Las Claves

Las Claves
Por:
  • carlos_olivares_baro

Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, 1946): voz imprescindible de la poesía contemporánea en lengua española. Premios: Poesía Aguascalientes (1982), Xavier Villaurrutia (1994), Internacional de Poesía Jaime Sabines (2005), Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde (2008), Mazatlán de Literatura (2010), Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura (2012). Poemarios concluyentes: Moneda de tres caras, Las gastadas palabras de siempre, Las islas de las breves ausencias, Población de máscara... A veces, viste el alma del juglar Mardonio Sinta y canta las coplas de ¿Quién me quita lo cantado?

Odioso caballo: libro publicado por el poeta veracruzano en el filo de su cumpleaños setenta. “Hoy amanecí montado en Dios. / Dios es un caballo de edad indefinida”. Dios carga en su lomo a un pálido jinete de ojos rabiosos que va mascando misericordias bajo los aguaceros. “Dios, caballo nariz de sable. / [...] / Dios, anciano con facha de potrillo / [...] / Dios, tuerto, caballerango y dueño”. Versos que recapitulan colmos en el charco de las miradas y develan el desamparo del hombre. Cascos desaguando sangre a la intemperie sobre un columpio chirriante: música que desnuda a los condenados. ¿Sabíamos que Dios es un verdugo generoso, aun con sus corderos? El reflejo del espejo se cuartea frente al jadeo: “Nunca había visto espuma desbordando / de la boca de un caballo de guerra, / mas cuando enjabonaste tu cuerpo / vi” (Yehuda Amijái).

Seis apartados: I. “Odioso caballo”, II. “Paterson la horrible”, III. “¿Cuánto pesa un caballo?”, IV. “Taller de Moris”, V. “Cartas”, VI. “Epílogo”. Seis scherzos con frunzas de rondó y resonancias de una sonata de Joseph Haydn. / Allegro arrebatado: Dios vislumbra las cifras galopadas y silencia las plegarias. Adagio: Dios conjetura una brisa en Paterson escoltando floraciones y pájaros ponzoñosos. Tempo de menuetto: Dios sabía que la muerte montó la yegua de la noche y “le contó su infancia / a Paul Celan”. Andante: Dios arrienda la ventisca en las galerías. Presto: porque Dios baja y sube en la cadencia del suspiro: mistifica el desvelo y humedece el deseo. Finale: brevedad de un largo animato en la espiral musgosa del caracol. Signos robados en

la misericordia de una música teñida en la

extrañeza. Dios sabe que la vida y

la muerte son barajadas sospechas.

Caballos cómplices de Alejandro Magallanes. Caballos de erizadas cerdas martianas (Que como crin hirsuta de espantado / Caballo que en los troncos secos mira / Garras y dientes de tremendo lobo, / Mi destrozado verso se levanta...? / Sí; ¡pero se levanta! —a la manera / Como cuando el puñal se hunde en el cuello / De la res, sube al cielo hilo de sangre: / Sólo el amor engendra melodías.”). Jacos cercenados en las rutas del pediatra que tiene su consultorio en Paterson. Caballos escoltando sueños con proporciones de un presentimiento: “¿O Dios o caballo? / Odioso caballo”.