Luisa Josefina Hernández: El diálogo incesante

El fallecimiento de Luisa Josefina Hernández, el pasado 16 de enero, caló hondo entre las comunidades teatral y literaria, a las que enriqueció durante décadas. Estudiante de literatura inglesa y teatro en la UNAM, fue autora de más de quince obras de teatro y una decena de novelas. En su trayectoria obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia, además del Premio Nacional de Ciencias y Artes, en Lingüística y Literatura. Un alumno suyo la recuerda aquí, con la complejidad humana que supo articular a base de palabras y que forma parte de su legado. 

Luisa Josefina Hernández (1928-2023).
Luisa Josefina Hernández (1928-2023).Foto: José Gómez de León
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Existen personajes cuya vida y trayectoria abarcan diversas dimensiones y generaciones. Luisa Josefina Hernández (1928-2023) es de esa estirpe. Aunque ha partido para siempre, perdurará en el teatro mexicano y de lengua española, así como en la narrativa: el gremio escénico suele olvidar que es autora de una buena cantidad de novelas y que esperaba ser recordada por ellas.

Además de su producción literaria, su paso por la academia marca un antes y un después: exigente, puntual, enemiga de la mediocridad, con un dominio absoluto de su materia y con la habilidad para hacer comprensibles a sus alumnos los aspectos más intrincados de la composición dramática. Siempre con una sonrisa y dueña de un humor inteligente, iluminó en dos sentidos: por arrojar luz sobre el conocimiento y por encender la llama en quienes tuvimos la dicha de escucharla.

CON EL PASO DE LOS AÑOS terminé por leer su libro La calle de la gran ocasión, no sólo co-mo teatro sino como una reflexión esencial sobre la vida, para el uso cotidiano, aunque es claro que los diálogos breves que lo componen seguirán funcionando siempre que se representen, como funciona en general su dramaturgia hasta la fecha.

De un tirón me leí el último título que ella vio publicado: La nueva calle de la gran ocasión, coedición de la Sociedad General de Escritores de México y la Universidad Autónoma de Nuevo León, con fecha de noviembre de 2022, en otras palabras, dos meses antes de su muerte.

Vaya que es un gran cierre para una trayectoria fructífera tanto en la dramaturgia como en la novela. El volumen tiene varios detalles que hacen pensar en que su proceso editorial fue apresurado, descuidado, o las dos cosas, con erratas y faltas de ortografía impensables para quien lo escribió. Pero más allá de las fallas editoriales, lo que verdaderamente importa es el hecho de que exista el libro y podamos disfrutar de los 47 nuevos diálogos que lo integran: siguen reflejando el supremo conocimiento de trazo de personajes, dibujo de caracteres en unas cuantas acciones y parlamentos, a veces sutiles y a veces atrozmente directos, por los cuales siempre fue admirada la dramaturgia de Hernández.

Es como si la autora, al final, ya no sintiera ataduras para cuestionar lo que le viniera en gana.

EL TÍTULO merece una explicación. A lo largo de varias décadas, la autora elaboró escenas breves como ejercicios para los alumnos de actuación. En 1962, la Universidad Veracruzana le publicó la primera recopilación de quince diálogos, bajo el título La calle de la gran ocasión, que todas las escuelas teatra-les a lo largo del país pronto adoptaron, en cumplimiento de su propósito original.

En 1985, Editores Mexicanos Unidos, en su célebre colección de teatro que coordinaba Emilio Carballido, publicó una segunda edición que añadía una nueva serie y además incluyó “Tres diálogos sobre la desesperación de doña Blanca la Sabia”; es decir, la colección aumentó a 41, y así quedó la obra durante décadas.

Ahora sabemos que la maestra Hernández siguió escribiendo diálogos grandocasionales, y por ende la publicación de los nuevos 47 podía remitirse al título que había consagrado las dos primeras series. En total, entre las tres series publicadas (1962, 1985 y 2022), la maestra nos brindó un corpus de 88 ejercicios que, por supuesto, son mucho más que eso, tanto en términos literarios como escénicos.

En los nuevos diálogos predomina una visión pesimista del mundo y las personas, aunque siempre desde una gran comprensión y empatía con sus debilidades; los personajes realizan o narran acciones rudas, a menudo con un lenguaje inmediato y hasta vulgar, en total congruencia con sus caracteres. Hay que señalar que las primeras dos series combinaban visiones más optimistas de la vida, con tintes incluso poéticos, míticos o fantásticos, ausentes en la nueva colección.

A cambio de centrarse en un realismo francamente directo, los nuevos diálogos también sorprenden porque están más a ras del suelo, vinculados a hechos y figuras públicas. En este sentido, el que más me impresiona es el que describe el funeral de Carlos Monsiváis en el Palacio de Bellas Artes, con un tratamiento descarnadamente satírico o feroz y descripciones burlescas de varios personajes, sin mencionar un solo nombre propio ni disimular la alusiones claras y reconocibles. Como si la autora, al final de su portentosa carrera creativa, ya no sintiera ataduras para cuestionar lo que le viniera en gana, con una admirable libertad de opinión ante los cortesanos del poder cultural. Por eso mismo nunca fue amiga de ceremonias ni premios, aunque su obra mereciera todos.

AUTORA SABIA, COMPRENSIVA del interior silencioso de las personas, discreta con su propio mundo personal y familiar, nunca hablaba de ella misma en clase, salvo alguna que otra anécdota graciosa, y prohibió siempre tomar su propia obra como modelo de estudio en el aula. Somos legiones los discípulos agradecidos, los espectadores tocados, los lectores iluminados por esta "criatura mítica", como se le llamó en alguna entrevista. Escribí algo muy básico sobre su importancia como dramaturga en un libro reciente, pero nada me bastará para expresar todo lo que le debo en lo personal, así como lo que todos le debemos en la esfera pública y profesional, a Luisa Josefina Hernández.