La tormenta interior de Emily Brontë

Es una figura rara en el panteón de escritoras; publicó una sola y enigmática novela. Emily Brontë fue parte de una familia literaria donde la muerte llegó muy pronto. Se sabe poco de ella. A poco más de 175 años de su partida, la escritora chilena María José Navia se propone rastrear el interés que ha generado hasta hoy, los espacios que ha abierto a la imaginación. Para ella, Cumbres Borrascosas es el mejor de los regalos, porque nunca sabemos con certeza qué nos trae: una casa que esconde fantasmas y, quizás, también un corazón

Emily Brontë (1818-1848),  en un retrato hecho por su hermano Branwell.
Emily Brontë (1818-1848), en un retrato hecho por su hermano Branwell.Foto: Lebrecht Music and Arts Photo Library
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Llegué a la vez temprano y tarde a su obra. Mi abuela materna, que es culpable, junto a mi abuelo paterno, de que yo sea escritora, me lo regaló cuando cumplí 15 años. Me dijo que era de los libros que más la habían impactado. Nada más. Era raro: ella nunca hablaba de libros ni mucho menos los regalaba, pero éste había sido especial y yo tenía que leerlo al cumplir 15. No le hice caso. Era una edición de bolsillo fea, con la carátula de la película protagonizada por Ralph Fiennes y Juliette Binoche, y ahí se quedó entre mis otros volúmenes, sin que le prestara mucha atención.

Pero los buenos libros son pacientes. Casi 10 años después me tocó leer Cumbres Borrascosas, ahora en su versión en inglés, Wuthering Heights, durante los años de mi maestría en NYU. La experiencia me atravesó. No podía creerlo. Quizás porque al fin podía leerla en su idioma original, o porque, en medio de otros clásicos asignados para el curso, éste destacaba como un objeto proveniente de otro planeta. Un libro alien. Volví a leer la novela en 2017, luego de que Rodrigo Fresán le dedicara la segunda sección de su novela La parte soñada a introducirse en las profundidades de Brontë. Uno de los personajes del argentino, Penélope, es una escritora best seller que se obsesiona y se refugia en esa novela del siglo XIX. La historia de Fresán hace que volvamos a pasar por esa puerta junto a Lockwood (se trata de una “ficción inmobiliaria”, como la denomina el autor, en la que un extraño llega a una casa y allí encuentra una historia); provoca que volvamos a leer y deslumbrarnos. Cuento esto porque siempre se llega a una autora desde la vida y la experiencia. Margo Glantz comenta en Un texto encuentra un cuerpo, colección de ensayos sobre la lectura, publicado por la editorial Ampersand, que eso es precisamente leer: hacerlo con la vida entera. Así empiezan las curiosidades. Desde el amor y el deslumbramiento.

No poder contemplar flores de su tierra suscitaba en ella una pasión tan dolorosa como la que la mayoría de las mujeres reservan a sus amantes

Así me pasó con Emily Brontë. Me sigue pasando cada vez que vuelvo a ella. Y Cumbres Borrascosas, de muchas y muy intensas maneras, es una novela sobre volver. Y ahora que apenas se cumplieron 175 años de su muerte es tiempo (siempre es tiempo, en realidad) de volver a ella. Para ver si al golpear en esa puerta (o ventana), nos dejan entrar.

EMILY ERA LA MÁS RARA de una familia de escritores, que tal vez es como decir que era la más rara en una familia de raros. Fue una de las primeras familias literarias. Todos murieron bastante jóvenes y le tocó al padre, Patrick, un clérigo viudo, hacerse cargo del legado de sus hijos. O bien, de sus hijas, ya que Branwell, el único hombre, resultó ser una gran decepción (consumido por el alcohol y las malas decisiones). Dos de las chicas, Maria y Elizabeth, fallecieron durante brotes de enfermedades en la escuela donde estudiaban (lo que inspiró las atrocidades que sufren las estudiantes en Jane Eyre, de Charlotte Brontë); luego, ya de adultos (aunque ni tanto) fallecieron Branwell, Emily, Charlotte y Anne.

Como lo narra una de las biógrafas de la escritora nacida en Thornton, Reino Unido, en el año 1818, la muerte de sus dos hermanas y de su madre no la afectaron tanto. Dice que su conexión era, en cambio, con la naturaleza. Que “las opiniones y los sentimientos de Emily sorprenden por su vehemencia y su intensidad. Hasta el hecho de no poder contemplar flores de su tierra suscitaba en ella una pasión tan dolorosa como la que la mayoría de las mujeres reservan a sus amantes”. Esto ha hecho a muchos pensar su única novela, Cumbres Borrascosas, como una historia sobre la naturaleza, e imaginar a sus personajes principales, Cathy y Heathcliff, corriendo por los páramos, cuando en realidad es muy escasa la descripción de lo natural y hay sólo tres momentos en los cuales éstos se encuentran en el exterior. La tormenta apasionada remece la casa en esta historia de interiores, como un tornado que crece desde dentro para volarlo todo, en una suerte de versión alterada de El mago de Oz.

