Las pintas y los feminicidios manchan

Las pintas y los feminicidios manchan
Por:
  • Carlos Urdiales

La pandemia de feminicidios nos violenta, la secuencia de casos como el de Abril Cecilia, Ingrid o la pequeña Fátima, trastocan la retórica oficial cuando de explicar violencia sin adjetivos e impunidad se trata.

Ayer, el Presidente López Obrador pidió a las feministas protestantes que no hagan pintas en la fachada y puertas de Palacio Nacional. Porque su Gobierno es diferente. Honesto, empeñoso, franco y sin simulaciones.

Si el criticado decálogo en favor de las mujeres que Presidencia difunde refleja la seriedad y profundidad con las cuales desde el poder se mira la pandemia, estamos ante dos problemas mayúsculos.

Uno, el de la violencia en contra de mujeres en la calle, escuelas, universidades, oficinas, transporte, instituciones de procuración de justicia, medios de comunicación o redes sociales y dos, la perspectiva minimalista y moralista del gobierno. De todos los gobiernos.

El presupuesto federal para los albergues a donde mujeres violentadas acudían, se recortó el año pasado. El fin de semana, la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, habló de revisar y fortalecer protocolos que brinden seguridad integral a quienes denuncian agresiones y amenazas. Justo lo que la austera red nacional de refugios busca. Austericidio que pasa factura.

El enojo presidencial cuando Frida Guerrera, en la mañanera del viernes, le pidió no desviarse del tema de los feminicidios, como suele ocurrir con las parábolas del discurso oficial el cual inicia con crímenes y acaba con neoliberalismo —justo como ayer— pone de manifiesto que la violencia sin freno ni castigo estaba fuera del mapa retórico de la 4T. Ingresó por la fuerza. A la mala.

Pandemia que enciende ánimos de chairos y fifís por igual. Tema que desborda el clasismo polarizante que tan buenos dividendos deja. Los feminicidios y las pintas a puertas y piedras manchan la retórica triunfalista.

Escenario que imposibilita la circulación tersa de conceptos como el subrayado por el Presidente López Obrador al inaugurar cuarteles de la Guardia Nacional el fin de semana, “los delincuentes son seres humanos y sus derechos deben ser respetados”. Ni siquiera dentro del contexto, las palabras caen de pie.

¿Y los derechos de las víctimas? Miles, diarias, niñas, jóvenes, adultas o mayores. ¿Quién previene, impide, persigue y castiga la violencia a esos derechos fundamentales? Desafortunado enunciado que sumado al madrugador trabajo cotidiano envuelto con aires de superioridad ética y moral, no contienen la estadística criminal que crece como pandemia.

Y mata y duele. Y transforma la impotencia en una justa ira.

Quizá para explicar, justificar o hasta celebrar el estancamiento económico; a lo mejor, teorías de sabotajes distraen del desabasto de medicinas y las malas licitaciones; hasta para chacotear con la toma activa y pasiva de órganos autónomos del Estado las frases prefabricadas y recicladas sirvan.

Pero en cuanto a atroces muertes de grandes y chicas, no. La pax transformadora enfrenta indignación desbordante. Urge a la tarea de gobernar, contener y dar cauce. Por el bien de todas y todos.