La música antigua según Jaramar Soto

La música antigua según Jaramar Soto
Por:
  • alicia_quinones

¿Cómo fue el viaje de El hilo invisible?

El hilo invisible es un proyecto que nació de un deseo de llevar mi música a un espacio sonoro distinto, algo que hago continuamente porque no

me gusta repetirme. Hay repertorios que armo muy cercanos a mi corazón, y si quiero tocarlos siempre me esfuerzo por renovarlos, al tiempo que invento cosas nuevas. Yo tenía el deseo de crear un proyecto con el Cuarteto Latinoamericano. La idea inicial fue grabar una canción para un disco de colaboraciones, incluso seleccionamos la pieza, pero gracias a que regresé a mis

repertorios de música antigua y medieval —parte importante de esas piezas provienen de la tradición judeoespañola de principios del Renacimiento, finales de la Edad Media— se me

ocurrió que sería bellísimo grabar un disco completo de canciones de la tradición sefardí y transformarlas musicalmente con el cuarteto, uno de los ensambles más importantes de América.

Como su vocación es tocar la nueva música mexicana y tienen un amplio repertorio de piezas contemporáneas y de concierto, pensé que había que hacer arreglos arriesgados con una estética sonora moderna que, a su vez, conservara esa esencia, belleza y exotismo para llevarlas a un concepto sonoro actual. Lo propuse y el cuarteto aceptó. La sinagoga Justo Sierra del Centro Histórico de la Ciudad de México era el sitio indicado. Además del

significado, el cuarteto prefiere grabar en espacios de conciertos y no en estudio; en espacios con una acústica viva. Mónica Unikel, directora del lugar,

acogió de inmediato el proyecto. Al principio tenía mis dudas, porque en general las iglesias tienen un eco pronunciado, y no, la sinagoga resultó un excelente sitio de grabación. Jerry Rosado, mi productor, salió de su estudio y grabamos ahí, donde también filmamos un documental con el fotógrafo Michel Amado.

¿Cómo se concibieron los arreglos?

El violinista del cuarteto, Javier Montiel, decidió hacer sólo cuatro de las diez piezas. Después convocamos, gracias a la sugerencia de mi productor, a Juancho Valencia, músico

colombiano, destacado líder de Puerto Candelaria. Confieso que la grabación del disco fue muy rápida, lo hicimos en un día y medio; esto es porque con el cuarteto no pierdes tiempo, con un ensamble de esta categoría sabes qué es la disciplina y cómo comprenden la música inmediatamente. Cuando se decidió enviar el disco a postularse al Grammy —porque lo hicimos nosotros y lo enviamos a título personal—, y salimos nominados, ya fue suficiente sorpresa, porque en música clásica compites con pesos pesados de Hispanoamérica, en una categoría de alta exigencia como ésta. La nominación ya era bastante; pero mayor la satisfacción cuando fuimos elegidos como mejor disco del año compitiendo con algunos de nuestros más grandes ídolos como Jordi Savall.

Una de las ideas de la lírica popular es su transformación, su exilio, su autoexilio…

La lírica popular es una tradición viva, son canciones que han viajado. Estuvieron en el exilio desde la expulsión de los judíos de España en la

época de los Reyes Católicos, y se fueron enriqueciendo en ese exilio a Turquía y América. Además, dejaban huella en las músicas tradicionales de los lugares. En la tradición lírica popular mexicana, en las peteneras y en canciones sudamericanas encuentro versos que son muy parecidos a los de la tradición sefardí.

¿Cuándo la música se considera clásica?

Estos géneros limitan mucho a la música. Por supuesto, a nivel de musicología hay criterios. Este disco nuestro no es música clásica, como tampoco el de Jordi Savall; nosotros inscribimos a El hilo invisible en la categoría de folk para participar en los Grammys. La música clásica es un periodo histórico, pero hay otra manera también de concebir el término de clásico que es cuando algo ya pertenece al ámbito universal.

Las canciones viajeras de tu más reciente disco son distintivas de tu carrera y de tu paso por distintas disciplinas artísticas.

Definitivamente. Yo vengo de una familia de artistas, mi madre, Alma Rosa Martínez, fue bailarina de la llamada época de oro de la danza mexicana. Mi padre, Alfonso Soto Soria, fue un museógrafo muy prominente, ambos influyeron en mí. Me tocó crecer con todos sus amigos pintores o escultores, una parte de ellos de la Generación de la Ruptura. En ese entonces, los pintores diseñaban vestuarios o escenografías, los músicos alimentaban a la danza. Tú podías transitar de una disciplina a otra sin mayor problema. Mi padre estaba en contra de la sobre especialización, él decía que era mejor ser renacentista. Tener una cultura profunda en varios campos, conocer, leer, escuchar y ser capaz de transitar de un medio a otro. Yo comencé con la danza, después la pintura y desde muy pequeña cantaba y tocaba la guitarra. He leído toda mi vida, así que no siento las fronteras.

Mi incursión en la música antigua llegó de una forma providencial, nunca tuve un afán académico, de rescate ni divulgación, sino de disfrute.

¿Cómo se establecen las rupturas y las renovaciones en la música tradicional?

Margit Frenk, la gran experta en lírica popular hispanoamericana fue siempre mi referencia. Llegué a hablar con sus discípulos para que me dieran ideas y guías para mi

material. En una conferencia que ella dictó hace como diez años, me acerqué con temor, porque sentía que yo era muy poco respetuosa de las tradiciones, porque tomo las canciones y las transformo. Resulta que ella conocía mi trabajo y me hizo ver las cosas de otra manera, me animó porque me dijo que en la tradición no se trata de preservar, sino de recrear, siendo ése el espíritu que mantiene viva a la lírica popular.

¿Qué es la música en este momento de tu carrera?

La música es el motor de mi vida, está en la base de todo lo que hago. Mi búsqueda en la música, en el arte, es lo que me hace ser quien soy; de ella se desprende mi relación con el mundo.