La casa de los Brontë dio a luz (y a oscuridad) a tres grandes escritoras de espacios cerrados y atrapantes, de personajes masculinos tempestuosos y protagonistas femeninas atrevidas, embargadas por el delirio. Pero antes de Emily Brontë hubo un Ellis Bell, el seudónimo que usó junto a sus hermanas ahora convertidas en ese nuevo apellido de misma inicial (ellas se llamaron Curris y Acton Bell), para poder publicar sus obras. Imagino que el disfraz no le molestó. Escribía libros pequeñitos para que pudieran leer los soldados de su hermano Branwell y dicen que murió de pena tres meses después que él, ambos en 1848.

Emily Brontë publicó una sola obra y la crítica no pudo entenderla. Lo dije ya: un libro alien. En la reciente película Emily (Frances O'Connor, 2022), que imagina la vida de la escritora, todo comienza con ella desvaneciéndose frente a su hermana Charlotte quien, mientras la cuida, le pregunta con hondo rencor cuál es el secreto de su novela. Que hay allí algo oculto, oscuro; que cómo lo hizo. 

Más adelante en la cinta, la cual avanza de manera cronológica, Charlotte grita violentamente al entregarle a Emily su manuscrito, ése que la vimos escribir escena tras escena, después de que alguien le rompiera el corazón. La actriz Emma Mackey hace un buen papel de la autora de Cumbres Borrascosas (aunque a ratos parece estar interpretando a otra literata extraña e inusual, también devorada por su espacio privado: la estadunidense Emily Dickinson). Pero la película falla, creo, al insistir en que lo que la autora escribía provenía de experiencias personales. De alguna manera, con eso se le quita el poder a su talento e imaginación. Como si los escritores, y especialmente las escritoras, sólo pudiéramos escribir de lo que nos pasa.

A veces pienso que somos las hijas (nietas, bisnietas) de esas escritoras que no tuvieron hijos. Que encontramos en esos libros raros una genealogía y un universo. Personajes que no calzan del todo. En la película, Charlotte increpa a Emily diciéndole que su novela es sobre gente a la que no le importa nadie más que ellos mismos. Rodrigo Fresán alude a los personajes de Cumbres Borrascosas como vampirizados. Una casa en la que, a diferencia de lo que sucede con Jane Eyre y la mujer del ático, Bertha Mason, todos están locos.

Yo creo que Emily Brontë nos dio una casa propia en la cual estar inquietas. Una casa para despertar y no para dormir, que recibe a quien entra con todo el peso de una historia de fantasmas. Una historia que creíamos saber (por las películas y las referencias pop) pero que, al leerla por primera vez, y el resto de las veces que sea necesario, nos damos cuenta de que es tanto, pero tanto más. Una historia oscura de todo lo oscuro que podemos ser, con personajes raros que no tienen que entenderse para ser leídos con voracidad. Personajes inexplicables pero seducidos por el poder de un relato. El que ellos y otros cuentan sobre sí mismos. Sí, de fondo está la historia de amor. O quizás ni siquiera de fondo, es otro fantasma que a veces se acerca a la ventana para ver qué tal nos va o, tal vez, para ver si lo dejamos entrar.

A TODA LA FAMILIA BRONTË la marcó la lectura. O, como escribe Winifred Gérin en la biografía Emily Brontë (publicada en español por Atalanta): “La lectura les sobrevino como una epidemia: en cuanto uno de ellos aprendía a leer, se infectaban los demás”. Me parece un elemento importante para adentrarnos en esta casa. Una familia infectada por los libros. La presencia de ellos también la destaca Deborah Lutz en su obra El gabinete de las hermanas Brontë, donde las lee a través de nueve objetos que marcaron sus vidas: los libros diminutos, el pelapapas, todo lo relacionado con caminar, las mascotas, las cartas fugitivas, los escritorios, las cosas relacionadas con la muerte, los álbumes de recuerdos y las reliquias nómadas. Para hablar sobre los libros se refiere a aquellos objetos reales que las rodeaban, pero también a la presencia de la lectura en las novelas de una de ellas. 

