Antonio Michel Guardiola

La ola izquierdista en América Latina

ARISTAS

Antonio Michel Guardiola*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Antonio Michel Guardiola
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Gustavo Petro, del partido Pacto Histórico, se convirtió en el nuevo presidente electo de Colombia, sumándose a la segunda ola izquierdista que se extiende por América Latina. La primera comenzó hace más de dos décadas -- seguida por un breve viraje a la derecha--; en este segundo movimiento, que comenzó en México hace cuatro años, prácticamente la mitad del continente está gobernado por la izquierda. Lo que ha catapultado esta transformación política regional no es efecto de una ideología que prevalece sobre las otras, sino consecuencia de la incapacidad de gobiernos anteriores de resolver la corrupción, la pobreza, la inseguridad y los principales problemas sociales.

El ascenso de la primera ola tuvo lugar en un marco de estragos económicos posteriores a la Guerra Fría, inestabilidad política, antagonismo hacia la hegemonía estadounidense y un ascenso de partidos políticos abanderados por las luchas sociales y populistas. El triunfo de Hugo Chávez en 1999 fue el pionero de una corriente que alcanzó a 15 países en una década (Brasil, Argentina, República Dominicana, Panamá, Bolivia, Uruguay, Chile, Honduras, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Guatemala, El Salvador y Perú, en orden cronológico). Cabe recordar que México estuvo a punto de formar parte de esa lista en 2006, cuando el margen en favor de Felipe Calderón fue muy delgado.

Esta tendencia frenó por unos años, con cambios repentinos hacia la derecha o centroderecha en países como Argentina y Chile. Sin embargo, ni los gobiernos de izquierda ni los de derecha repararon los daños al tejido social en América Latina. El viento del descontento social cambió el curso de la marea nuevamente en 2018, cuando López Obrador se convierte en el primer presidente mexicano de izquierda, tras el dominio por casi un siglo de partidos de centroderecha y derecha.

Al poco tiempo del triunfo de López Obrador, en Argentina regresa la izquierda, Panamá se suma, Bolivia entra en crisis política que culmina con el triunfo del populista Arce; el peruano Pedro Castillo y Gabriel Boric, el joven izquierdista chileno de 36 años, ganan las elecciones presidenciales en sus países en 2021; este año Xiomara Castro en Honduras y ahora Gustavo Petro en Colombia triunfaron con narrativas socialistas. Todo indica que Brasil transitará de la derecha extrema de Bolsonaro al retorno de Lula Da Silva a finales de 2022. Si bien una parte importante es efecto de la pandemia de Covid-19, los malestares que aquejaban a estos países precedían a la crisis sanitaria.

Esta segunda ola es una erupción del resentimiento social, la crisis económica y la inseguridad imperante en estos países. A diferencia de la primera ola, la ideología pasa a un segundo plano. De hecho, la alternancia entre izquierda y derecha se explica por la ineficiencia de los gobernantes para solucionar las quejas y responder a los llamados de sus electores. La gente ya no distingue entre corrientes filosóficas; depositarán su confianza en quien prometa una mejor calidad de vida.

De acuerdo con la CEPAL, en 2022 el 33% de la población en América Latina se encuentra en pobreza y 15% en pobreza extrema. Una de cada tres personas en nuestra región no cubre sus necesidades básicas ni sus carencias sociales. De acuerdo con la ONU, América Latina es también la región más violenta del mundo, con países como Venezuela, Honduras y El Salvador en situaciones inusitadas de inseguridad. La región concentra el 32% de las muertes causadas por Covid-19 (OMS). En educación, países como México y Colombia están en los últimos lugares de la OCDE. Si los gobiernos anteriores han producido esta situación, ¿quién no se vería tentado a votar por un cambio radical?

En la primera ola era más sencillo identificar patrones entre los ascensos de esos movimientos. Hoy es imposible homologar a los gobiernos de izquierda en América Latina, porque Maduro u Ortega no son parecidos a Cortizo, Fernández, Boric o Petro. Si bien la ideología es diversa, lo que comparten es la base social sobre la que ganaron. En Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, Honduras y otros, hubo protestas y manifestaciones sociales que exigían cambios robustos. El riesgo es que, ante las expectativas que traen estos cambios, es muy fácil que la decepción social produzca otro cambio u orille a los gobernantes a recrudecer sus políticas para aferrarse al poder.

Petro llega a la presidencia colombiana igual que López Obrador, con una larga trayectoria política y tras dos intentos previos fallidos. La razón por la que ganaron no es porque la izquierda no fuera popular hace una década y ahora sí, sino que ambos prometieron combatir la desigualdad económica, eliminar la exclusión social y traer paz. La marea se calmará cuando los gobernantes entiendan que los discursos idílicos y las promesas vacías tienen una fecha de caducidad. La corriente ideológica dura hasta que la ola de injusticia social la revierte o la aplasta.