La favorita de Yorgos Lanthimos

La favorita de Yorgos Lanthimos
Por:
  • naief_yehya

El tercer largometraje filmado en inglés del cineasta griego Yorgos Lanthimos, La favorita (The Favourite) es una película de época suntuosa, delirante, provocadora e irónica, que se desliza del realismo a la ucronía con una serie de detalles estrambóticos y anacronismos desternillantes. Este filme ha sido celebrado como la obra más accesible del director de Colmillo o Dogtooth (2009) y Alpes (2011), lo cual sería usualmente una señal de alarma para un autor complicado e irreverente, sin embargo la pila de virtudes de este trabajo obliga a poner en perspectiva su acercamiento un tanto más convencional al cine en esta obra.

En La favorita Lanthimos tiene a tres mujeres en sus estelares: la reina Anna (Olivia Colman); su ministra, amante, manipuladora y consejera Lady Sarah Churchill, Duquesa de Marlborough (Rachel Weisz) y la prima caída en desgracia de esta última, la baronesa de Masham, Abigail (Emma Stone), quien resulta una astuta intrigante que usa su atractivo e ingenio para ascender en la corte. Abigail es contratada como criada después de que su padre pierde su fortuna, propiedades y familia en la mesa de juego. La reina aparece como una mujer frágil, ingenua y achacosa que duerme en una habitación con un pequeño ejército de diecisiete conejos a los que trata como si fueran sus bebés. Lo que se presenta como una caricatura más tarde se revela como una tragedia cuando sabemos que cada uno representa a un hijo, un heredero al trono, muerto en la infancia. “Todo mundo me abandona y muere”, dice la reina. Mientras la monarca se pasea torpemente por el palacio, ridícula, triste, adolorida por la gota y una atormentada digestión, imagina ofensas e indignidades provenientes de la servidumbre. Entretanto Sarah se dedica a manejar los asuntos del estado, en particular la eterna guerra contra Francia que desea financiar subiéndole los impuestos a los terratenientes. Abigail, quien literalmente llega cubierta de mierda al palacio, pasa rápidamente de ser una víctima vulnerable de las trabajadoras de la cocina a convertirse en una ambiciosa especuladora que se vuelve la favorita de la reina. Las conspiraciones y la manipulación en la corte reflejan la arrogancia y ambición personal de quienes rodean el trono y su total desprecio por el auténtico costo de la guerra, el sacrificio del pueblo o incluso los pesares de la burguesía. Esto obviamente es un comentario político a la situación contemporánea de guerra sin fin y depredación de los jerarcas de nuestro tiempo: las grandes corporaciones.

El cine de Lanthimos está siempre cargado de un humor punzante, oscuro, cruel y desquiciado; su estrategia es crear universos aparentemente realistas donde tan sólo algunas convenciones insólitas difieren de la realidad y lo transforman todo (lingüísticas en Colmillo, de costumbres en Alpes, legales en La langosta, 2015 y rituales en El sacrificio del ciervo sagrado, 2017). Estas alteraciones enrarecen el ambiente y transforman la aparente normalidad en un excéntrico paisaje moral y social. En esta ocasión, que es la primera en que el director no escribió el guión (Tony McNamara adaptó el guión de Deborah Davis), también la trama coquetea con el absurdo y una variedad de elementos atemporales inyectan al filme una carga crítica que actualiza esta historia de principios del siglo XVIII. El realizador ha mostrado siempre una preocupación por los mecanismos de la autoridad, ya sean los padres, el Estado o la institución médica, así como las formas para transgredirlos.

"Si algo hace inolvidable esta feroz tragicomedia es la habilidad y gracia del reparto y su fenomenal agudeza para escapar de estereotipos”.

Esta cinta es una oportuna exploración de las políticas de género, que se enfoca en el poder femenino sin el menor atisbo de condescendencia ni maniqueísmo. Los hombres aparecen arrogantes, torpes y sobre todo ignorantes de la astucia femenina y sus consecuencias, demasiado preocupados con actividades como carreras de patos o langostas o con tirarle frutas a un hombre obeso y desnudo. Este periodo de la historia de Inglaterra queda aquí en manos de un triángulo sáfico de mujeres ambiciosas e impredecibles que no sólo desafían el orden patriarcal, sino que lo ignoran. Así se refleja en la libertad sexual de las mujeres y la usurpación de los placeres masculinos, como la práctica de tiro, así como en el vestuario de la genial Sandy Powell, que combina brillantemente elementos tradicionales con plásticos, ornamentos extravagantes y texturas modernas así como indumentarias fetichistas (del look pirata a la parafernalia sadomasoquista).

Lanthimos no explota morbosamente la sexualidad de las protagonistas y si bien el descubrimiento del affaire entre la reina y su confidente abre la puerta al complot de Abigail, en realidad no hay juicios homofóbicos. Por el contrario, se concentra en presentar la gama de muestras de cariño, deseo y pasión entre las protagonistas; obviamente sin ignorar las consecuencias, riesgos y privilegios que implican.

Lanthimos filma esta intriga palaciega, basada libremente en la historia real, con una abundancia de tomas panorámicas en gran angular y ojo de pescado. La fotografía de Robbie Ryan crea una sensación que va de la claustrofobia a la agorafobia al convertir al palacio en un laberinto o una mole piranesiana; asimismo se vale de la iluminación natural y sugerentes claroscuros para crear un aire de intimidad y agobio. La pista sonora es un deleite que incorpora a Händel, Schubert y Vivaldi con Olivier Messiaen, así como ruido espectral minimalista y estridente que inunda los salones e interminables pasillos, creando una atmósfera de amenaza.

Pero si algo hace inolvidable esta feroz tragicomedia es la habilidad y gracia del reparto y su fenomenal agudeza para escapar de estereotipos. Nada parece más difícil que lograr que la reina no se convierta en un esperpento lamentable y Colman crea un personaje digno y vital que le hará justicia a su extraordinaria carrera. Asimismo Weisz, con su agresividad y pasión reprimida, y Stone con su engañosa dulzura malévola, ofrecen actuaciones profundas y repletas de matices que vuelven complejos a sus personajes.

Sin duda ésta es la primera vez que Lanthimos nos presenta personajes articulados y pluridimensionales que merecen su respeto. Este es un cambio radical ya que una de las características de los anteriores filmes del director griego era su énfasis en la frialdad emocional, el desapego y la austeridad expresiva de sus actores, mientras que aquí logra que alcancen registros memorables. Si bien no hay duda de que es un filme soberbio, no queda claro qué sucederá con Lanthimos, el perturbador director de culto que aún no hemos terminado de admirar.