Los Ortega y Gasset premian a la prensa disidente de Maduro

Los Ortega y Gasset premian a la prensa disidente de Maduro
Por:
  • larazon

El régimen venezolano recibió ayer un contundente mensaje contra la censura que ejerce a los medios críticos: Teodoro Petkoff, director del diario TalCual fue galardonado con el premio Ortega y

Gasset por su trayectoria, pero el gobierno le prohibió viajar a España para recibirlo. “Tengo el país por cárcel”, dijo en un breve, pero contundente video proyectado en el evento.

Considerado como una referencia política e informativa, aseguró que el reconocimiento se debe a su diario que en marzo pasado dejó de circular de manera impresa debido a la falta de papel. “Entiendo y asumo que es un premio para una trayectoria vital, no la mía sino del diario que fundé hace 15 años que se ha transformado en una referencia política y periodística insoslayable”, aseguró.

En la grabación aseguró que el medio que dirige “es el vocero de los mejores intereses y aspiraciones de los venezolanos que queremos vivir en un país democrático, abierto y seguro para todos. Este es un premio a la Venezuela luchadora, empeñada en vivir democráticamente”.

En la ceremonia de la 32 edición de los galardones que son otorgados por el diario español El País, asistieron destacadas personalidades de la política, la cultura y la economía. Todos cerraron filas en favor de la libertad de expresión y en condena por la represión a los informadores que se vive en el país sudamericano.

Uno de ellos fue el ex presidente del Gobierno español, Felipe González, quien fue el encargado de recoger el premio otorgado a Petkoff. “Es la conciencia crítica irreductible de la izquierda, que cree en la libertad de los lectores y de los electores. Por eso molesta tanto a tantos”, expresó González sobre el periodista de 83 años.

El ex mandatario español tiene la intención de viajar a Venezuela el próximo 17 de mayo para asumir la asesoría en la defensa de los líderes opositores venezolanos en prisión, Leopoldo López y Daniel Ceballos, esto a pesar de que fue declarado persona non grata por las autoridades venezolanas.

A la defensa de los medios libres se sumó Mario Vargas Llosa. El escritor peruano aseguró que el galardón a Petkoff era “justo para alguien que es símbolo de la resistencia democrática a un régimen que va cerrando cada vez más los espacios pequeños donde todavía podía funcionar un periodismo independiente y crítico”.

Y es que durante los dos años de gestión de Nicolás Maduro nueve medios críticos han tenido que cerrar debido a la falta de insumos y divisas para comprarlos. A esto se suma la constante persecución a los profesionales del periodismo. Según la ONG Espacio Público este año se han denunciado 104 violaciones a la libertad de expresión.

“Teodoro está dando una durísima batalla en una dictadura que va cerrando espacios de libertad”, dijo Vargas Llosa en su discurso en la ceremonia de entrega de los galardones.

El autor de Los cachorros reconoció la capacidad de Petkoff para superar su propio pasado. Esto en referencia a su pasado guerrillero y comunista. Petkoff ha demostrado grandeza y lucidez al abandonar la rigidez dogmática de una izquierda totalitaria y rechazar el “caudillismo” de (Hugo) Chávez, expresó el Nobel.

“Se empeñó en señalar que no era un movimiento popular y progresista, sino que venía de una vieja tradición del caudillismo populista, militarista y demagógico, de trágicas consecuencias en la historia de Latinoamérica, algo que muy pocos vieron al comienzo del chavismo”, concluyó.

Desde 2014 el periodista tiene una orden judicial que le prohibe salir del país.

La medida fue promovida por Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional y número dos del chavismo.

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Teodoro según Gabriel García Márquez

Teodoro Petkoff —candidato socialista a la presidencia de Venezuela— estaba preso en el cuartel San Carlos, de Caracas, a principios de 1962, mientras la llamarada de la guerrilla se extendía por todo el país. Había sido capturado en el curso de una operación urbana y recluido en una celda de alta seguridad, de la cual parecía imposible fugarse.

Apenas había cumplido los 30 años, pero ya era un dirigente destacado del partido comunista y tenía un pasado brillante como resistente universitario contra la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez. Desde el instante mismo en que fue capturado tuvo un objetivo único que no le dio un instante de tregua en los largos meses de reclusión.

Ese objetivo, que se consideraba poco menos que fantástico, era fugarse de una cárcel militar de la cual nadie había logrado escapar hasta entonces. Lo consiguió en pocos meses con un plan deslumbrante. Un sábado de visitas, una amiga suya le llevó escondidas varias cápsulas llenas de sangre fresca de vaca. Cuando quedó solo en la celda, Teodoro empezó a quejarse de un malestar cuyos síntomas precisos no le dejaban ninguna duda al médico de la prisión: una úlcera gástrica. Era una dolencia fingida, por supuesto, pero el proyecto era tan meticuloso que Teodoro se había aprendido de memoria hasta las manifestaciones más sutiles de la enfermedad que le convenía aparentar.

El médico le recomendó reposo —que no era nada difícil en una celda de alta seguridad y le prescribió un tratamiento severo. Pero aquella noche, Teodoro se tragó las cápsulas, despertó a la prisión con sus gritos y los guardias que acudieron lo encontraron postrado por una crisis de vómitos de sangre. Lo trasladaron al hospital militar, donde las medidas de seguridad no eran tan rigurosas y antes del amanecer se descolgó por la ventana del séptimo piso con ayuda de una cuerda que alguien le hizo llegar.

