La ciudad utópica del Dr. Atl

La ciudad utópica del Dr. Atl
Por:
  • antonio_saborit

El Dr. Atl transitó por la vida como una personalidad inusual, según José Juan Tablada, el escritor que conoció y apreció siempre su empeño. Pero el tiempo del Dr. Atl se mide en fértiles décadas —los pintores suelen ser longevos, decía Salvador Novo— y el arco de su vida es tan amplio que en su desarrollo aparece una y otra vez la misma figura bajo luces bien diferentes.

A una sola convicción fue fiel en todo momento, la de las facultades extraordinarias de la vista del pintor. Sobre el astrónomo y sobre el matemático, el pintor tiene la “inmensa ventaja” de ver, escribió en uno de sus libros. “No necesita telescopios, ni hacer cálculos, ni fotografías del cielo durante quince años para conocer de un golpe las formas y el movimiento de las cosas”. El resto nada tiene que ver con su oficio, sino de manera lateral, y más bien es obra de caminatas sin fin por la ciudad y el campo, de entusiasmos concatenados más que efímeros, del deseo de sobrevivir, de tareas de primera necesidad, del placer, de súbitas iluminaciones, de compromisos ineludibles, de su sed de conocimientos. Al regreso de Roma, donde vivió pensionado entre 1899 y 1903, llevó vida itinerante en la Ciudad de México, “andando sin tregua de Coyoacán a Azcapotzalco, de Tacuba a Xochimilco, de día y de noche, lloviendo, granizando, como un Ashaverus del Distrito Federal que tuviera por cárcel las montañas del Valle de México”, como en 1908 le constó a Tablada. Y así se le vio en los últimos lustros, primero en muletas y más adelante en silla de ruedas, por las lagunas de Montebello, en Chiapas, por el valle de Pihuamo, en Jalisco, por la cuenca de Cupatitzio, en Michoacán, por San Juan del Río, en Querétaro, por Tepeji, en Hidalgo, por las estribaciones del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, por el vaso del volcán La Caldera, ubicado en la sierra de Santa Catarina, en el Valle de México, por el Tepozteco, en Morelos, por Teotihuacán, en el Estado de México, por el Bajío, por el Cerro de la Estrella, mientras buscaba un espacio en el cual instalar su ciudad ideal, Olinka.

Éste es el eje de Olinka, el ensayo biográfico que construyó Cuauthémoc Medina para “rehacer la historia del que fue el principal proyecto de madurez” del Dr. Atl, “su Ciudad de la Cultura”. Olinka nunca pasó del papel, y sin embargo generó numerosos documentos de distinta índole. De hecho, su relevancia es discutible frente a la notable realización pictórica de quien durante sus primeros treinta y seis años usó el nombre de Gerardo Murillo, y sin embargo el proyecto mismo es esencial para completar tanto la trayectoria vital como la obra de este artista y escritor.

"Es curiosa la relevancia que el mismo Dr. Atl confirió a sus días y noches en París, por encima de su tiempo en Roma. De hecho, Roma no aparece ni en los manuscritos que dejó a la deriva en un pomo de cristal".

LA IDEA DE LEVANTAR una moderna ciudad de la cultura apareció en la mente del Dr. Atl entre 1911 y 1913, viviendo en París, según afirmó él mismo al regreso del viaje que realizó a Europa en 1952. Nunca antes se refirió a algo semejante, ¿por qué entonces? Empecemos por este último viaje, apoyados en la minuciosa arqueología que realizó Medina. El Dr. Atl zarpó hacia Europa en la primavera de 1952, so pretexto de una oficiosa “comisión de estudios” sufragada por la Secretaría de la Presidencia del gobierno saliente, lo que más bien es un comedido gesto de Miguel Alemán hacia el inusual paisajista que en 1951 rechazó la invitación a ingresar al Colegio Nacional. Visitó Portugal y España antes de recalar en la capital de Francia, con todos los gastos pagados por el gobierno de México. A sus 76 años cumplidos le pareció idóneo sacrificar una o dos semanas en Roma por mes y medio de residencia en París, donde tuvo oportunidad de reencontrar a algunos de los amigos de cuarenta años atrás. De ahí trajo la decisión de emplear su reputación y relaciones entre las minorías dinámicas de México para la realización del viejo proyecto de la ciudad ideal y ponerlo en práctica.

