Un minuto sin fragores ni pasiones políticas

Un minuto sin fragores ni pasiones políticas
Por:
  • adrian-castillo

En ese paréntesis de 59 segundos los fragores que caracterizaron la transmisión de poder durante tres sexenios consecutivos se encauzaron hacia la sobriedad. Ninguna señal de estrépito, ninguna de aparatosidad.

Andrés Manuel López Obrador guardó el torrente de pasiones políticas en ese breve espacio de tiempo: ni un solo gesto triunfal, ni un intento por provocar el aplauso tronante —poderoso artilugio para elevar al nuevo presidente a las máximas alturas del poder civil en este ritual sexenal.

Tras el protocolario recorrido por el pasillo Central del Palacio Legislativo de San Lázaro, en el que fue constantemente detenido para tomarse selfies con admiradores y fieles, el Presidente 67 terminó de subir el último peldaño de la escalera que conduce a la mesa directiva del Congreso de la Unión.

Empezaron esos segundos de tregua en los que el nuevo mandatario —quien rompió la tradición de la era de la alternancia de vestir una neutral corbata gris plata, y en su lugar vestir una guinda—, optó por mostrarse inconmovible, con gestualidad reducida:

Primero saludó al presidente del Senado, Martí Batres, sin mirarlo de frente, rápidamente. Ya tenía la vista puesta en Enrique Peña Nieto, que portaba la banda presidencial con los colores invertidos respecto a la que usó en la inauguración de su mandato —por decisión del hombre que estaba a punto de asumir las riendas del país.

El mexiquense quiso, con su acostumbrada animosidad, sacudir la mano al tabasqueño, pero cuando intentaba extenderse en sus parabienes, López Obrador miró hacia el respaldo de una de las curules de la mesa directiva y luego hacia el punto donde habría de rendir protesta. Peña entendió y se apartó para que pasara.

"La crisis de México se originó, no sólo por el fracaso del modelo económico neoliberal, sino también por el predominio, en este periodo, de la más inmunda corrupción pública”

Andrés Manuel López Obrador

Presidente de México

El tabasqueño dio cinco pasos medidos, cortos, hacia el decano y presidente del Congreso, Porfirio Muñoz Ledo, quien lo recibió con la cabeza un tanto inclinada, en señal de respeto, inyectando al momento aires de solemnidad.

Tras un saludo de no más de tres segundos, en el que López Obrador fue quien más habló, Porfirio le indicó, dando suaves golpes con las puntas de los dedos de la mano izquierda, cuál sería su asiento.

El presidente de la Corte, Luis María Aguilar, cabeza del Poder Judicial, le extendió entonces la mano derecha al tabasqueño y en el apretón de manos le sostuvo el brazo con la izquierda.

A cinco metros de distancia, Enrique Peña Nieto aprovechó para acomodarse con el pulgar y el índice la banda presidencial: le quedaban sólo unos segundos con ella ceñida al pecho.

Mientras, dos trabajadores de servicios parlamentarios cargaban y ponían frente a López Obrador, a la diestra de Muñoz Ledo, el atril para rendir protesta.

Pausadamente, el nuevo Presidente, que asume el poder a los 65 años —Vicente Fox lo hizo a los 58, Felipe Calderón a los 44 y Peña a los 46— leyó el texto de toma de protesta alternando la mirada entre el fondo del salón de plenos y la madera del atril.

Agregó a la línea “que el pueblo me ha conferido”, tres palabras: “de manera democrática”. Y remató elevando la voz, “y si así no lo hiciere que el pueblo me lo demande”.

Tenía el brazo derecho extendido y así lo dejó durante diez segundos, después de haber leído la invocación del artículo 87 constitucional. Los aplausos tronantes en la bancada de Morena tampoco modificaron su semblante.

"Gobernaré con entrega total a la causa pública, dedicaré todo mi tiempo, mi imaginación, mi esfuerzo, a recoger todos los sentimientos y a cumplir con las demandas de la gente”

Andrés Manuel López Obrador

Presidente de México

Con apoyo de un cadete de la Heroica Escuela Naval Militar, Peña Nieto entonces despegó el velcro que une los dos extremos inferiores de la banda presidencial, la bajó con la mano izquierda deslizando por el brazo derecho. Se le estaba yendo. La dobló en dos partes. Le entregó.

Porfirio, con las manos trémulas, buscó hacer el menor contacto con el lienzo satinado, como si fuese una reliquia. La acomodó sobre el dorso de las manos. La mostró al pleno y a las cámaras con el bordado del escudo nacional en hilos de oro mirando al techo del Palacio Legislativo de San Lázaro.

López Obrador, sosteniéndola desde un extremo superior y un inferior tomándola con todos los dedos de la mano, se centró el águila devorando a la serpiente sobre el esternón. Su gesto permanecía inconmovible.

El ahora famoso cadete Giovanni Lizárraga, del Colegio Militar, se encargó de hacer la tarea que hasta el sexenio pasado hacía el Jefe del Estado Mayor Presidencial, agrupación ahora extinta: acomodó la tela tricolor para que no tuviera pliegues ni hendiduras.

López Obrador miró al frente. No había emociones extraviadas, a pesar de los 12 años de espera. Luego levantó la mano derecha en señal de saludo. Habían pasado 59 segundos y ya era Presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.

El poder, ya en la formalidad legal y constitucional, era suyo. Y, hasta ese momento, no había ninguna señal de estrépito, ninguna aparatosidad.

El Dato: En 1982, Miguel de la Madrid invitó a su ceremonia al Nobel de Literatura de ese año, Gabriel García Márquez... y también a quien lo ganaría en 1990, Octavio Paz.