El Covid-19 provoca miedo en “trincheras” de hospital pediátrico

El Covid-19 provoca miedo en “trincheras” de hospital pediátrico
Por:
  • larazon

Cuando una ambulancia comienza a serpentear por la colonia La Cruz Coyuya se paraliza el corazón de al menos cuatro personas que laboran en el Hospital Pediátrico de Iztacalco. Los cuatro profesionales de la sala de urgencias, que conforman el primer servicio de importancia en todo hospital, se congelan ante el sonido lejano de la sirena, y mientras éste se intensifica conforme la unidad médica se acerca al hospital, al equipo conformado por dos enfermeras, una doctora y un camillero lo invade el silencio.

Están en su break. Quien se disponía a darle un trago a su refresco se queda con la garganta seca; la botana se vuelve insípida, la paleta de hielo ya no refresca. Sin intercambiar palabras empiezan a sacar de sus bolsillos los guantes de servicio que ya deben tener listos porque no hay que correr a buscarlos, y mientras se ponen el cubrebocas nada más existe ese cruce de miradas temerosas mientras la ambulancia se dirige hacia ellos.

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Tienen miedo de que “les caiga” un caso de Covid-19, que no distingue entre civiles o personal de salud, adultos mayores, mujeres o niños, y porque en el cruce de información entre colegas ya les dijeron que se murió una doctora y un camillero en el Hospital La Raza, ya se enteran que personal de salud ha sufrido agresiones en Guadalajara y Veracruz por ir vestidos como siempre lo han hecho, con el uniforme que les ha acompañado toda su vida profesional, dedicada a salvar vidas.

Pero es en su propia trinchera, el Hospital Pediátrico, donde se enfrentan a sus temores más profundos debido a lo que consideran un mal manejo de las autoridades para hacerle frente a la crisis generada por el Covid-19.

Recuerdan que la madrugada del sábado pasado llegó un paciente, un niño de cuatro años de edad, con toda la sintomatología y el médico en turno decidió ingresarlo a la sala de urgencias.

Pésima decisión de un profesional, acusan, pues provocó que el servicio simplemente tronara.

“Eso estuvo muy mal. En la sala de urgencias hay 10 camas disponibles y con esa acción provocó que el servicio colapsara, porque el paciente era (positivo a) Covid-19, por lo que debió cerrar y ya no pudimos recibir a más hasta el lunes, cuando fue trasladado” y luego de que se le aplicara una limpieza exhaustiva, consistente en lavar con cloro techo, paredes, utensilios, sábanas, todo, una faena que requirió de seis horas adicionales para que quedara nuevamente habilitada.

El médico, acusan, pudo trasladar al paciente a una área aislada, como la sala de curaciones, que es un cuarto individual.

De ese tamaño es la descoordinación, los malos manejos; como otro que cuentan, idéntico, en el Pediátrico de Tacubaya, donde una niña con Covid-19 también fue canalizada a urgencias, con el mismo resultado: servicio colapsado.

“Se dio un mal manejo, y el personal de todos los hospitales no estamos preparados para esto, ni con equipo ni con experiencia, ni con organización”, cuenta personal de Iztacalco. “El equipo que nos están dando es pésimo; es un par de guantes, un gorro quirúrgico, una bata, un cubrebocas y párale ahí. Incluso se están utilizando de esos cubrebocas azules de los más sencillos que se transparentan y hasta se ve la boca”.

Recuerdan que durante la crisis de la influenza hubo más organización: “como hospital teníamos por turno de 50 a 80 reactivos, y cuando llegaba el paciente con sospecha se hacía el examen y en color nos decía ‘sí, es influenza, trasládalo’, y máximo una hora lo teníamos en el hospital y se trasladaba.

“En este caso no están dando pruebas. Algunas son reactivas, pero las mandan al Hospital Infantil de México, que es el receptor de todas las pruebas”. Además, cuestionan un protocolo mediante el cual aplican una prueba por cada 10 pacientes con dificultades respiratorias.