Nos dice: “En muchas de sus novelas, Charlotte, Emily y Anne describen a sus personajes leyendo o fingiendo leer, como una forma de escapar de situaciones difíciles o de hogares asfixiantes […] Las mujeres suelen llorar sobre los libros u ocultas tras ellos, y las páginas absorben las lágrimas”. Y es que elaborarlos manualmente, en el hogar de los Brontë, llegó a tiempo para ayudarlos a sobrellevar la pena por la muerte de Maria y Elizabeth. O como señala el texto de Lutz: “Poco después de que fallecieran las hermanas, el resto de los Brontë comenzaron a obsesionarse con la confección de libros. Según los biógrafos de los Brontë, fabricar aquellos volúmenes diminutos probablemente les sirviera de consuelo. Los libritos y las tramas que se desarrollaban en ellos se multiplicaban y llenaban la ausencia con páginas de tinta, con mundos repletos de gente”.

Emma Mackey interpreta a la escritora en la cinta Emily, de Frances O'Connor (2022).
Emma Mackey interpreta a la escritora en la cinta Emily, de Frances O'Connor (2022).Foto: imdb.com

Me molesta a veces lo que proyectamos en las raras. Lo que tratamos de leer en quienes no podemos entender, en vez de simplemente aceptar no comprenderlas y perdernos en sus libros. A la única Emily a la que podemos tener acceso es a la que se desprende de sus páginas. Las pocas que dejó.

A veces imagino que hay frases suyas en los libros de Charlotte. Con malicia fantaseo con que es de ella ese momento del “Reader, I married him”, de Jane Eyre. Parece una idea venida de otra galaxia, de otra forma de ver el mundo. Una osadía que a ratos desentona del resto de lo que cuenta Charlotte. Quizás los libros de Anne también las llevan. Y es lindo pensar en esas obras como la continuación de un diálogo entre ellas. Hermanas contándose historias para siempre; que se leen y publican juntas, cuyos ambientes se hacen ecos unos de otros.

Una historia de hermanas es una historia de amor, pero los personajes de las hermanas Brontë están siempre tan solos. Jane Eyre, despreciada por sus primos; Catherine Earnshaw, altiva y terrible; Heathcliff, huérfano. Familias prestadas que tampoco dan el ancho.

EMILY BRONTË ES UNA FIGURA rara en el panteón de escritoras. Murió muy joven. Se sabe tan poco de ella. No quiero domesticarla en este ensayo. Me interesa rastrear la fascinación que ha generado, los espacios que ha abierto a la imaginación. Esa novela que es como el mejor de los regalos porque nunca sabemos qué nos trae realmente.

Una casa que esconde fantasmas y quizás un corazón.

Decía Charlotte de sus hermanas, que escribían “desde el impulso de la naturaleza y los dictados de la intuición”. En casa las hacían hablar con una máscara para que pudieran decir lo que pensaban con franqueza (en la película, esto es retratado como un contacto con lo sobrenatural, una forma de conectarse con la ya madre muerta). Es inevitable pensar que esa máscara es después reemplazada por los seudónimos: algo que les permite tener acceso a un mundo deseado, pero las distancia al mismo tiempo. Y las protege, quizás.

La imaginación de la autora que fue desdeñada por los críticos de su época es única. Sublime, violenta, profundamente bella. Su novela es desafiante. En uno de los ensayos que escribió en Bruselas, Emily dice que la naturaleza es inexplicable y que vive según un principio de continua destrucción. Tal vez así nos asomamos a esas cumbres que son, a la vez, abismos. Estamos arriba, sí, pero para mirar, temblando, hacia lo hondo y con la posibilidad de una caída inminente. 

“Más fuerte que un hombre, más simple que un niño”, así la describía su hermana Charlotte. Si bien hay muchos que creen que su libro es una de las más grandes historias de amor, hay muchos que en cambio la han bautizado como una gran historia de odio. Quizás eso es lo que más sorprende a quien cree que sabe de qué va la trama. Esa violencia, ese recibimiento feroz a Lockwood. Un Lockwood que desaparece de versiones cinematográficas, error que hace olvidar a los espectadores que estos personajes, Catherine, Heathcliff, nunca nos dejan entrar. No realmente. Viven en las palabras y recuerdos de los demás. Ellos (Nelly Dean, Lockwood) son los médiums de estos particulares fantasmas.

Emily amaba a los animales. Durante sus caminatas, rescataba a los que encontraba heridos. Su relación con la naturaleza era también inexplicable y profunda. No calzaba en la vida que se supone debía vivir y ese desajuste se ve en cada página que escribió. Admirémosla y leámosla desde ese extrañamiento, desde ese saber que, si bien nos deleita con lo que Nelly Dean pueda contarnos, hay algo secreto e incandescentemente hermoso, que nunca podremos develar.