El hombre y el dogma

El hombre y el dogma
Por:
  • armando_chaguaceda

Acabo de leer Karl Marx. Ilusión y grandeza. En la monumental obra, el profesor de historia de las ideas Gareth Stedman Jones —erudito de rica trayectoria intelectual y mirada progresista— nos lleva a un abarcador recorrido por la vida e ideas del pensador germano. Sus influencias tempranas —familiares y filosóficas— en el seno de la pequeña burguesía provinciana, el impacto del exilio —en su doble condición de desamparo material e inseguridad legal— y la labor organizativa y de agitación dentro de las izquierdas radicales europeas. Todo el universo marxiano aparece, con lujo de detalles y en magnífica prosa, en este libro.

Marx fue, hasta el final de sus días, un pensador dialéctico. El llamado marxismo —y la concepción materialista de la historia— es ajeno a aquél; constituyen una creación de su leal colaborador Federico Engels, abonada ex post por otros herederos y divulgadores. El sabio alemán no fue el brujo sordo de una secta ignorante: aprendió de los fracasos de sus lecturas previas, se reinventó con los acontecimientos que le rodeaban. En obras como el Manifiesto comunista aportó una imagen vívida —donde se combinan la admiración del científico y el repudio del activista— sobre el funcionamiento e impacto del capitalismo, a escala global. Historizó el modo capitalista de producción, cuyo devenir —espoleado por la lucha de clases— avizoró conduciría al fin de la enajenación humana. En sus crónicas de prensa, abordó diversos tópicos de la actualidad social, económica y geopolítica en el viejo continente.

Pero en su ruta política, Marx no fue consecuentemente demócrata. No valoró el impacto real de los derechos del hombre —mismos que reducía en su prosa a mera rémora burguesa— para el logro de mejoras materiales y mayores cuotas de libertad para los trabajadores. Proyectando con fuerte carga filosófica las consignas de una emancipación general —basada en su personalísima lectura de la forma clase— desatendió las expresiones concretas —nacionales, sectoriales, individuales— que tomaba el fenómeno proletario. Apostó a un radicalismo que, en varios momentos, condujo a situaciones sin salida —como las de 1848— y trajo menores resultados que el reformismo paulatinamente abrazado por diversos movimientos populares en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX. En sus polémicas con otros representantes del socialismo —de Bakunin a Lasalle— su pasión militante, con dosis de autoritarismo, dejó honda huella en el movimiento obrero internacional.

Ahora que se insiste en que lo personal es político, un repaso arrojaría que también en ese tópico la vida de Marx fue polémica. Junto con su compañera Jenny, dependieron constantemente de préstamos, donativos y herencias para sostener una existencia con sirvientes y pequeños lujos. Un estilo de vida pequeñoburgués, lejano a la cotidianidad de ese proletariado que ambos procuraron comprender y defender. Estilo que no impidió, por malas administraciones y rigores de la lucha, que la ruina rondara en derredor, cobrándose la salud y la vida de diversos miembros de la familia Marx.

La biografía de Stedman Jones nos ofrece un Marx vivo, dinámico, contradictorio, ajeno a los dogmas que secuestran su imagen y apellido. Un pensador de su tiempo, capaz de dejar una huella perdurable en las generaciones por venir. Un activista honestamente implicado en la lucha por la justicia social de las grandes mayorías, aunque no siempre certero en sus métodos. Una vida digna de estudiarse, para evadir los cultos erigidos en su nombre.