Vivir o no vivir

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Vivir o no vivir
Vivir o no vivirIlustración: arvitalyaart / shutterstock.com
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El sábado 10 de septiembre es el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, una fecha para la reflexión y la organización colectiva. Parafraseando a Camus y a Cioran, la pregunta es: ¿Vivir o no vivir? El instinto de supervivencia es una convicción preverbal que parece dar coherencia y unidad al árbol gigantesco de la vida. Y sin embargo esa convicción se viene abajo ante la conducta suicida. ¿Cuáles son los orígenes de este comportamiento? ¿Podemos prevenirlo?

Cuando los pensadores chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela postulan el principio de autopoiesis, se refieren a los seres vivos como aquellos que están dotados de autonomía, autorreferencia y autoconstrucción: el ser vivo es y existe sólo mientras conserva una organización circular basada en el intercambio dinámico de moléculas con el entorno. Según ciclos de transformación metabólica, el ser vivo se construye a sí mismo mediante un diseño genético que sintetiza los aprendizajes milenarios (si se me permite la metáfora) adquiridos durante la evolución de las especies.

Pero la funcionalidad de esta organización genética y molecular depende de la armonía ecológica. De acuerdo con el fisiólogo estadunidense Peter Sterling, hay una tensión profunda entre las condiciones ecológicas que llevaron a nuestra evolución como especie y nuestras condiciones de vida actuales, desde la Revolución Industrial. Esto tiene consecuencias epidemiológicas inesperadas, como el auge de las muertes por desesperanza (deaths of despair).1 Así designa Peter Sterling a las muertes que ocurren como resultado de una pérdida de la esperanza, un “desamparo aprendido” que afecta a millones de personas y puede conducir al suicidio y al fallecimiento por uso de opiáceos, cocaína, anfetaminas, alcohol y tabaco,2 y que está anclado en las dinámicas sociales, políticas y económicas. Los estudios en el ámbito de la salud mental pública nos muestran que hay factores biológicos, psicológicos y sociales que contribuyen al suicidio, lo cual conduce a una enorme variabilidad histórica y geográfica.

Para comparar países altamente poblados y países con cifras más bajas de población, se usa la tasa de suicidio como medida estadística que nos informa cuántos casos de suicidio se presentan cada año por cada cien mil habitantes. Según la Organización Mundial de la Salud,3 entre los países con tasas más altas de suicidio se encuentran Groenlandia, Lituania, Rusia, Corea del Sur, Japón, Bélgica y Sudáfrica. En el extremo opuesto, Jordania, Filipinas, Indonesia, Turquía y Argelia tienen cifras muy bajas. A la manera de un ejemplo, la tasa en Rusia en 2019 fue tan alta como 25 suicidios (por cada cien mil habitantes), mientras que en Filipinas fue tan baja como 2.2. Ese año, la tasa de suicidio mundial fue de 9.2. El reino de Lesoto —al sur de África— tuvo la mayor del mundo: 72.4, muy por encima de Rusia. Los países americanos con cifras más altas fueron Uruguay (21.2), Estados Unidos (16.1) y Cuba (14.5); las más bajas se observaron en Venezuela (2.1), Honduras (2.1) y Perú (2.8).

En la infancia, el suicidio se relaciona con el maltrato
y con la falta de apoyo parental; en adultos, el desempleo
triplica la tasa

EL SUICIDIO EN MÉXICO se mantiene por debajo de la tasa mundial, pero va en aumento de manera gradual desde hace varias décadas. En 2012 fue de 4.7. Alcanzó su máximo histórico en 2021: 6.6. La tasa es mayor en varones (11.0) que en mujeres (2.4), como sucede en el resto del mundo. Las más bajas se encuentran en Guerrero (1.2), Veracruz (3.1), Baja California (3.2) y Ciudad de México (3.8); las más altas se observan en Chihuahua (15.2), Yucatán (14.5), Aguascalientes (12.0) y Campeche (11.7).4

No hay una explicación única para un fenómeno tan complejo. En el suicidio se contradicen los principios de autonomía y autoconstrucción: el individuo suicida ejerce su autonomía para terminar con la organización corporal que lo mantiene vivo. ¿Cuáles son sus motivos? ¿Cuáles son las causas del comportamiento suicida? ¿Se encuentran afuera o adentro de sí mismo? Se trata de un fenómeno dinámico que se puede comprender mejor con una perspectiva ecológica, como una pérdida de la armonía entre el ser vivo y su nicho ecológico.

En definitiva, los trastornos psiquiátricos deben considerarse, porque están a la cabeza de los factores que aumentan el riesgo suicida. Un estudio de metaanálisis realizado en China y publicado en la revista Psychological Medicine (2021) sintetizó 5,014 investigaciones epidemiológicas internacionales, y determinó que la tasa de suicidio en personas con trastornos mentales severos fue de 312 por cada cien mil personas, anualmente. Esto significa que es más de treinta veces mayor a la de la población general, si recordamos que la tasa mundial en 2019 fue de 9.2.

En el caso del trastorno bipolar, la tasa fue de 237; en personas con esquizofrenia fue de 352 y en la población que padece un trastorno depresivo mayor fue de 534. Según el estudio, las personas con esos trastornos tienen un riesgo mucho más alto que el de la población general, por lo cual no son conceptos triviales o arbitrarios.5 No hay que olvidar que los trastornos psiquiátricos tienen, en su mayoría, un origen multifactorial: aparecen cuando confluyen muy diversos factores de riesgo —genéticos, neurobiológicos, inmunológicos, hormonales, biográficos, familiares, sociales, culturales, históricos— en una historia personal de interacciones y desarrollo biopsicosocial.

ESTA CONVERGENCIA MÚLTIPLE nos indica la necesidad de aproximarnos al problema del suicidio desde una perspectiva plural, a partir del diálogo y la colaboración entre múltiples disciplinas. La perspectiva médica es necesaria, pero no es suficiente. Los factores que conducen al suicidio están anclados en las estructuras que van más allá del ámbito individual. En la infancia, el comportamiento suicida y las autolesiones se relacionan con el maltrato y con la falta de apoyo parental;6 en adultos, el desempleo triplica la tasa de suicidio, y la pérdida de una pareja la duplica.7 Además de los trastornos mentales, el suicidio se duplica en personas con enfermedades neurológicas o con cáncer. En adultos mayores los factores más relevantes son la depresión y las enfermedades físicas, pero también el abuso de sustancias, la soledad, la pérdida de una pareja, el estrés familiar y la falta de apoyo social.

Como se puede ver, algunos de estos problemas requieren un abordaje médico, mientras que otros demandan actividades de trabajo social y comunitario, así como abordajes psicoterapéuticos. En todos los casos se requiere una transformación política capaz de atender las determinantes sociales del suicidio, pero también capaz de generar los servicios de salud y de atención psicológica necesarios para atender los problemas clínicos tan comunes en el mundo entero. Esto requiere una gran inversión y mucho rigor científico. Hablamos de personas con calidad humana atendiendo a quienes más lo necesitan. 

Referencias

1 P. Sterling, Elife, 2018.

2 P. Sterling, M. L. Platt, JAMA Psychiatry, 2022.

3 Página web de la OMS, consultada en septiembre, 2022.

4 Página web del INEGI, consultada en septiembre, 2022.

5 X. L. Fu, et al., Psychol Med., 2021.

6 R. T. Liu, et al., JAMA Psychiatry, 2022.

7 P. Qin, et al., J Psychiatr Res., 2022.