Unkle

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

UNKLE
UNKLEFoto: Cortesía del autor
Por:

“Bad decisions make good stories”, dice Ellis Vidler. Y mis lectores saben que sin las malas decisiones esta columna sería más cándida que el Espacio de Cositas. Pero las buenas decisiones también crean buenas historias, cómo no.  

Acudir al concierto de una banda que te guste siempre será una buena decisión. Los ajustes de cuentas suelen presentarse con muchos años de delay. Existen bandas que piensas que ya nunca verás en vivo. Y de repente, pum, un boleto cae del cielo y entonces el plato frío de la revancha comienza a humear con lujuria.

LA LICENCIADA Y YO, una amiga con la que tengo más de 15 años asistiendo a conciertos, nos recargamos en la pared afuera del Frontón México. Parecía un sábado cualquiera. Qué más quisiéramos los fans que poder partirnos en dos y tener el don de la ubicuidad. Esa noche también tocaba Depeche Mode y todo indicaba que la presentación de Unkle tendría una entrada floja. 

Ocupamos nuestros asientos en la parte de arriba, como invitados, en una zona que no había sido puesta a la venta, y todo el tiempo la gente se sentaba a nuestro lado y no pasaban tres minutos cuando los de seguridad procedían a desalojarlos. Estábamos justo a un costado del escenario. Conforme avanzaba la noche fuimos testigos de cómo lo que apuntaba a ser una entrada modesta fue creciendo hasta llenar el recinto. 

A las nueve de la noche el dúo, comandado por James Lavelle, el único miembro original desde el 92, ocupó sus puestos tras las tornamesas y comenzó el degenere. Lo primero que llamó la atención fue lo escueto del escenario. Apenas tenía unos cuantos juegos de luces. La pantalla al fondo. La infaltable máquina de humo. Unas cuantas ristras de bocinas y párale de contar. Y sin embargo, con tan poca producción armaron un desmadre. Que potencializado por un chocolatito con jiribilla que me comí una hora antes, me sumió en un estadazo memorable.

Desde el arranque los visuales brotaron de la pantalla con cualidades hipnóticas. A eso veníamos, ¿no? Teniendo como referencia los videos de la banda. No sé lo que esperaba cada uno, pero yo aguardaba un show más ambient, introspectivo. Pero desde la segunda canción quedó claro que aquello estaría turbulento. Y desde mi posición observé cómo el recinto entero se volvía una ola que se mecía sin descanso al compás de la pesadez imperante.

No era cualquier grito. Era uno histérico, desmedido. Volteé a ver de dónde provenía

LA PANTALLA ERA UN HOYO que se desgajaba y conforme el efecto del chocolate se agudizó caí en él. Y en el punto máximo de abstracción un grito me sacó del trance. No era cualquier grito. Era uno histérico, desmedido. Volteé a ver de dónde provenía. A un lado mío, como a un metro y medio, una pareja se había apostado. No tardan en venir a quitarlos, pensé. Pero los de seguridad nunca se presentaron.

Cuando comenzó “Rabbit in Your Headlights” los gritos se intensificaron. Se repitieron incansables. Puse atención en la pareja. Ambos tenían una cheve en una mano y se balanceaban sin parar. El bato tenía la camisa abierta por completo y se le asomaba toda la panza. Ella estaba a su vez en su propio trance, gritando como si estuviera ante la mejor banda del mundo. Y así era.

Lo que en un principio consideré la exagerada reacción de un par de borrachos, porque estaban pedísimos, después me di cuenta de que era auténtica devoción. Se sabían todas y cada una de las letras, con un celo que sólo el true fan es capaz de contener, y las gritaban desaforadamente. No paraban de agitarse. Y me mojaron de cerveza varias veces. Pero qué haces cuando atestiguas semejante muestra de amor a una banda. ¿Pararte a hacérselas de pedo? ¿Peinarte con los de seguridad? No. Por supuesto que no. Esa clase de recogimiento merece respeto. Y la mayor de las consideraciones. No importa que estén ahogados. A veces es así como se abraza la música con mayor intensidad. Con mayor apego. Y que valga madre lo que piense la gente a tu alrededor. 

Qué hice entonces. Les tomé una foto. Porque, me dije, quiero atesorar esta imagen siempre. Esta pasión merece todo mi respeto. El disfrute último. La de estos dos locazos más fans de Unkle que yo. Y que casi cualquiera que estuvo esa noche en el Frontón. Ellos por fin habían encontrado lo que amaban y se habían dejado matar por ello.