Medina toma con un grano de sal esta versión, cautela que a ratos escapa a otro notable título reciente, Nahui versus Atl, por Alain-Paul Mallard y que nada tiene que ver con Olinka, por Antonio Ortuño, a pesar de que aquí hasta aparece un busto del propio Dr. Atl. Sin la experiencia de haber vivido en la Ciudad Luz antes de la Gran Guerra, sin duda otro muy distinto habría sido el propio artista. Sin embargo, el proyecto de Olinka, advierte Medina, nada tuvo que ver con los dos años que el Dr. Atl vivió en París entre los escritores y artistas que eran identificados en torno a L’Action d’Art.

[caption id="attachment_902456" align="alignright" width="321"] Vista del edificio de Ciencias Exactas, según el diseño de Jacobo Kónigsberg. Fuente: Olinka. La ciudad ideal del Dr. Atl[/caption]

Es curiosa la relevancia que el mismo Dr. Atl confirió a sus días y noches en París, por encima de su tiempo en Roma. De hecho, Roma no aparece ni en los manuscritos que dejó a la deriva en el interior de un pomo de cristal ni en libros autobiográficos como Gentes profanas en el convento. Salió al mundo desde bien temprano, al igual que muchos de los escritores y artistas nacidos en los años setenta del siglo XIX, y como ellos debutó más bien tarde en la política. En Roma, a lo largo de sus cuatro años de pensión convivió con otros estudiantes mexicanos subvencionados, como Elena Marín, Arnulfo Domínguez y Leandro Izaguirre, lo que apenas ha merecido atención, acaso porque la vida y la obra de los artistas mexicanos que se avecindaron en Francia y en España sí fueron capaces de crear a sus enterados. ¿Es que el Dr. Atl precarizó esta experiencia a cambio de permitirse sobreactuar sus emociones? El caso es que a partir de 1904 Gerardo Murillo empezó a colaborar en la Academia de San Carlos, pero se incorporó de manera formal a su burocracia artística a la edad de 32, en 1907. Trabajó en el desalojo e inventario de todas las obras en las galerías de pintura de San Carlos, con el fin de clasificarlas, tasarlas, restaurarlas y colocarlas. El informe es brutal y refiere la baja calidad de la colección. Ahí quedó dicho que en los cuadros del Salón de Pintura Europea dominaba un gran deterioro y que telas y bastidores estaban apolillados; sólo dos bocetos de Rubens se habían librado del maltrato en la Galería Clavé, donde los daños se concentraban en las mejores producciones, como Los peregrinos de Emaús de Zurbarán, y por lo demás la polilla había cundido en todos sus paisajes. Si bien el Dr. Atl no participó en el arreglo y la selección de las pinturas para un proyectado Museo de Arte Retrospectivo, como sí lo hicieron Izaguirre, Germán Gedovius y Félix Parra, lo cierto es que su docencia, opiniones y carácter le granjearon un gran ascendiente entre los alumnos. La exposición de pintura con los trabajos de los alumnos de San Carlos, realizada entre septiembre y octubre de 1910, selló de por vida la amistad de Murillo con figuras como José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.

