José María Yazpik recuperar lo que fuimos

Esgrima

José María Yazpik (1970).
José María Yazpik (1970).Fuente: imdb.com
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Comenzó su carrera en la pantalla chica pero supo despuntar al gran formato, trabajando con directores de cine como Felipe Cazals, Pedro Almodóvar, Luis Estrada, Ernesto Contreras y Diego Luna. En esta entrevista habla de sus inicios en teatro, su infancia, la paternidad, la dirección cinematográfica y también la cocaína. Además ahondamos en su ópera prima como director: Polvo (2019).

¿Cómo es ser hijo de un ginecólogo?

Cuando tenía ocho años le dije a mi papá que quería ser doctor, me dijo que estaba pendejo. A mí edad, él ya abría lagartijas y ratas, estaba claro que quería ser doctor; no estaba en mí esa vocación. Insistí; me invitó a una operación, me desmayé y nunca volví a pensar en eso.

Fue una niñez rara porque mi padre, aunque estaba presente, al mismo tiempo no estaba. Era un ginecólogo exitoso, viajaba, se salía para atender un parto aunque estuviera en mi cumpleaños. Por un lado estuvo bien porque nos dio cierta comodidad, aunque por otro lado lo extrañamos.

¿Qué recuerdas de La Jolla, en San Diego, lugar donde creciste?

No ver a mi papá; estaba con nosotros en la comida y nada más, porque cuando volvía ya estábamos en la cama. En San Diego la familia se unió mucho. Mis papás pensaban que nos iba a ir igual de bien allá, pero no fue así. Al llegar, mi papá no tenía pacientes, eso nos dio más tiempo con él. Empezamos a tener carencias económicas, pero lo suplió la unidad familiar; en lugar de jugar golf en el Campestre, nos íbamos a la playa.

¿Y de San Ignacio, en Baja California?

La libertad absoluta. Llegamos a un pueblo de mil quinientas personas donde podíamos hacer lo que quisiéramos. Teníamos muchos primos y tíos que solamente nos advertían estar atentos a los camiones y los alacranes. Nada más. Nos íbamos a la presa a nadar, llevábamos navajas y rifles de municiones. Me di cuenta de que el dinero no es importante, sino hacer lo que uno quiere. Así he tratado de llevar mi carrera.

¿Cuáles son los recuerdos de tu niñez que permean más tu filmografía?

El juego, como dicen los ingleses, the play. Ser actor te da el beneficio de tener siete años toda la vida. De niño me encantaba jugar a policías y ladrones y eso lo puedo seguir haciendo en una película, en la serie Narcos o donde sea. Al actuar recupero esas sensaciones de infancia.

Hay una película que, hablando de lo actoral, cambió mi trayectoria: Las vueltas del Citrillo, de Felipe Cazals (2005). En ella aprendí realmente a jugar actuando. En esa época tenía participaciones chicas en cintas, de repente hago el casting y me topo con Cazals; le tenía terror por lo que había escuchado de él. Era severo, incluso agresivo, exigía mucho. Fue militar y es un director que te puede sacar a madrazos del set. Era un proyecto muy complicado, porque es la historia de unos borrachos que toman pulque todo el día, militares de la levita en 1903, con una historia oscura, diálogos difíciles.

¿Cómo fue tu primer encuentro con el teatro?

Estaba en la primaria e hicimos Our Town (Nuestro pueblo), obra de Thornton Wilder. Me acuerdo de haber interpretado al viejito; me gustó encorvarme, pintarme el pelo de blanco, moverme más lento. Mis compañeros se reían, porque me lo estaba tomando muy en serio. No es que ahí hubiera decidido ser actor, simplemente me gustó la sensación, me gustó jugar con mi cuerpo.

Háblame de la mancuerna entre José María Yazpik y Diego Luna.

Nos conocimos haciendo la telenovela La vida en el espejo, donde actuamos de hermanos; desde ahí ya no nos soltamos. Diego cambió mi vida, no sólo me ofreció su amistad, me ayudó mucho en la carrera. Las primeras películas que hice fueron gracias a él. En Nicotina él le dijo al director Hugo Rodríguez que me incluyera; me dio oportunidad en un par de obras de teatro. Ese cabrón da dos pasos y voltea a ver a quién le puede dar la mano; es de una humanidad importante. Además es uno de los hombres más listos que he conocido. Es mi compadre, cuando tenemos problemas nos alivianamos.

En Abel, Diego no quería que yo fuera el protagonista, tuve que engordar para hacer casting y que me diera el papel. Fue muy especial ser parte de su primera ficción como director, me enseñó cómo trabajar desde el amor. Es una persona muy querida en el medio. Hace las cosas a partir del respeto hacia la gente.

Imagínate darle raite a un cabrón, cobrarle cinco dólares y luego enterarte de que es gatillero... Estuve cerca de que me tocara

Desde Nicotina, pasando por Voces inocentes, Un mundo maravilloso, Abel, Colosio: el asesinato, Las oscuras primaveras, Sr. Pig, Todo el mundo ama a alguien y Polvo, ¿cuál consideras que ha sido tu trabajo más honesto?

Polvo, porque soy yo desde la concepción. Es muy distinto hacer una reflexión sobre quién eres y qué has hecho de tu vida, versus entrarle al guión y a la idea de otra persona.

¿De dónde proviene el argumento de Polvo, del cargamento de cocaína que es arrojado desde el aire sobre el pueblo de San Ignacio?

Una amigo colombiano me contó que allá, unos narcos aventaron paquetes de cocaína y cayeron en un pueblo, entonces la gente se desmadró. Llegaron los narcotraficantes y a la hora de recuperar los paquetes, mataron a todo el poblado. La premisa de la cinta es que una persona tiene que volver a sus raíces para cuestionar las decisiones que ha tomado en su vida. Una especie de Ulises, de La Ilíada, que regresa después de años de ausencia.

¿Qué escuchas, en qué piensas cuando alguien pronuncia la palabra cocaína?

Recuerdo Tijuana. Ir a la escuela haciendo carpool con narcojuniors que me pedían cruzar una pick-up a San Diego los fines de semana. En esa etapa yo no tenía dinero y me tentaba la idea de ganar cinco mil dólares cruzando un camión; por fortuna, la educación que me dieron mis papás me zafó de todo eso. Tuve encuentros cercanos con la coca, desde los que la distribuían, hasta las fiestas; vi cómo se fue transformando la sociedad a partir de ella. Los hijos de los narcos eran tranquilos, venían de familias que tenían educación, provenían de una clase media acomodada. Íbamos a una escuela privada de hombres en Estados Unidos, el St. Augustine High School. Imagínate darle raite a un cabrón, cobrarle cinco dólares y luego enterarte de que es gatillero. Dentro de ese círculo mataron a varios; el resto está en el bote. Estuve cerca de que me tocara.

¿Filmar es un acto de supervivencia?

Es un acto que pretende que el momento sobreviva.

¿Qué es para ti la paternidad?

Todo. Volver a aprender. El amor absoluto y el terror más atroz, porque así como se te abren los canales del amor y la comprensión, llegan las visiones de la pérdida.