Rafael Pérez Gay: "Yo no escribo ficción"

ESGRIMA

Rafael Pérez Gay
Rafael Pérez GayFoto: Graciela López Herrera / cuartoscuro.com
Por:

Narrador, periodista, editor, columnista, Rafael Pérez Gay (Ciudad de México, 1957) es una figura toral en la escena mexicana desde hace décadas. A propósito de la aparición de su más reciente libro, Todo lo de cristal (Seix Barral, 2023), conversamos en la colonia Condesa, en las oficinas de la editorial Cal y arena.

Todo lo de cristal (Seix Barral, 2023) amalgama un libro de memorias, una novela y una crónica en dos vías simultáneas, la vida de la Ciudad de México y la del personaje. ¿Cómo se te ocurrió esta aleación?

Creo que los géneros literarios existen, es decir, la novela, el cuento y la crónica son trabajados con cierto rigor por algunos escritores; no es mi caso. De hecho, cuando derribé el muro que separa la literatura del periodismo me sentí mucho más cómodo. Pude escribir estos informes, por decirlo así: son informes novelísticos que tienen un poco de crónica. Déjame citar a Emmanuel Carrère, a quien aprecio y admiro, cuando le preguntaban sobre lo que escribía: ¿cómo hace con sus ficciones? Y respondió: yo no escribo ficción. Utilizo todos los medios de la ficción, los diálogos, los planos narrativos, los movimientos en el tiempo, la densidad de los personajes, pero sólo escribo de cosas que me han pasado. 

He querido usar eso para presentar un arco de la memoria que ocurre en los últimos libros que he publicado. Todo lo de cristal va contando una memoria personal y una memoria colectiva. La personal sucede al interior de una casa, familia de clase media-baja, a quienes pone en riesgo y amenaza el fantasma de la pobreza. Y la memoria colectiva ocurre en la Ciudad de México, de los años 60 y principio de los 70 para acá. La mezcla de ambas va dando la textura narrativa que tiene Todo lo de cristal.

El narrador ve con los ojos de un niño el asombro y la amargura. Me recordó Las aventuras de Augie March, de Saul Bellow, un libro sobre la crisis moral de Estados Unidos.

Bellow es uno de mis escritores favoritos, siempre lo fue. Eso fue consciente, es decir, sí lo tenía en la mente. También Patrimonio, de Philip Roth, y un libro que aprecio y cito a menudo, Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz. Son historias de familia y de lo que se llama autoficción. En México les ha llamado un poco la atención, de unos años a esta parte, que la autoficción empiece a producir o a provocar una tendencia de libros. Publiqué Nos acompañan los muertos en 2009 y en 2014, El cerebro de mi hermano. La idea surgió cuando leí a esos autores… y —voy a poner el caso de Amos Oz— me preguntaba: ¿por qué estoy leyendo esta historia de Tel Aviv y parece que estoy leyendo la historia de esta calle en donde me estás entrevistando en la Colonia Condesa? ¿Qué está logrando este autor? Lo que Amos Oz consigue, y deberían perseguir los escritores, es que un evento local se convierta en colectivo. No voy a decir evento universal, porque es demasiado fuerte, pero sí colectivo. Y que esa cosa local pueda atravesar alguna frontera —fronteras de la memoria y fronteras reales—, para volverse algo que se lea como si pudiera ocurrir en otro lugar lejano. 

Cuando derribé el muro que separa la literatura del periodismo me sentí mucho más cómodo

Si lanzas la piedra de la literatura al estanque, las primeras líneas, las primeras ondas, es claro que todo mundo dirá: es la historia de Rafael, de cuando era niño, y de su familia. La onda que sigue dirá: se trata de la historia de la Ciudad de México y la de Rafael, pero la onda que continúa ya será, en muchos sentidos, un momento de desconocimiento. Y si alguien que no me conoce lo lee, me gustaría que piense que esto puede pasar en cualquier lugar. 

¿Consideras que tu propia paternidad te permitió entender a tus padres?

Sí, primero te digo esto: Todo lo de cristal es la historia de un hombre adulto que está abriendo la puerta del invierno de su vida y lo que mira hacia delante es ya el loco viaje hacia la vejez, dice el narrador. Ese hombre adulto trata de encontrar al niño que fue para explicarse muchas cosas de su vida. En ese sentido es un viaje interior, y los viajes interiores son oscuros. Como digo: en la oscuridad, espantan. Hay encuentros duros, es un libro amoroso, pero al mismo tiempo es crudo, crítico. A veces decepcionado por el padre, aunque al final viene una vindicación importante.

La paternidad siempre ayuda a entender a los padres. Cuando tienes hijos empiezas a comprender cosas de tu padre y madre, las buenas y las malas. Por eso, en mi caso, sí: la paternidad me fue ayudando a entender a mis padres ya ancianos. Cuando mis hijos eran niños, mis padres se acercaban a la alta vejez y, desde luego, esa experiencia que es tener hijos —que a mí me ha parecido una de las más extraordinarias que pueda tener alguien— es fundamental, si quieres escribir, reconstruir, tu vida familiar y tu relación con el padre y la madre. 

Claro, esto tiene un serio toque psicoanalítico porque, efectivamente, a medida que iba avanzando, me fui preguntando cosas que tenían que ver con mi vida. Ese momento en el cual un escritor inquiere a su propia alma sobre asuntos fundamentales que a todos nos importan: la vida, la muerte, el amor, el sexo, el padre, la madre, los hijos. Entonces hay una reconstrucción que pasa por ese viaje oscuro. No sé si es un momento catártico, no sé si es un momento de liberación, ni quise preguntármelo. Porque si te lo preguntas mucho, a la hora de escribir, entonces ya no lo escribes o lo escribes de un modo muy distinto.

El personaje dice que una parte suya se ha ido en los derribos de esta ciudad, ¿cuál sería?

Bueno, es un libro melancólico, aunque quise contrapuntear con momentos de humor, momentos irónicos, momentos tragicómicos. Decía Arthur Schopenhauer: vistas de lejos, las vidas suelen ser trágicas, pero al irnos acercando se van convirtiendo en tragicómicas. Al ser una novela melancólica trata también de las capas de la ciudad, que van sepultando los momentos históricos urbanos. Se van llevando de uno su juventud, sus amores, la forma en que fuiste creciendo y formándote. Si viniera el joven que yo fui, no le diría muchas cosas del futuro. Más bien trataría de ser muy lacónico o, como en el poema de José Emilio Pacheco, quizá no me dirigiría la palabra, porque el joven me preguntaría: ¿en esto fue en lo que te convertiste?

¿Con qué escena te quedarías?

Hay una que me gustó, donde el adulto se encuentra al niño. El adulto dice: los sueños no sólo pertenecen a la noche, también pertenecen al día. Se encuentra al niño en la fuente del Parque España, le pregunta cómo van las cosas en casa. Éste dice que bien, pero que falta dinero.

Y el adulto le da un fajo de billetes. Muchas páginas antes, el niño se encuentra un fajo de dinero. Uno siempre tiene la tentación de cambiar el pasado.