada más como el hombre engañado.

Ya empieza la siguiente canción.

La acompaño con mi tercera cerveza y unas tostadas de pata:

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.PDF: La Razón de México

Aquí recurre a lo que llaman “el pacto patriarcal”, ese acuerdo tácito que se nos enseña, sin saberlo, a los hombres: ser cómplices de otros hombres. En otros versos señala: "Yo no voy a matarme por nadie, / yo mi vida la vivo borracho. / Si me cambia por ti, qué bonito, / tomaremos los dos a lo macho".

Mientras la escucho, las mesas se van llenando y recuerdo la cantidad de cantinas que recorrí con mi abuelo, que hacía las veces de mi padre. En esos lugares del centro aprendí, entre oficinistas y maridos infieles, que hay un acuerdo tácito en el cual debemos guardar ciertos secretos frente a las mujeres. En algunas cantinas llegaba (todavía sucede, por cierto), un señor entrado en años con la jovencita en turno; el mesero le brindaba trato de don para contribuir al ligue incipiente. ¿Cómo está, jefe? ¿Lo de siempre?, decía el camarero mientras le arrimaba la silla a la chica.

La última canción de la tanda que dejé programada es la primera que recuerdo haber escuchado:

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.PDF: La Razón de México

Me gusta cómo inicia sin música, con un primer verso que suena a confesión y lamento. Luego lo arropan los violines del mariachi. Es un hombre que quiere aceptar su derrota. "Quise hallar el olvido / al estilo Jalisco (¡no te rajes!"), es decir, lo que se entendía en ese momento como hombría. Yo tampoco pude evitarlo, no por él, sino por las circunstancias: "Pero aquellos mariachis / y aquel tequila / me hicieron llorar".

Para mí, esa canción representaba la alternativa de llorar sin perder mi masculinidad. En lo personal, siempre fui demasiado sensible. Recuerdo que cuando se me salían lágrimas, la pareja de mi madre decía que aquello me hacía débil, que era “demasiado sensiblero”, “muy mariquita”.

Pero llorar, en el contexto cantinero, sí estaba permitido. Así que esta canción a veces me servía para cantar y llorar y hasta abrazar a los que estaban conmigo, sin ser considerado un puto. Recuerdo una fiesta, cuando yo tendría como 20 años, en la que un par de amigos que se querían mucho comenzaron a besarse bajo la clave de que eran tan hombres, que se podían besar y no ser gays. Yo me la creí. En verdad pensé que esas cosas reforzaban la hombría. Nunca besé a nadie, porque en ese tiempo no tuve amigos entrañables; de haberlos tenido, lo hubiera hecho. A la distancia pienso que esos dos —a quienes no he vuelto a ver—, con su prueba de hombría, más bien estaban justificando los escarceos homosexuales.

Él se inventa un personaje que admite su fracaso en la relación, pero que amó y dio tanto, que dejó una huella indeleble en la pareja

APENAS CONMEMORAMOS 50 años de que José Alfredo Jiménez se murió, luego de correrse una borrachera de varios días junto con Chavela Vargas y Tomás Méndez. Hoy escucho sus canciones y me siguen gustando. Eso sí: ya no me creo muchas de las cosas que dice y algunas me parecen de veras aberrantes, como "Debí enamorarme de tu madre".

Todas esas canciones escritas hace décadas siguen resonando en la cabeza de millones de personas, en España, Argentina, Estados Unidos y tantos otros países. Jiménez es México, y México en esas canciones es una mezcla de dolor y resignación. No es de extrañar que músicos muy dispares, ya sea para levantar sus carreras o por genuino gusto, graben sus temas. Después de haber escrito más de 200, muchos de ellos han quedado en el olvido, pero los que sobreviven, lo han vuelto inmortal. Canciones como “Si nos dejan” tienen más de 300 versiones, cantadas por celebridades como Juan Gabriel, Rocío Dúrcal, Plácido Domingo o Luis Miguel.

A diferencia de otros artistas incómodos, José Alfredo ha logrado llegar muy presente al siglo XXI. Su imaginario es el de un mundo lleno de cantinas con botellas vacías, un mundo que no es real pero, en él, la melancolía es perpetua: se disfruta el dolor porque las mujeres siempre se van, pese a nuestro gran amor.