Marcha de las mujeres, osadías femeninas en el año 2018

Marcha de las mujeres, osadías femeninas en el año 2018
Por:
  • lorea.canales

Los hombres tienen miedo que se rían de ellos,

las mujeres tienen miedo de que las maten.

—Margaret Atwood

Yo no soy libre, mientras haya otras mujeres que no sean libres,

aunque sus grilletes sean muy distintos a los míos.

—Audre Lorde

En su nuevo libro Mujeres y poder, un manifiesto, la profesora de literatura clásica Mary Bread habla sobre el momento fundacional —literario— en que a las mujeres se les niega el derecho a hablar. En La Odisea, Telémaco, el hijo adolescente, le dice a su madre Penélope quien aguarda la llegada de su esposo: “Cállate y sube a tejer... hablar será asunto de hombres, y yo más que ninguno porque mío es el poder de la casa”. Tres mil años después, las mujeres seguimos luchando por nuestro derecho a hablar y tener control sobre nuestros cuerpos. Que un punto clave del debate sea que las mujeres debemos insistir en que somos tan dignas de derechos como cualquier hombre, es casi cómico si no fuese tan serio.

La frase de Hilary Clinton enunciada en 1995, en Beijing: “Los derechos humanos son los derechos de la mujer”, aún suena controversial y es rechazada. En la presidencia actual de Estados Unidos las huestes republicanas han hecho lo posible por demoler los avances en el acceso al aborto, impidiendo incluso que dentro de la administración se pronuncie la palabra feto. La lucha por la igualdad de salarios y por lugares de trabajo donde los hombres en posiciones de poder no abusen de la subordinación de las mujeres forzando relaciones físicas sigue siendo necesaria. Nada ha cambiado, todo debe cambiar. Las mujeres, aún con voto, con posibilidad de firmar contratos a nuestro nombre, pagando impuestos, seguimos siendo ciudadanos de segunda. Desde niñas se nos discrimina y condiciona a un trato desigual. No creo que haya habido un despertar de conciencias, como no creo que los esclavos antes de la guerra civil hayan creído que su estado natural era la esclavitud. Siempre hemos sabido que el trato es desigual y siempre hemos temido a los hombres, a su poder, su crueldad y sus puños. Hemos visto a mujeres sometidas con extorsiones económicas, psicológicas y físicas y sabemos que si nos pasamos de la raya nos puede ir “como en feria.”

Lo que ha cambiado es la existencia de una valentía colectiva, donde se puede decir “#yotambién”: a mí también me metieron mano, me presionaron, me negaron la recompensa de mi trabajo, han abusado, se han aprovechado de mí por ser mujer. Entonces, tejiendo sombreritos rosas, con orejas de gatito para simbolizar el sexo femenino, la vagina, el pussy, mujeres y hombres que apoyan a las mujeres salieron a marchar, muchos de ellos también con sus sombreritos rosados.

Este año la marcha tuvo un matiz diferente. Trump cumple ya un año en la presidencia. Sus más recientes comentarios sobre “países de mierda” hacen que muchas de las consignas sean escatológicas y aquí se dice lo que se piensa: el mierda es él, lo que sale de su boca. El que la está cagando es él. Es una marcha pro mujeres, pero también contra Trump y su administración. Prevalece sin embargo un sentimiento de impotencia. Sí, millones de mujeres en el mundo pueden marchar, sentirse libres, portar carteles y gritar contra el presidente, pero en el poder la lucha por escamotear sus derechos a las mujeres continúa. Los salvadoreños y haitianos a quienes se les han revocado sus permisos de residencia no encuentran consuelo. Los millones de indocumentados siguen condenados a una existencia en las tinieblas de la ley. Los dreamers tienen sus derechos secuestrados. Las que desean que el seguro médico les pague los anticonceptivos tendrán que pagarlos de su propia bolsa. Y las que desean el mismo salario que sus compañeros —que se aguanten. Nada de eso cambia.

Sí, han perdido su trabajo algunos acosadores seriales como Harvey Weinstein, y otros han decidido por sí mismos retirarse del escenario público, como Louis C. K., pero sólo son castigos ejemplares, en ocasiones autoimpuestos. “Sí, vístanse de negro”, dicen los machos en el poder. “Lamenten que las emborrachamos y las pusimos contra la pared y las manoseamos, quéjense de nuestras lenguas indeseadas. Reclamen sus salarios dignos. Ya verán cómo les va.”

En México, el movimiento empezó con #miprimeracoso, donde miles de mujeres valientes compartieron la primera vez que se sintieron acosadas —la gran mayoría no pasaba de los doce años de edad, muchas tenían sólo seis. Las situaciones eran de un abuso

inequívoco: una niña, un señor y unas bragas arrancadas, una falda levantada, una mano donde no debería estar la mano de nadie. Una niña y una memoria indeleble que ella cargará consigo toda su vida.

Luego de que Brock Turner fuera juzgado como violador de una mujer inconsciente en el campus de la Universidad de Stanford, donde él era miembro del equipo de natación, su padre lamentó que fuera registrado como delincuente sexual: dijo que “el precio a pagar por veinte minutos de acción” le parecía “alto”. ¿Y cuál es el precio que paga la víctima? ¿En qué consistieron esos “veinte minutos de acción”? En ultrajar a una mujer indefensa. El primer cartel que me encuentro al llegar a la marcha lo portan un

par de jóvenes bien arregladas y dice: “Los muchachos serán muchachos”. Pero el segundo “muchacho” está tachado y en cambio dice: “Los muchachos serán responsables de sus chingadas acciones”.

Uff, qué revolucionario, qué innovador, qué atrevido pedir a un hombre que sea responsable. Inusitado. Yo siempre oí lo contrario: “El hombre llega hasta donde la mujer se deja.” No importa que la mujer sea mucho menor de edad, con menos educación y recursos: ella siempre es responsable. “Así son los hombres”: violentos, avorazados, incontrolables, y no hay nada que hacer.

Para la idea de un hombre responsable de sus acciones, vaya, fue necesario llegar al siglo XXI. Otros conceptos le siguen, como la idea de que las mujeres somos seres humanos y como tales tenemos sexualidad. Y que esa sexualidad no es un objeto, un premio ni un castigo, sino parte fundamental de nuestra persona. Otra idea: que el mundo no está dividido en vírgenes y putas, mujeres respetables y mujeres de la calle. Todas debemos gozar de los mismos derechos. Pero claro, el siglo XXI aún no llega del todo. Díganselo al Estado que oscurece e ignora esta violencia, a todas las que caminamos con miedo, hablamos, gritamos y reclamamos que nos escuchen.