Fue una fuga tan espectacular que cuatro años después, cuando Teodoro fue capturado de nuevo en el Estado de Falcón, donde operaba la guerrilla comandada por Douglas Bravo, la prisión del cuartel San Carlos le pareció poca cosa al gobierno para mantenerlo a buen recaudo. De modo que lo mandaron a una colonia marítima donde la fuga era imposible: la isla de Tacarigua. Otra vez la obsesión de Teodoro en cada instante de su reclusión siguió siendo la misma: evadirse.

La primera tentativa, cuya audacia revela muy bien cuáles eran las condiciones de la cárcel, fracasó por una filtración. El rescate debía intentarlo una célula guerrillera durante el traslado de Teodoro de un lugar a otro de la isla, acompañado por un solo guardián; pero éste lo llevó, con la pistola apoyada en la nuca y con la advertencia de que le volaría el cráneo de un balazo si alguien intentaba interceptar el vehículo. Teodoro comprendió entonces, como lo había comprendido la primera vez, que su única esperanza era hacerse cambiar de prisión. Le costó tiempo y trabajo, pero lo consiguió.

Tuvo la suerte de que lo trasladaron otra vez al cuartel San Carlos, donde estaban recluidos no menos de 50 compañeros suyos. Cuando llegó, ya el plan de fuga estaba adelantado. Un túnel que el partido comunista había empezado a construir desde hacía casi 20 meses llegaba por esos días a su término feliz.

A lo largo de muchos años, incluidos los interminables y feroces de la dictadura de Juan Vicente Gómez, los políticos presos habían iniciado la construcción de túneles desde las celdas hacia la calle, y todos habían sido descubiertos cuando ya era imposible ocultar la tierra de las excavaciones. El más reciente lo había intentado el general Castro León —un conspirador nostálgico de los tiempos de Pérez Jiménez— y por un error de cálculo no desembocó en la calle, sino en las, cocinas del cuartel.

El nuevo túnel había resuelto el problema de la tierra, excavando desde una casa al lado del cuartel, con una calle de por medio. Todo estaba tan bien planeado que en cierta, ocasión empezó a ceder el pavimento con el peso de los vehículos y los inquilinos de la casa consiguieron que las autoridades del cuartel prohibieran el tránsito por aquella calle.

Tres dirigentes se fugaron en febrero de 1967 y en el día más propicio del año: la noche de carnaval. En una fecha así la vigilancia era menos intensa y la búsqueda casi imposible en una ciudad sumergida en el frenesí de la parranda. Era imposible identificar a nadie porque medio mundo andaba disfrazado. Teodoro fue uno de los tres. Pero mientras la mayoría de sus compañeros parecían empeñados en proseguir una guerra que era un error militar evidente, él salió de la cárcel convencido de que era además un error político en el cual no parecía sensato persistir.

Estos dos episodios de la vida de Teodoro Petkoff me llamaron la atención de un modo muy especial desde que alguien me los contó hace ya muchos años, porque dan una clave reveladora de su personalidad. Es un político audaz, de una energía que se le siente hasta en un apretón de manos, pero todos sus actos están comandados por el sentido común.

Cuando abandonó la lucha armada, esto requería mucha más valentía que continuar en ella. Teodoro, con lo mejor de su partido de entonces, asumió el riesgo con un proyecto en el cual no se sabe si admirar más la visión o la paciencia: 10 años para formar un movimiento nuevo y otros 10 para imponerlo. Los 10 primeros han transcurrido y el movimiento está implantado.

Pase lo que pase en las elecciones venezolanas de diciembre, el partido de Petkoff quedará establecido como una tercera fuerza con posibilidades inminentes de convertirse en la segunda y entrar en la recta final hacia el poder.

Yo mismo, que lo conozco desde hace tantos años y que he seguido de tan cerca su trayectoria espectacular, me sorprendo de que haya llegado a este punto en un tiempo tan breve. Pero me sorprende más que lo haya conseguido sin dejar de ser el hombre humano que ha sido siempre, capaz al mismo tiempo de fugase de la cárcel como un héroe de cine, de bailar como un muchacho la música de moda hasta el amanecer, o de pasar una noche entera —y a veces sin tomarse un trago— hablando de literatura. “Soy un apasionado lector de novelas”, ha dicho en una entrevista. “Son mundos en los que me sumerjo con facilidad”. Y no se trata de un lector cualquiera, sino de uno que ha hecho la proeza de leer dos veces La montaña mágica, de Thomas Mann, lo cual es casi un dato decisivo de la personalidad. “La primera vez la leí por compromiso”, ha dicho, “pero la segunda vez la agarré así, hojeándola, y de pronto me encontré leyéndola con un inmenso placer”.

No es raro para quienes lo conocíamos bien: su poesía favorita son los Veinte poemas de amor... de Pablo Neruda. Se sabe que tiene cuentos clandestinos y que rompió los originales de una novela que había escrito en la cárcel.

He señalado este afecto a la literatura por el puro gusto de señalar una afinidad. Pero la verdad es que a Teodoro le interesa todo con la misma pasión —desde la filosofía escolástica hasta el beisbol—, y a esto se debe quizá el que se le note tan poco el paso de los años. Ahora anda por el medio siglo, pero muchas veces, oyéndolo hablar, uno piensa que cambia de edad —desde la adolescencia hasta la madurez— según el tema y la ocasión.

Sólo hay dos cosas que le causan miedo, que son las matemáticas y la tribuna de los discursos, pero en ambos casos lo domina muy bien. En cambio no le tiene miedo al tiempo, y eso es tal vez lo que mejor define su vida: le alcanzará para todo.

Texto tomado del libro Obra periodística 5 Notas de Prensa 1961-1984 Editorial Diana.