“Al azar, entra el paciente número 1 con dificultad respiratoria, lo atiendes y lo mandas a casa; paciente 2 igual, lo atiendes y lo mandas a casa. Hasta que llegue tu paciente número 10; así, al azar, llega con dificultad respiratoria, se le hace la prueba de Covid-19, y luego tienen que pasar otros 10 para hacer otra prueba, ¿por qué? porque no hay pruebas suficientes para aplicar. Pero en ese lapso del 1 al 10, a lo mejor ya se te fue el Covid-19. Entonces, eso es absurdo”.

Adicionalmente, señalan, hay una lista de 20 puntos que el paciente debe cubrir fisiológicamente mediante signos y síntomas; “si no llena los 20 puntos de esa lista, de esa evaluación, no se considera Covid-19, así sean 17 puntos de 20 dicen ‘no’”.

MOJADO HASTA LOS CALZONES. Es cruel, pero hay profesionales que han invertido de su propia bolsa en equipo para hacerle frente a la contingencia y evitar situaciones como las anteriores: hasta tres mil pesos invertidos en mascarilla N95 con punta de carbón, uniforme quirúrgico, botas quirúrgicas, bata desechable de manga larga quirúrgica, goggles, gorro quirúrgico y dobles guantes.

Cuentan que un día acudió con su paciente y se tardó como una hora en atenderlo (darle de comer, checar signos vitales, cambiarle el pañal), pero dado que quien portaba el equipo, su equipo, “sudaba un montón, terminó mojado hasta los calzones”.

Y eso es lo que les espera al Pediátrico de Iztacalco cuando por fin lleguen los recursos y el equipo para ser “hospital sede”, como el Pediátrico de La Villa, y esté plenamente adaptado para recibir a pacientes con Covid-19.

Por lo pronto cuentan con seis camas y seis ventiladores, destinados a pacientes que ya no pueden respirar y que se deben conectar al aparato para ello.

La labor que le espera a quienes deberán atenderlos es encerrarse con el paciente durante las siete horas de su turno.

“Son siete horas en las que no comes, no vas al baño, no orinas, no tomas nada, a no ser que las instalaciones tengan ahí baño, regadera… pero en la mayoría de los hospitales de la Ciudad no están así. Tienen más de 50 años, están mal planeados; entonces, te tienes que fregar las siete horas ahí con tus cubrebocas, goggles…”, señalan.

Y mientras libran la sobrecarga que significa mandar a su casa a personal de salud mayor de 65 años, que tiene diabetes o es hipertenso, pues son más susceptibles al coronavirus, se les viene el miedo encima cuando a lo lejos suena la sirena, pues no sólo el virus ataca al personal de enfermería.

Cuentan que el niño de cuatro años tenía el antecedente de que 21 días antes había llegado el abuelo de Denver y el pequeño tenía de tres o cuatro días con temperatura elevada. Todos esos antecedentes se juntaron y se empezó a manejar como Covid-19. Pero eso no se le hizo saber al personal de enfermería, por eso estaban apanicadas.

Por eso tienen miedo; miedo de estar expuestas a la falta de pericia como la exhibida por el doctor, miedo por la falta de equipo, miedo a la burocracia del epidemiólogo que controla los reactivos y a quien acusan de no responder a los telefonemas el fin de semana marcados por la guardia para que hiciera las pruebas de coronavirus; miedo a eventuales agresiones, por eso mejor les recomiendan que vistan de civil, que en el hospital se cambien de ropa al llegar y al salir.

Entre los temores también se encuentra enterarse que al Pediátrico de La Villa ya llegaron bolsas para cadáveres y que en Iztacalco esto apenas empieza.

El dato: Enfermeras y médicos han denunciado a través de redes sociales agresiones y actos de discriminación por temor al contagio, sólo por portar sus uniformes de trabajo.

Y aunque no se arredran, pues confían que la crisis “se puede librar con organización dentro de un hospital”, sienten miedo cuando escuchan más cerca el sonido de la sirena, pues les acecha la falta de capacitación y la poca experiencia, la carencia de insumos y la burocracia existente para enfrentar la crisis.

“Acá todas, todos, tenemos miedo”, comentan mientras el sonido de la sirena se intensifica. Confiesan que se ponen los guantes y su cubrebocas con la esperanza de que se aleje, de que no llegue a su servicio, y el alma les regresa al cuerpo cuando la ambulancia no hace estación en el pediátrico de Coyuya.