Las chicas contra Trump / Capítulo Nueva York

Las chicas contra Trump / Capítulo Nueva York
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Por Lorea Canales

Las marchas se organizaron de bote pronto, como un capricho: hagamos una marcha de mujeres, se dijo, pero que también incluya a los hombres. Que muestre la oposición a Trump. Dejémosle claro que no vamos a dejar que nos quite los derechos. La marcha no tenía una política muy específica, era pro medio ambiente, pro derechos LGBT, pro migrantes y anti-Trump. No había una gran organización detrás, y los esfuerzos se vieron muy pronto rebasados por los mares de personas que acudieron. Había padres jóvenes con carriolas. Mujeres mayores con memorias de las marchas de los setenta, una llevaba un letrero que decía: “No puedo creer que sigo protestando esta m...”

Había niños y niñas. Jóvenes. Un número nutrido de hombres. Llegamos a las doce porque así lo indicaba la inscripción oficial, que hicimos con el nombre de “Las chicas contra Trump”. La intención era escalonarnos, para que no llenáramos la plaza donde iniciaba la marcha, y nos habían dado un tiempo de salida temprano, pero se desbordó la ciudad. Las niñas, amigas de mi hija de 13 años, habían pasado la tarde anterior haciendo pancartas que decían: Its getting hot in here (Aludiendo al calentamiento global); We expect respect (Esperamos respeto); Build bridges not walls (Construyamos puentes y no bardas); Hate won’t make us great (El odio no nos hará mejores). Cuando abordamos el metro para llegar a la Avenida 42 nos advirtieron que no nos iban a dejar llevar los palos con los que deteníamos las cartulinas.

Apresuradamente los desarmamos para llevar sólo cartulinas —pero no hubo ningún tipo de seguridad, nadie revisó mochilas, ni pancartas. Sólo había personas, miles y miles de personas por todas las calles de la ciudad. En algún momento la policía declaró que se veía imposibilitada de controlar las hordas, jamás esperaron a tantos.

LA CANTIDAD

INCALCULABLE

No sé porqué los políticos, o los medios, o los politólogos, son incapaces —siempre son incapaces— de calcular cuánta gente hay en determinado lugar. No sé porqué los grupos humanos parecen ser incuantificables, después de una marcha siempre dicen: hubo entre 10 mil y 100 mil, o un candidato jura —como Trump— que él vio con sus propios ojos un millón y medio durante su toma de posesión, mientras los medios y la CIA hablan de cientos de miles.

No sé porqué los humanos somos difíciles de contar. ¿Cuántos fuimos? Me gustaría saber de verdad. En total, entre todas las marchas del mundo, se habla de millones, millones en plural, eso me basta. Millones protestamos. Así que entre millones, terminamos atrapadas durante dos horas en la Calle 48, el tráfico se volvió humano —los coches estaban restringidos en la mayoría de las calles de la ciudad. No caminábamos y la calle cada vez se llenaba más y más, hasta que decidimos marchar de reversa y nos encontramos con más calles llenas y más personas. Los policías que normalmente manejan las marchas como expertos pastores, sonreían sin saber indicarnos nada. La gente va hacia la Quinta Avenida, decían dándose por vencidos. Esa siempre había sido la intención, caminar por la Quinta Avenida hasta la Torre de Trump. Y así, navegando entre las calles congestionadas, todas atiborradas de gente con pancartas, con actitud solidaria, con slogans simpáticos — son difíciles de traducir: desde el Love trumps hate (El amor triunfa sobre el odio, pero usando el nombre de Trump) hasta el We shall over-comb (un juego entre el We shall overcome del Martin Luther King y el peinado de Trump que más que un queso Oaxaca es un souflé amarillín). Eso me recuerda que unos manifestantes estaban disfrazados de regaderas doradas —en alusión al dossier ruso que incrimina a Trump.

Quizás lo más insólito eran todos los gorros tejidos con dos orejitas, el pussy-hat. ¿En qué momento es que un gorro tejido de hilo rosa con orejas de gato se volvió un símbolo de la feminidad? Entre todos los símbolos posibles, acabamos tejiendo con estambre rosado, ridiculizándonos —gorrito con orejas—; supongo que la intención es decir: no nos oprimes, no tienes ninguna fuerza sobre nosotros, tú nos quieres agarrar del pussy (de ahí viene todo lo del gorrito), pues nosotras nos convertimos en pussys (gatitas) con gorrito rosa. El estambre rosa fue tan socorrido que ya no se podía encontrar en todo Brooklyn y Nueva York. Había miles y miles de gorritos rosas. Aviones y camiones llenos de mujeres con gorritos rosas poniendo selfies en Instagam. El símbolo de la marcha fueron los gorritos de gatitas rosas, y también miles de dibujos de ovarios y trompas de Falopio, algunos de ganchos con una barra encima, como para decir: no más ganchos, no vamos a regresar a la era del gancho —que es lo que quieren aquellos que claman defender la vida.

El pueblo se manifestó a favor de los migrantes, a favor de la Tierra y los derechos de las mujeres. Pero este gobierno no escucha. La esperanza es que haremos que escuche. Que seguiremos levantando la voz. Que no vamos a quedarnos de brazos cruzados, cuanto menos los brazos estarán tejiendo gorritos rosas, pintando pancartas, saliendo a la calle, tendiendo lazos. Por unas horas la agenda era femenina, las voces estaban unidas, había un canto que empezaban hombres y seguían mujeres: Her body, her choice. Seguido de: My body, my choice. Aquí había hombres, miles de ellos a quienes no se tenía que convencer, ellos mismos llevaban pancartas diciendo: The future is female (El futuro es femenino). O Quality men for equality (Hombres de calidad por la igualdad). Por unas cuantas horas, sobre la Quinta Avenida un futuro mejor e incluyente parecía posible. ¿Cómo no lo hicieron antes? Se quejaba una amiga poeta en Facebook. ¿Por qué no se hizo esta marcha antes de noviembre? Trump mismo tuiteó: ¿Por qué entonces no salieron a votar? Quizás lo que Hilary no pudo unir, que no lo separe el hombre, Trump.

Quizás en el futuro se le vea como el gran unificador de la resistencia. Y sí, había varias princesas Leias también.