Una novela mayor recuperada

Una novela mayor recuperada
Por:
  • gilda_waldman

En 1936, la novela de un escritor desconocido, escrita en ídish y publicada ese año en Nueva York, se convirtió en un éxito literario y de público, rivalizando con Lo que el viento se llevó como el libro más leído del año. Su título era Los hermanos Ashkenazi y su autor, el escritor judío polaco Israel Yehoshua Singer (1893-1944) —hermano mayor de Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel de Literatura 1978—, había emigrado a Estados Unidos en 1934, invitado por el editor del periódico Forwards, el más influyente de Nueva York en ídish.

Para entonces, Israel Yehoshua Singer tenía una carrera literaria ya consolidada en Polonia, con un libro de cuentos y dos exitosas novelas, y era considerado como una de las voces más poderosas de la literatura en ídish de su tiempo, a lo cual se agregaba una importante carrera como periodista. Su vocación literaria había surgido desde que era todavía un adolescente cuando, en oposición al destino rabínico que le estaba destinado como hijo mayor de una piadosa familia jasídica y de un padre que ejercía como rabino, dejó atrás su educación judía tradicional, abandonó la ortodoxia y se interesó por la cultura occidental y escritores como Tolstoi, Dostoievski, Turguéniev, Hamsun y Twain. Atraído por los ecos de la Revolución Rusa, en 1918 viajó a Kiev y Moscú; regresó a Varsovia en 1921, desilusionado por el fracaso de la redención social y política prometida, y horrorizado por los resabios de antisemitismo que aún perduraban en Rusia. Su éxito literario y sus críticas a la experiencia soviética, reiteradas en 1928 en sus crónicas de viaje como corresponsal del periódico Forwards, lo enemistaron con gran parte de la intelectualidad judía de izquierda. Esto lo alentó a aceptar la invitación para emigrar a Nueva York e incorporarse al equipo directivo de dicho periódico. Al mismo tiempo inició una nueva y notable carrera literaria, que lamentablemente fue opacada por su temprana muerte y por el talento y la fama de su hermano menor, Isaac (1904-1991), emigrado a Estados Unidos en 1935 por invitación de su hermano mayor, a quien siempre reconoció como mentor y padre espiritual.

"Su rivalidad, tanto en los negocios como en la conquista del amor de la misma mujer, es el motor de una historia familiar a lo largo de tres generaciones que culmina en un destino trágico para ambos".

Sin duda, Los hermanos Ashkenazi es la obra maestra de Israel Yehoshua. Ubicada en la ciudad de Lodz, capital de la industria textil polaca, la novela transcurre entre mediados del siglo XIX y los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la formación de una Polonia independiente. Escrita como una saga familiar, narra la historia de dos hermanos gemelos —tan opuestos como Caín y Abel— nacidos con pocos minutos de diferencia en el seno de una acomodada familia jasídica, cuyo patriarca es el administrador comercial de una fábrica textil perteneciente a un industrial alemán. El mayor, Simja Meir —esmirriado, tosco, calculador, cruel, impopular y un prodigio en la exégesis talmúdica— tiene como objetivo en la vida triunfar en los negocios, convertirse en un magnate y ser el Rey de Lodz. Está dispuesto a pagar cualquier precio por ello. Su gemelo, Yánkev Bunem, menos dotado intelectualmente pero compasivo, es guapo, encantador, y la fortuna le sonríe casi sin proponérselo. Aunque los dos alcanzan el éxito —de diferentes maneras—, su rivalidad, tanto en los negocios como en la conquista del amor de la misma mujer, es el motor de una historia familiar que se desenvuelve a lo largo de tres generaciones y que, aun con una tardía reconciliación entre los hermanos, culmina en un destino trágico para ambos.

