Los setenta años de El Llano en llamas

En septiembre de 1953 algo se trastocaba para siempre en las letras mexicanas: Juan Rulfo lanzó su primer libro, El Llano en llamas. Varios de sus relatos ya habían salido a la luz en revistas como Pan y América. En este ensayo, que además se inscribe en el marco del 38 aniversario luctuoso del autor —el pasado 7 de enero—, Alejandro Toledo detalla la relación del jalisciense con las publicaciones donde se estrenó como escritor, a través de un coro de voces que nos acercan a la edición del volumen que sigue cimbrando a tantas generaciones

Juan Rulfo (1917-1986).
Juan Rulfo (1917-1986).Foto: elsoldelcentro.com.mx
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Septiembre, o septiemble, como se le conoce ahora, es un mes que parece acomodar a El Llano en llamas, de Juan Rulfo (1917-1986), cuyo primer libro de relatos se imprimió el 18 de septiembre de 1953, poco más de 70 años atrás. Su título original era El llano en llamas y otros cuentos, que el autor adecuó con el tiempo (al preferir poner en altas la palabra Llano, para darle presencia al Llano Grande de Jalisco, así como omitir el complementario “y otros cuentos”); también fue modificando el número y orden de los textos.

Dos ediciones conmemorativas aparecidas en septiembre de 2023 —una de Editorial RM y la Fundación Juan Rulfo; la otra, de Cátedra, en ese caso parte de una colección que se distribuye en puestos de periódicos—, junto con los materiales adicionales que ofrecen, nos llevan a explorar en la génesis de esa obra, y confirmar algunos hechos.

PARAR AL CESTO

Es sabido que varios relatos se publicaron originalmente, entre 1945 y 1951, en las revistas Pan (de Guadalajara) y América (Ciudad de México), a cargo, en el primer caso, de Juan José Arreola y Antonio Alatorre, y en el segundo, de Marco Antonio Millán y Efrén Hernández… Este último, por ejemplo, bajo el seudónimo de Till Ealling escribe una nota al pie con la que presenta “La Cuesta de las Comadres” (América, 55, febrero, 1948), en la que dice, primero:

Causa, a un tiempo, de mi más persistente desconcierto y mi mayor confianza, es la manera de rigor, la rigurosísima y tremenda aspiración, el ansia de superación artística de este nato escritor. Cosas que en buena ley son de envidiarse, él, por ha-llarlas ruines, ha venido rompiéndolas, tirándolas, deshaciéndose de ellas, ¡para volver a hacerlas!

Y luego:

Nadie supiera nada acerca de sus inéditos empeños, si yo no, un día, pienso que por ventura, adivinara en su traza externa algo que lo delataba; y no lo instara hasta con terquedad, primero, a que me confesase su vocación, enseguida, a que me mostrara sus trabajos y, a la postre, a no seguir destruyendo.

Ya tenían muy avanzado el proceso de edición de esa reunión de cuentos cuando apareció el llano en llamas, bajo el sello del FCE

Y presume Hernández: “Sin mí, lo apunto con satisfacción, ‘La Cuesta de las Comadres’ habría ido a parar el cesto” (véanse las Obras completas de Efrén Hernández, tomo II, FCE, México, 2012, pp. 286-287).

Fueron ocho los relatos que publicó Rulfo en América. El primero, “La vida no es muy seria en sus cosas” (núm. 40, junio, 1945), no formó parte de El llano en llamas y otros cuentos. Y el que daría título al libro (aparecido en América, 64, diciembre, 1950) es el que han elegido los editores de la edición conmemorativa para ser publicado de forma facsimilar.

El cotejo entre esa publicación original y el cuento en su versión definitiva nos habla de la obsesión rulfiana por pulir sus textos. Detecto estas modificaciones en el tercer párrafo, pongo entre corchetes lo omitido:

Por un rato, el viento que soplaba desde abajo [del arroyo,] nos trajo un tumulto de voces amontonadas, [encimadas unas sobre de otras, con un] haciendo un ruido igual al que hace el agua crecida cuando rueda sobre los [se omite el artículo] pedregales.

Son ajustes, por otro lado, normales en un proceso creativo.

