Economía: triste final y principio sombrío

Economía: triste final y principio sombrío
Por:
  • arturov-columnista

Muchas son las evaluaciones que se han escrito sobre el desempeño económico en 2019 y, al parecer, la conclusión está bastante consensuada entre los analistas económicos: un año con un balance claramente negativo.

En efecto, aunque el 2019 fue un año muy agitado y con cambios muy importantes y positivos en varios ámbitos de la vida nacional (especialmente en lo político y lo social), en materia económica, los resultados dejaron mucho que desear. Para el presente año, el panorama mejora, pero marginalmente. No es para menos, un crecimiento nulo, promovido por un desplome de la inversión productiva (pública y privada) que apenas pudo ser compensado con moderados repuntes del consumo y las exportaciones; la caída en la calidad del empleo, la falta de entendimiento entre el capital privado y el sector público, el deterioro de la perspectiva en la calificación crediticia, el derrumbe de la construcción, una política de sobrerreacción en materia de austeridad fiscal y la falta de credibilidad en el rescate de la industria petrolera, junto con el cierre a la inversión privada en energía fueron los principales elementos que eclipsaron los buenos resultados en materia de inflación, disciplina fiscal y solidez macroeconómica y una mejor distribución del ingreso que, posiblemente fue promovida por el impulso salarial y apoyos gubernamentales en los segmentos de población menos favorecidos.

Desafortunadamente, del balance negativo del año previo, se desprenden dos elementos perniciosos para el desempeño económico de este año y los siguientes. En primer lugar, persiste el sentimiento de incertidumbre en el sector privado que merma las decisiones de inversión y, por tanto, el enorme letargo en la inversión continuará como un freno importante al crecimiento.

En segundo lugar, a mi juicio, no hay claridad en el modelo económico preponderante respecto a los impulsores del crecimiento basados en aumentos de la productividad y de la competitividad. Se trata de un elemento que deteriora las expectativas de mediano plazo para el crecimiento económico. En este sentido, a pesar de la ya inminente firma del T-MEC y la consiguiente liberación de los flujos de inversión, la reorganización de la planta productiva basada en mayores niveles de competitividad no es clara en el actual proyecto de nación. Recuperar la industria energética es condición necesaria, pero es insuficiente para detonar el crecimiento económico en general, y menos aún, con la sola participación del sector público. Nuestra economía es mucho más grande (el sector petrolero y eléctrico apenas alcanzan a cubrir el 4.5% de la producción nacional) y requiere de una política industrial mucho más ambiciosa.

La incorporación de México al entorno económico mundial requiere una visión moderna e integradora de todos los sectores. Una economía de mercado que avance sobre bases mucho más competitivas en el capital y el trabajo. En este sentido, considero que las perspectivas económicas son todavía muy pobres. Como prueba de ello está, por ejemplo, el consenso de la más reciente encuesta Citibanamex de expectativas que anticipa un avance del PIB de sólo 1.0% para este 2020. De nueva cuenta, nada que presumir con este pronóstico. De realizarse, los rezagos continuarán y, principalmente, los riesgos sobre el equilibrio macroeconómico podrían incrementarse vía principalmente de una mayor presión sobre las finanzas públicas, y con ello, los riesgos de un descalabro económico mayor. Procede corregir los errores e impulsar los aciertos.