Desde principios de 1909 Murillo mencionó su deseo de salir del país rumbo a Londres, según Pedro Henríquez Ureña, pero en realidad no lo hizo sino hasta junio de 1911, unas semanas antes de la entrada triunfal de Francisco I. Madero a la capital. En lugar de Londres optó por París, como lo hicieron el expresidente Porfirio Díaz y algunos de los miembros de su gabinete. Medina dedica un capítulo a reconstruir la agenda de Murillo en el ovillo de escritores y artistas avecindados en París al comienzo de la segunda década del siglo XX. Pasa por alto el cuento de cómo y por qué fue que se transformó en Dr. Atl, no así que él mismo consignó que entonces entró en contacto con una de sus numerosas comunidades letradas, L’Action d’Art, a cuyos cofrades expuso originalmente la idea de su Ciudad de la Cultura. “De tamaño remolino, no queda ni siquiera el polvo de la memoria”, escribe Medina al referirse al resultado de su búsqueda. Y añade: “En las páginas de la revista L’Action d’Art —o al menos en aquellas que han llegado a nosotros— la Ciudad de la Cultura no se menciona en ningún lado”.

"Es preciso reconocer la vieja cepa de la fascinación fascista entre nuestros héroes. La popularidad de las películas alemanas  durante los años treinta del siglo pasado algo dice de un amplia pasión  progermánica".

¿Faltó a la verdad el Dr. Atl al afirmar la “idea de erigir una gran ciudad en que se reconcentrasen todas las actividades intelectuales de París”? Tanto se acercó al terreno de la práctica que se eligieron zonas al sur de la ciudad y no faltó quien ofreciera los primeros terrenos. Desde luego que cuarenta años después de este episodio le importó muy poco apegarse a los hechos y decidió sacrificarlos en aras de un golpe dramático. París entonces reunió esporádicamente al Dr. Atl con Ángel Zárraga, Diego Rivera y Marius de Zayas, quienes lo precedieron ahí, y con Alfonso Reyes y Luis Quintanilla, por mencionar algunos. Con ayuda de los apuntes del Dr. Atl, Medina reconstruye sus pasos en compañía de L’Action d’Art y a partir de la lectura de diversos escritos de la época boceta a una comunidad mucho menos interesada en la estética que en una definición del arte como una “forma de rebelión en sí mismo”, al grado que los “actos surgidos del deseo individual eran una extensión del arte sobre la vida”.

EL EPISODIO PARÍS se puede antojar breve. No lo es. Concluye en el cumplimiento de su función: descubrir los rasgos que pudo haber adquirido la persona pública del Dr. Atl en compañía de escritores como Leopoldo Lugones, Paul Fort y Ricciotto Canudo —rasgos en esencia vitalistas que lo llevaron a actuar como lo hizo al volver a México, primero como fugaz director de la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1914, por ejemplo, o bien cuando poco tiempo después, destituido política y socialmente, redactó su propia cartilla moral (“una especie de canto lírico, ultraoptimista y desorbitado”) a petición de un grupo de estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria. Este capítulo de Olinka abunda en la genealogía de la ciudad de la cultura del Dr. Atl, con el fin de desgajar las imposturas que el propio creador creyó indispensable añadir a sus convicciones cívicas con el propósito de remozar su nombradía luego de su activismo profascista y antisemita. ¿Es insustancial que el único arranque de urbanismo que destaca el Dr. Atl en Gentes profanas en el convento, publicado dos años antes de su visita a Europa de 1952, sea el que en los novecientos veinte lo involucró en el desarrollo de un proyecto para dotar a la ciudad capital de dos estaciones de ferrocarril? No es insustancial, me parece. Omite mencionar que este episodio es anterior al estreno en México, en diciembre de 1927, de la ambiciosa película futurista de Fritz Lang, Metrópolis, en la cual el guionista, Thea von Harbou, visualizó una suerte de ciudad de la cultura, tan inacabada como la del Dr. Atl, a la que Adolf Hitler habría de volver una y otra vez durante los años treinta.

[caption id="attachment_902458" align="alignnone" width="696"] Templo de la Sabiduría, según el diseño de Jacobo Kónigsberg. Fuente: Olinka. La ciudad ideal del Dr. Atl[/caption]

EL CAPÍTULO QUE MEDINA dedica al activismo del Dr. Atl en pro de las fuerzas del Eje y en contra de los judíos entre 1939 y 1942 tiene la misma concisión. A estos años pertenecen los panfletos mensuales de tapas rojiblancas de la colección que el Dr. Atl llamó Acción Mundial, la cual incluyó títulos como Paz Germana o Paz Judaico-Británica o Paz. Neutralidad. Guerra o Quiénes ganarán la guerra, cuya recepción más bien se ignora. Esta atmósfera la recoge Covering the Mexican Front de Betty Kirk, pero es preciso reconocer la vieja cepa de la fascinación fascista entre nuestros héroes civiles y culturales.