Suponer que esta novela se refiere sólo a la rivalidad de dos hermanos con ambiciones y temperamentos distintos no le hace justicia a una narración de resonancias tolstoianas y cercana a otra saga familiar tan compleja como Los Buddenbrook, de Thomas Mann. Alrededor de las trayectorias individuales de Simja Meir y Yánkev Bunem y de su difícil relación, la novela entreteje las vivencias personales de una familia —y de muchos otros hombres y mujeres— con la urdimbre social en la que se desarrollan sus destinos, envueltos todos en el vértigo de fuerzas históricas poderosas y cambiantes. Por una parte,

la evolución de la industria textil en la ciudad polaca de Lodz a lo largo del siglo XIX hasta comienzos del XX. Por la otra, la profunda transformación de la vida judía en esa localidad —y, en general, en toda Europa—, por efectos de la industrialización, el secularismo y el peso de las nuevas corrientes ideológicas de la época, como el comunismo y el nacionalismo.

La trama de Los hermanos Ashkenazi se desarrolla, casi en su totalidad, en Lodz. Son muchos los escritores que han convertido el territorio geográfico de la urbe en espacio literario, alcanzando de hecho la simbiosis entre una ciudad y su escritura: es el caso de Virginia Woolf con Londres, Franz Kafka con Praga, James Joyce con Dublín, Fernando Pessoa con Lisboa, Jorge Luis Borges con Buenos Aires. Por su parte, Israel Yehoshua Singer relata a Lodz a lo largo de un siglo, recorre la historia de esta ciudad que, de ser un poblado pequeño y pobre, incorporado al imperio ruso en 1815, se convirtió en su capital textil más importante, hasta ser devastada por la ocupación alemana durante la Primera Guerra Mundial. Más tarde, ya incorporada a Polonia y aún conservando su carácter industrial, no logró recobrar el intenso desarrollo que tuvo en el siglo XIX. Con la llegada de tejedores alemanes alentados por el gobierno polaco, a fin de crear las primeras fábricas de hilado de algodón para el vasto mercado ruso, la novela comienza así:

Por los polvorientos caminos que desde Sajonia y Silesia descienden hasta Polonia, una insólita procesión de hombres, mujeres y niños, cargados con todas sus pertenencias, atravesaba pausadamente prados y bosques, pueblos y aldeas, saqueados y devastados por las recientes guerras napoleónicas. Ya fueran ricos o pobres, todos ellos coincidían en una preciada posesión: un lustroso telar de madera atado a cada carro o carromato.

"Ambos se alejan de una tradición inalterada durante siglos, que podía vivirse como una prisión pero que ofrecía, al mismo tiempo, la certidumbre de un marco de responsabilidad y solidaridad compartido".

Si la inmigración alemana fue la semilla de la industrialización de Lodz, a ella se sumó muy pronto la actividad de industriales y comerciantes judíos que en poco tiempo la llenaron de ruido y agitación, cuyo crecimiento parecía no tener fin, sobre la que brotaban avenidas, calles, edificios, tiendas, bazares y almacenes. Lodz se convirtió en un imán para muchos polacos de otras zonas del país; desde los pueblos cercanos y de regiones como Lituania y Galizia, llegaron también miles de jóvenes para aprender primero el oficio de tejedores y, más tarde, servir como mano de obra en las fábricas con maquinaria de vapor.

Singer nos adentra, paulatinamente, en las entrañas de una ciudad que crecía esplendorosa y próspera, donde confluían ingenieros, químicos, maestros tejedores, diseñadores, mercaderes, viajantes, agentes comerciales, jóvenes aventureros, etcétera, provenientes de todas partes del mundo; pero donde también, tras las bambalinas de su desarrollo industrial, su rápida urbanización y cosmopolitismo, ocurría la realidad de miseria y explotación de sus trabajadores. En páginas que evocan el universo desolador de Londres durante la era victoriana plasmado en la literatura de Charles Dickens, Israel Yehoshua Singer ofrece un retrato descarnado de la vida obrera en Lodz —hambre, trabajo extenuante, condiciones de vida miserables, jornales insuficientes— que descifra literariamente el surgimiento y la consolidación de la burguesía, conseguidos a expensas de la explotación, la amenaza de despido y la reducción salarial de los trabajadores. Hasta que, en el marco de las nacientes revoluciones sociales, comienzan a surgir las rebeliones de los trabajadores ante el abuso de los patrones, convirtiendo a Lodz en uno de los centros del movimiento comunista.

