Mi cuerpo masculino feminizado

Que alguien nazca con un determinado sexo no implica que emocional, anímica y socialmente se identifique
con ese género. Luego de siglos de ser invisibles para la mayor parte de la sociedad, hace poco
entraron al discurso general las personas trans, pero falta mucho para que la mentalidad dominante
cis —en la que sexo y género se corresponden— reformule su concepto de lo que es normal. Aquí,
una mujer trans cuenta su aprendizaje entre los pronombres él, con el que nació, y ella, el que finalmente adoptó.

Mi cuerpo feminizado
Mi cuerpo feminizadoFuente: debutart.com
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Amuy temprana edad esa niña se percató de que no era vista como niña, ni por su familia, ni por sus amigos... por nadie más que por ella misma, pues todos la consideraban varón. Al crecer, la adolescente anhelaba ser vista como mujer por los jóvenes del colegio. Quería ser objeto de halagos como sus compañeras, provocar los más inimaginables pensamientos en el sexo masculino, encantarlos con su feminidad, según escuchaba en pláticas de hombres quienes, curiosos, ávidos por conocer el enigma femenino, se enamoraban de las adolescentes hasta el desvarío. Andar de manita sudada con los jóvenes apuestos heterosexuales era su mayor fantasía. Esa niña, esa adolescente, soy yo.

ÉL, ELLA, ELLE. Con ninguno de estos pronombres termino de identificarme por completo. Al haber nacido con anatomía masculina se dio por sentado que mi identidad de género era masculina y, por ende, él me fue asignado y él seguí usando, más que por convicción, por una especie de comodidad obligada, una comodidad psicosocial que de cómoda sólo tiene la apariencia.

Con elle no me identifico. Respeto a quienes lo usan, pero no es para mí, a pesar de identificarme como mujer trans no binaria. Comencé a adjudicarme ella hace un año —o hace diez, si consideramos lo que Monsiváis llamó travestismo verbal: usar el pronombre opuesto al género asignado, fenómeno común entre hombres gays que acostumbran referirse a sí mismos diciendo, por ejemplo, “quedé guapa” o “soy la mejor pintándome las uñas”.

Extendí hacia mi familia nuclear mi nuevo pronombre, ella. Mis hermanos lo aceptaron; siempre lo han hecho, con mi primera salida del clóset once años atrás —identificándome como hombre gay—, y con la segunda —ya co-mo mujer trans no binaria. Sin embargo a mis padres no pareció agradarles. “Mis amigas, la familia, ¡qué van a decir!... ¿Te piensas vestir de mujer? ¿No podrías no hacerlo?”, decía mi madre mientras mi padre se sobaba la frente frunciendo el ceño, gesto usual ante preocupaciones severas, irremediables: “Está bien que tengas tu propia personalidad, pero ¿qué necesidad de caer en los extremos?”. Afortunadamente la situación ha mejorado en el año transcurrido desde aquella plática. Bastante, diría yo.

LA SOCIEDAD ESTÁ CAMBIANDO pero los cambios no son gratuitos, hay un cos-to para la comunidad LGBTQ+ y, en particular, para las siglas TTT (Travesti, Transgénero, Transexual). Ese “no caer en los extremos” es precisamente lo que pretendo combatir, pues es necesaria nuestra presencia, alejarnos del clóset para acercarnos a los espacios públicos, salir a plena luz del día como lo hace cualquier otra persona para ir al supermercado, a la oficina, al cine o a cualquier actividad rutinaria.

Cuando en un espacio público se ve a una persona travesti, transgénero, transexual o no binaria, hay reacciones por parte de la gente. Particularmente cuando es un cuerpo feminizado nacido con el fenotipo masculino, es decir, con visibles caracteres corporales masculinos. Estas reacciones parten de la ignorancia conjugada con la hegemonía cisheteropatriarcal.

Cada día al salir a la calle, con atributos en mi atuendo típicamente asignados al sexo femenino, suelo resistir las miradas escudriñantes que de pronto son puñales afilados que atraviesan mi anatomía, mi intimidad. Y, sin embargo, resisto. Es una lucha a la que me enfrento todos los días. De cierta forma, como la cura del mal de amores, el tiempo es la mejor pócima, pues vuelve costumbre esas miradas ajenas, punzantes. Vueltas costumbre, no hay manera de penetrar en mis medias de seda, en mis tacones glaciares, en las sombras de humo coronando mis pestañas. No hay manera. Me vuelvo inquebrantable y la más deleznable mirada de un niño tan genuino como malcriado, o de cualquier transeúnte o persona machista que se atraviesa a mi paso y critica mi apariencia o murmura burlas, lejos de hacerme sentir avergonzada, me da más valor para seguir desnudando mi naturaleza, vistiéndome con infinita variedad de telas —tan infinita como mis alas expandidas—, con el calzado que antes era propio de mi materia onírica, y hoy es parte de mi realidad.

ME PONGO LAS PRENDAS que me gusta usar y lo hago para exigir mis derechos, mi libertad, para decir a la sociedad que mi cuerpo, mi persona y mi atavío son tan válidos como los de cualquier otro individuo, que no soy ningún ente dañino. Lo dañino, lo corrosivo, es el conservadurismo transfóbico, el machismo, la ignorancia que se convierte en transfeminicidios, en padres y madres corriendo de sus casas a sus hijxs por no seguir los estereotipos, las conductas aceptables de los estándares binarios. Feminizo mi apariencia, adorno mi cuerpo a mi gusto porque me gusta hacerlo y está bien, y quiero que en un futuro sea tan común ver a una mujer trans en la acera como lo es ver a una mujer cis vistiendo pantalón —en su momento provocó reacciones. Hoy causa furor e inseguridades inconscientes ver a mujeres trans usando falda, vestido o tacones, pero esta resistencia es parte de la transición evolutiva de una sociedad, de la deconstrucción social.

Utilizo el espacio público para vivirme y para que en un futuro no haya niñxs que se sientan obligadxs a vestirse y expresar su género de manera distónica ante sus deseos, para contribuir a volvernos más receptivxs y normalizar nuestra (co)existencia. 

EVER ACEVES (Toluca, 1994) es psicóloga, fotógrafa con dos exposiciones individuales (2015 y 2017), autora de poesía, narrativa y ensayo. Su trabajo aparecerá próximamente en la primera antología de varios géneros Poliédrika.