Esta historia de Rulfo con América —en donde además aparecieron sus fotografías (América, 59, febrero, 1949)— iba encaminada al punto en que serían ellos, los editores de la revista, quienes publicarían el libro de relatos. Eso lo confirma esta nota (sin firma) que reproduce Françoise Perus en la edición (también conmemorativa) de Cátedra, proveniente de ese número de América en el que apareció el cuento “El llano en llamas”:

Juan Rulfo, cuya calidad empiezan a reconocer tirios y troyanos, no está conforme con ser considerado el que mejor de los cuentistas jóvenes ha penetrado el corazón del campesino de México. Ahora aspira a realizar una novela grande, con una compleja trama psicológica y un verdadero alarde de dominio de la forma, a la manera de los maestros norteamericanos contemporáneos. Mientras realiza tal empresa estará imprimiéndose en nuestros talleres un volumen que recoge con algunos nuevos los cuentos suyos publicados en nuestras páginas desde hace cuatro años (El Llano en llamas, Barcelona, Cátedra, 2023, p. 13).

La nota coincide con lo que nos refirió, algunos años atrás, Marco Antonio Millán, el director de América, a Daniel González Dueñas y a mí, en las conversaciones que dieron origen al libro La invención de sí mismo (Conaculta, México, 2009): ya tenían muy avanzado el proceso de edición de esa reunión de cuentos cuando apareció El llano en llamas, bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. Según Millán, esto provocó una ruptura en la relación del narrador con los editores de América (sobre todo ocasionó su distanciamiento definitivo con Efrén Hernández), que se zanjó tiempo después, en lo que respecta a Millán, cuando éste y Rulfo se encontraron, una tarde, en Avenida de los Insurgentes y luego de un breve diálogo compartieron una cajetilla de cigarros Delicados (pp. 84-85).

La aparición de esas páginas de América con el relato “El llano en llamas”, ahora, en la edición del 70 aniversario, de algún modo contribuye a cerrar esa herida; recuerda, además, el papel que jugaron Efrén Hernández y la revista antológica como impulsores de la carrera de Rulfo. En los archivos de la Fundación Juan Rulfo hay tres cartas de Hernández (de 1941 y 1942, hasta ahora inéditas, a publicarse en este 2024, dentro de un tomo de correspondencia), en las que da consejos de escritura a su joven amigo.

En Cerrazón sobre Efrén Hernández (documental harto doliente), programa televisivo de 2016 —con guion y dirección de Eduardo González Ibarra—, se rescata el video de una entrevista de 1975 con Julio Pliego, en la que Rulfo habla de su maestro y amigo. Di-ce: “Efectivamente, él me orientaba. Tenía unas tijeras podadoras enormes, quitaba y ponía y decía dónde estaban bien las cosas; y a él le debo, más o menos, cómo encarrilarme en ciertos rumbos. A él le debo todo, así, hablando en plata. No le debo a nadie más que a él lo que hice. Si escribí esos cuentos que aparecieron ahí, en la revista América, ya eran fruto de sus propios consejos, de su propia experiencia”.

“LUVINA": ACTA DE NACIMIENTO

Entre los relatos que no aparecieron en Pan o América está “Luvina”. Hay un informe de Rulfo a miss Margaret Shedd, directora del Centro Mexicano de Escritores, del 15 de enero de 1953: le notifica que en diciembre (de 1952) terminó de escribir el cuento “Loobina”, del cual ya estaba ella en antecedentes, “habiendo alcanzado una extensión de veinte cuartillas”.

Dice:

Como antes había indicado, trata de la descripción de un pueblo de la Sierra de Juárez, hecha por un profesor rural a un recaudador de rentas del Estado. Aunque aparentemente se desarrolla por medio de una conversación entre las dos personas, es, en general, un monólogo, ya que el profesor, como se verá al final, no existe. El recaudador se concreta a oír, mientras el profesor relata sus experiencias en el pueblo de Loobina, así como algunos rasgos de su vida personal, todo enmarcado en un cuadro de desilusión, interrumpidas de vez en cuando para beber, pues el profesor ha terminado por ser un borracho característico de los pueblos olvidados.

Y enseguida:

Finaliza el relato con la clave del cuento: el profesor representa la conciencia del recaudador, quien va por primera vez a Loobina y, por consiguiente, obra como muchos hemos obrado en estos casos: imagina el lugar a su manera, ya que lo desconocido, en ocasiones, violenta la imaginación y crea figuras y situaciones que podrán no existir jamás.

Rulfo concluye diciendo que espera haber logrado esta intención en el relato: “En cuanto esté pasado en limpio se lo enviaré con mucho gusto, pues me interesa en grado sumo su opinión, así como las recomendaciones que usted me pueda hacer para las correcciones necesarias”.