Ahí transcurre la vida de los hermanos Ashkenazi. El patriarca, Abraham Hersh Ashkenazi, es un judío jasídico acomodado, creyente, piadoso, sumergido en los textos sagrados y dirigente de la comunidad judía de Lodz, a quien su rabino anticipa el futuro de sus gemelos: “Tus descendientes serán hombres acaudalados (pero no devotos)”. Israel Yehoshua Singer pinta de manera magistral cómo las turbulencias históricas provocan cambios dramáticos en la vida judía tradicional, por efectos del desarrollo industrial, la secularización y la emergencia de las nuevas ideologías. Para los gemelos Ashkenazi, el éxito en el mundo de los negocios —que Simja Meir alcanza con astucia, tretas comerciales, codicia y cálculo, y Yánkev Bunem con simpatía y buena suerte— implica abandonar el judaísmo, romper con los valores familiares, aculturarse paulatinamente (cambiar de nombre, cortarse la barba, usar ropa europea, hablar en alemán) como paso previo a una total integración social, pues el éxito económico está fuera de la comunidad judía. Ambos se alejan de una tradición inalterada durante siglos, que podía vivirse como una prisión pero que ofrecía, al mismo tiempo, la certidumbre de un marco de responsabilidad y solidaridad compartido; los atraen las posibilidades fascinantes que ofrece el mundo moderno: libertad y cosmopolitismo, entre otras. Los dos, de manera distinta, quedan —metafóricamente— suspendidos sobre un trozo de hielo que se deshace mientras flota en el río.

También los judíos pobres que trabajan en las fábricas textiles de Lodz —como muchos otros jóvenes judíos, polacos y rusos— se adhieren con fervor al hechizo de las ideologías políticas seculares que recorren Europa durante la segunda mitad del siglo XIX, en especial el comunismo.Así reemplazan las exégesis talmúdicas por ardientes discusiones revolucionarias que traducirán en acciones políticas —al precio de la clandestinidad y la cárcel— como única forma de poner fin a la pobreza y la marginalidad judías y dar paso a una etapa de redención universal. En la novela, el personaje de Nissan representa esta ruptura genealógica, histórica y social. Hijo de un rabino, expulsado de su casa por leer textos seculares, volcado al estudio del marxismo, se convierte en líder sindical, es expulsado a Siberia y alcanza una posición de influencia en la Revolución Rusa. Pero en todos los casos, implica el autor, los judíos no parecen tener un lugar en Europa. El antisemitismo recorre la historia de Lodz a lo largo del siglo XIX, e incluso después de 1918, cuando Polonia ya es una república independiente. Los pogroms [linchamientos] estallan con frecuencia, inclusive cuando una marcha planeada para conmemorar el Día del Trabajo fracasa y los trabajadores, ebrios, inician uno contra los obreros judíos, camaradas de clase. Los judíos se vuelven chivos expiatorios de cualquier conflicto social, económico o político. A pesar de su éxito en el mundo secular, Simja Meir y Yánkev Bunem —en especial éste último, en su trágico final— son perseguidos sólo por ser judíos. Para los hermanos Ashkenazi, ni el status económico ni la vida secular los protegerán del antisemitismo, aunque no lo quieran aceptar. Y Nissan vivirá también las desventuras y la desilusión del proyecto revolucionario en Rusia.

Épica y realista, al estilo de la novela europea del siglo XIX, Los hermanos Ashkenazi no se enfoca en los dilemas existenciales de sus personajes sino en el entorno social y político donde se desenvuelven. Más aún: todos ellos están sujetos a las poderosas fuerzas de la historia. Sus derrotas no obedecen a contradicciones y ambigüedades internas, sino a las fuerzas sociales y políticas de su tiempo. Historia de una ciudad, de la revolución industrial, el capitalismo, los judíos polacos, la Revolución Rusa, Los hermanos Ashkenazi es una novela injustamente olvidada. Por eso, su reciente publicación al español —en traducción directa del ídish, realizada por Rhoda Henelde y Jacob Abecasís— es digna de festejarse.

Israel Yehoshua Singer, Los hermanos Ashkenazi, Acantilado, Barcelona, 2017.