La popularidad de las películas alemanas en las salas de la Ciudad de México durante los años treinta del siglo pasado algo dice de un amplia pasión pública progermánica en diversas capas sociales. Aún está por documentarse si el trabajo de Artur Dietrich en la legación alemana, al frente de la oficina de propaganda, tuvo alguna relación con los panfletos del Dr. Atl. Todo parecería indicar que alguna sí existió, a juzgar por la información que hace años recabó José Luis Ortiz Garza en México en guerra, no obstante que la genealogía que el Dr. Atl dio a sus panfletos ubica su origen entre 1915 y 1916. Sin embargo, lo que destaca en Olinka es que no obstante la franqueza con la que el Dr. Atl ventiló su devoción hacia Hitler y el nacionalsocialismo hasta 1942, no sólo no tuvo mayor consecuencia —incluso se propuso trabajar en el manuscrito para un libro que se llamaría La transformación racional del mundo— sino que para finales de los años cuarenta el pintor ya había sido rehabilitado gracias al testimonio de Orozco en su Autobiografía y a la defensa que emprendió Siqueiros en No hay más ruta que la nuestra. Se pensó en él para completar la nómina de miembros en El Colegio Nacional.

La Ciudad de la Cultura, afirma Medina, fue entonces la carta a la que el Dr. Atl recurrió ante la caída de quienes eran sus ídolos.

"Un gran centro de investigación vivo fue lo que el Dr. Atl, el pintor de barba y melena, trató de vender a sus patrocinadores potenciales, casi todos ellos miembros en activo en la burocracia del gobierno de México".

Para entonces el Dr. Atl estaba resuelto a no ser rehén de sus triunfos. Con sus muletas, era una de las figuras mexicanas más interesantes, a decir de Novo: “vulcanólogo, pintor, paisajista, dibujante, novelista”, y en efecto había “vivido la existencia más larga y más extraña que pueda concebirse”. Sus numerosos años vivían, sigue Novo, “alojados en una lucidez y en un organismo de treinta, que no arredra la amputación de su pierna”. Además: “Con sus muletas y su puro, su carcajada y su buen humor, se transporta a todas partes, está en todas las fiestas y en todos los cafés y desaparece por semanas o meses hacia los volcanes...”. La descripción corresponde a un Dr. Atl de 86 años. Una década antes, a mediados de 1952, recién llegado de Europa, el Dr. Atl empezó a trabajar intensamente en la realización de su Ciudad de la Cultura.

Medina enumera todos y cada uno de los traspiés de Olinka, desde el accidentado peregrinar del Dr. Atl en pos del mejor sitio para su novísimo desarrollo, hasta el momento en el que un joven arquitecto, Jacobo Königsberg Kreitstein, fascinado por la sola idea de esta nueva urbe, le añadió diversas imágenes y un equívoco perfil utópico. Un gran centro de investigación vivo fue lo que el pintor de barba y melena trató de vender a sus patrocinadores potenciales, casi todos ellos miembros en activo en la burocracia del gobierno de México. Lola Álvarez Bravo, ya entonces concentrada en su galería, en una ocasión organizó una subasta de arte para recabar fondos.