Portada "El Llano en llamas"
Portada "El Llano en llamas"Foto: Especial

Este informe, que podríamos denominar el acta de nacimiento de uno de los relatos más importantes del libro, pues están ahí las semillas (secas pero productivas) de Pedro Páramo (1955), tendría que ser reproducido facsimilarmente en alguna edición futura de El Llano en llamas, ya que Rulfo no só-lo avisa de su terminación, sino que además lo resume o explica.

LA PERFECCIÓN DEL VACÍO

He aquí algunas situaciones (la reproducción primera de varios de los cuentos en revistas, la guía definitiva de Efrén Hernández y el testimonio de la escritura de un relato) que nos acercan al primer libro de Juan Rulfo, y nos llevan, de nuevo, al segundo.

Algo más: en algún punto previo a la escritura de “Loobina” (después, "Luvina"), debe habérsele atravesado a Rulfo la novela Derborence (1934), del suizo Charles Ferdinand Ramuz, cuyo inicio es muy similar al del relato: dos hombres, uno mayor y otro joven (Séraphin y Antoine), conversan en una cabaña sobre la vida en la alta montaña. El diálogo es más bien un monólogo, donde el primero tiene la palabra. El silencio los rodea:

El silencio de la alta montaña, el silencio de los lugares despoblados de hombres, donde el hombre sólo aparece de forma ocasional; entonces, a poco silencio que guarde, a mucho que aguce el oído sólo oye que no oye nada. Era como si ya no existiera nada en ninguna parte, desde nosotros al otro confín del mundo, desde nosotros hasta el fondo del cielo. Nada, la nada, el vacío, la perfección del vacío; una anulación total del ser, como si el mundo no hubiera sido creado todavía, o ya no existiese, como si fuera antes del comienzo del mundo o bien después del fin del mundo. Y la angustia se aloja en el pecho, donde hay como una ma-no que atenaza el corazón. (Nortesur, Barcelona, 2008, pp. 13-14).

La desolación se ve retratada en este cuento. Luego de asomarse a ver, a medianoche, la inmensidad de la montaña, propone Séraphin:

—Yo creo que el diablo se ha ido a dormir; ¿y si nos vamos a hacer lo mismo? (p. 19)

Escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave

No se inventa el hilo negro: Rulfo le habló a José Emilio Pacheco de su entusiamo por Derborence, novela que le habría gusta escribir, dijo, y son claras las huellas de esa lectura tanto en “Luvina” como en Pedro Páramo. Los libros del escritor jalisciense suelen despertar esos y otros (múltiples) ecos.

FRENAR, NO DESBOCARSE

La edición conmemorativa de Cátedra incluye, a manera de apéndice, el texto “Juan Rulfo: el desafío de la creación”, al parecer basado en una conferencia o, mejor, plática (“como Rulfo prefería llamar a sus intervenciones públicas en asuntos como éste”, nos aclaran), páginas originalmente publicadas en la Revista de la Universidad (octubre-noviembre,1980). En ellas, el autor jalisciense considera que hay tres pasos a seguir, o que él ha seguido, en la construcción de un relato. El primero, dice, es dar vida al personaje; el segundo, “crear el ambiente donde ese personaje se va a mover”, y el tercero, “cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar”. Estos tres puntos de apoyo “son todo lo que se requiere para contar una historia”. (p. 71).

Sigue:

Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y pá-ginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello. (pp. 71-72).

A esos puntos añade tres factores: “se trabaja con imaginación, intuición y una aparente verdad” (p. 72). Hay que buscar además la forma de tratar el tema; es decir, se requiere encontrar la forma literaria adecuada…

Esa charla (“Estoy hablando de cosas elementales, ustedes deben perdonarme”) cierra con una declaración de principios en torno al relato, y por eso fue incluida en esta edición conmemorativa de El Llano en llamas

Hela aquí:

Para mí el cuento es un género realmente más importante que la novela [...] porque hay que concentrarse en unas cuantas páginas para decir muchas cosas, hay que sintetizar, hay que frenarse; en eso el cuentista se parece un poco al poeta, al buen poeta. El poeta tiene que ir frenando al caballo y no desbocarse; si se desboca y escribe por escribir, le salen las palabras una tras otras y, entonces, simplemente fracasa. Lo esencial es precisamente contenerse, no desbocarse, no vaciarse; el cuento tiene esa particularidad; yo precisamente prefiero el cuento, sobre todo, a la novela, porque la novela se presta mucho a esas divagaciones. (p. 73)

Aunque Rulfo fue poeta, también, en la novela.