Recuperar a Santos Balmori

AL MARGEN

Santos Balmori, Orange Crush, gouache sobre cartón, hacia 1940.
Santos Balmori, Orange Crush, gouache sobre cartón, hacia 1940.Foto: Cortesía del MUNAL
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Durante muchos años he visto el nombre de Santos Balmori gravitando alrededor de los personajes más consagrados; la mayoría de las veces es un dato anecdótico o apenas una mención al margen. A menudo aparece referido en las biografías de figuras como Luis Nishizawa, Pedro Coronel o Juan Soriano, pero tan sólo como uno entre tantos profesores que formaron a estas prodigiosas figuras —una proeza nada menor y, sin embargo, que pareciera insuficiente: no se le dedican más líneas. Ahora el Museo Nacional de Arte le hace al fin justicia a este fascinante miembro de la plástica mexicana, con una amplia retrospectiva que saca a Balmori de las sombras para darle su merecido lugar entre los protagonistas de un siglo tan explosivo en creatividad y experimentación como lo fue el XX, que el artista vivió casi entero.

LO QUE PRIMERO QUE SALTA a la luz para el visitante al ingresar a las salas de Santos Balmori (1898-1992). La huella indeleble es que la suya fue una vida digna no sólo de leerse en libros o ver en pantalla sino, sobre todo, una trayectoria representativa de su tiempo. Nacido en la Ciudad de México en 1898, pasó su infancia en Asturias, España, de donde era su padre. Al perder a su mamá, dos años después, la familia regresó a América, donde Balmori dio sus primeros pasos en el arte. Se formó primero en Chile, para posteriormente embarcarse de vuelta a España y entrar a la prestigiosa Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Su llegada a Europa coincidió con el año del armisticio de la Primera Guerra Mundial, 1918, un momento de transición en el que las heridas de aquel doloroso conflicto dieron inicio a una transformación sin igual en el campo artístico. El epicentro de esas nuevas exploraciones plásticas fue París, adonde peregrinó con tantos otros que, como él, buscaban acercarse a las vanguardias. El impacto de los nuevos lenguajes plásticos que ahí se estaban gestando es visible en los lienzos expuestos en el MUNAL, donde confluyen las formas deconstruidas y geométricas del cubismo con la agilidad del futurismo, movimientos que conoció gracias a su contacto con personajes como Juan Gris y Alberto Giacometti. Este espíritu experimental nunca lo abandonaría. En las más de 300 obras que hoy se exponen en el museo se aprecia esa inquietud constante por llevar la forma a sus límites, aspecto que sin duda supo transmitir a sus alumnos, a pesar de que la recepción de su trabajo fue compleja en un México hipernacionalista, que rechazaba todo lo que tuviera tufo a Europa y sus imperios.

Esa estancia no sólo lo empapó de las corrientes artísticas de su época, sino también de las ideológicas, en un momento en el que el Viejo Mundo se sumía en la oscuridad del fascismo. Descubrimos así a un creador de rango excepcionalmente amplio, alguien que fue más allá de la pintura para explorar también la gráfica y su potencial político. Como colaborador de la revista Monde logró portadas incendiarias contra los regímenes totalitarios de derecha, lo cual le valió la persecución que lo traería de vuelta a su natal México. Aquí continuó su trabajo gráfico, sumándose con idealismo a campañas políticas, como la de Lázaro Cárdenas, y también divirtiendo a los consumidores de Orange Crush con sus entrañables anuncios publicitarios. Sin duda esta faceta es de las más disfrutables al visitar las salas del MUNAL, por la forma en la que sus novedosas composiciones deleitan o sacuden con fuerza a los espectadores.

Un aspecto que la retrospectiva saca a la luz es su activismo frente a la Guerra Civil Española y la crisis de refugiados

Pero su veta política no sólo se quedó entre la tinta y el papel. Uno de los aspectos más sorprendentes que la retrospectiva actual saca a la luz es su activismo frente a la Guerra Civil Española y la crisis de refugiados que generó. De raíces asturianas y vocación socialista, la causa republicana fue un tema al que Balmori resultó particularmente sensible. Avecindado de nueva cuenta en nuestro país, se convirtió en el impulsor de uno de los episodios más luminosos y a la vez trágicos de la diplomacia mexicana: los llamados Niños de Morelia. Fue este pintor quien convenció al presidente

Cárdenas de recibir a un grupo de huérfanos del conflicto español, los cuales finalmente desembarcaron en costas mexicanas el 7 de junio de 1937. El destino de estos niños no fue el esperado, pero la anécdota

que ha quedado para la posteridad pinta de cuerpo entero a Balmori.

En las obras expuestas se aprecia también una predilección por el cuerpo humano, y es quizás ahí donde se mira con más claridad su ímpetu por la deconstrucción de la forma. Su continuo trabajo de las posibilidades del desnudo femenino se vincula además con otro capítulo de su historia, más romántico que bélico en este caso, y es que Santos Balmori tenía una evidente predilección por las bailarinas. Las tres esposas que lo acompañaron a lo largo de su vida se dedicaban a la danza: Thérése Bernard, Elisabeth Duncan y Rachel Bejörstorm. A través de ellas

incorporó el movimiento a su trabajo plástico, deleitando a sus espectadores con lienzos dinámicos. La pasión dancística incluso le llevó por un camino paralelo al de su docencia como profesor de pintura, llegando a ser director de la Academia Nacional de Danza, bajo el auspicio de Miguel Covarrubias.

ASÍ, EN LA EXPOSICIÓN del MUNAL se despliega frente a nuestros ojos un verdadero hallazgo: el de un artista multifacético que lo mismo logró plasmar lo más complejo de la anatomía humana en unos cuantos trazos, que levantar profundas pasiones políticas con una gráfica poderosa e, incluso, antojar a más de unos cuantos a beber un sabroso refresco. Esta muestra es de esos acontecimientos que emocionan por su aporte al estudio del arte mexicano, pero sobre todo por su interés en difundir el legado de un personaje al que no le hemos puesto la suficiente atención, pero de quien estoy segura que aún queda mucho más por descubrir. Que esto sea también una invitación, no sólo a los historiadores del arte, sino al público en general a voltear hacia otros horizontes y no perder de vista que en el siglo XX hay todavía pinceles distintos a los que siempre elogiamos.