La lista de las edificaciones es elocuente y abrumadora. Olinka debía contar con dos templos, uno dedicado a la mujer y otro al hombre, más institutos de investigación sobre los fenómenos cerebrales en todos los seres vivos, sobre la energía solar, la conquista del espacio, la cerebrología, un museo de arte mexicano moderno y otros dos de arqueología: uno al aire libre y otro de carácter nacional en el que se albergaría el acervo que entonces guardaba el museo de la calle de Moneda. A pesar de los funiculares que el Dr. Atl incluyó para atraer visitantes, el prospecto

albergaba un programa en el que... la investigación de los fenómenos psíquicos y su relación con el orden cósmico, lo que Atl denominaba cerebrología, despuntaba lado a lado de una serie de investigaciones ligadas al proyecto de viajar al espacio exterior.

Medina descubre la “pretensión radicalmente antisocial” de esta ciudad, y agrega:

anteponía el privilegio y la comodidad de unos cuantos sabios y artistas al desenvolvimiento del conjunto de la sociedad. Su impulso derivaba de la condición de alienación y rechazo histórico que definía al artista moderno en el despuntar del siglo XX. Extremando la desconfianza moral y estética del artista por la política contemporánea, Atl postulaba el mundo como un dato negativo e irreformable. Eso lo hacía radicalmente escéptico frente a cualquier tentación utópica, posición que se cifraba de manera retórica en una frase de su manuscrito de la aristocracia: “¿cómo podría crearse de un mundo podrido un mundo ideal?”.

[caption id="attachment_902460" align="alignnone" width="696"] Nubes sobre el Valle de México, colores Atl sobre plancha de cemento, 1933. Fuente: munal.mx[/caption]

La respuesta es compleja e incumbe a la propia naturaleza “escurridiza” del Dr. Atl, explica Medina, al llegar al último tramo de Olinka. La especie ha perdido todo fundamento, vive huérfana de metas, y en su lugar, escribe Medina, el pintor se arriesga a postular “una ciencia ficción de la refundación cósmica en un intento particularmente frenético por paliar la ausencia de un cuerpo heredado o compartido de certezas”. En un universo paralelo al del Dr. Atl, Federico Sánchez Fogarty instauró en el corazón de la ciudad capital su Tercer Imperio Mexicano y para ello, entre 1936 y 1959, sustrajo a la soberanía del país y su capital el terreno del Palacio Fogartiano en San Miguel Chapultepec. ¿Cómo se entiende esto? Con mucho trabajo, por supuesto, pues en el caso de la ciencia ficción del Dr. Atl operan convicciones que él mismo desgajó a lo largo de su vida, valiéndose de la novela y el cuento para expresarlas como un hombre de letras del siglo XVIII incrustado en la hora futura de sus perplejidades relativas a la permanencia, el cambio, el universo. De ahí que éste de Medina sea el mejor retrato del artista anciano que hasta ahora le ha dado la historia al Dr. Atl.

UNA VEZ AQUÍ caben muchas preguntas. Entre ellas, por ejemplo, si el inusual personaje del Dr. Atl no es en realidad más que un loro sofisticado, para robarle la frase a Julian Barnes. Aunque una vez con Barnes viene más a cuento su comparación entre las redes de pescar y el género de la biografía. ¿No es Olinka uno de los agujeros de la red, esto es, el gran proyecto en la vida del Dr. Atl que quedó en embrión? Sin embargo, no por inacabado, como deja en claro el notable estudio de Medina, el de Olinka es menos relevante que los proyectos cumplidos del pintor, los que tuvieron la buena o mala fortuna de alcanzar su realización. La ciudad invisible del Dr. Atl, su ciudad ideal,

su gran empresa... su deseo de entronizar al hombre en el Olimpo, su método de ciencia alucinada, su personalidad, su hedonismo y egoísmo son los recursos de un hombre que atisba una orilla vacía —escribe Medina.

El Dr. Atl vivió en guerra contra todo, salvo con lo que veía con sus propios ojos, la mirada facultada del pintor.

Y la orilla vacía a la que se refiere Medina quizás apareció ante el Dr. Atl en sus paseos por la Roma de 1900, en el Trastévere de su juventud, con un tomo de Nietzsche bajo el brazo.

Cuauhtémoc Medina, Olinka. La ciudad ideal del Dr. Atl, El Colegio Nacional, México, 2018, 261 pp.