Armando Chaguaceda

La esperanza cosmopolita

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando Chaguaceda
Por:

Para Habana, por las razones del amor

Vivimos un tiempo en el que la pasión prima sobre la razón, la tribu sobre la humanidad, el miedo sobre la esperanza. Ante ese trasfondo, algunas voces proponen recuperar una reflexión robusta sobre los horizontes deseables de nuestra especie. En estos tiempos de encierro y riesgo vitales, volver sobre esas coordenadas es imperativo.

El cosmopolitismo es una tradición del pensamiento filosófico, axiológico y político, con afinidades y arraigos en disímiles regiones y cosmovisiones. Ser cosmopolita implica asumir que nuestra condición humana, a la postre, importa más que las trincheras del estatus social, el origen territorial, el género y la raza. Que podemos, como comunidad, construir unas normas y ejercer una autonomía capaces de superar las convenciones atávicas del orden jerárquico y los impulsos primarios del repliegue identitario. Y que la política —entendida más como cualidad de lo social que como esfera de la acción institucionalizada— debe promover la dignidad de las personas.

La desigualdad material, la discriminación cultural y la opresión política son elementos presentes en diversas épocas y comunidades humanas. Sus efectos nocivos forman parte del paisaje histórico de la especie. Incluso en la Modernidad, los avances científico-técnicos no han abatido los flagelos del hambre, la enfermedad y el analfabetismo. Diversos bienes humanos básicos siguen desigualmente distribuidos en todo el mundo. Los efectos de tal situación son brutales sobre el empoderamiento de las comunidades y la felicidad de las personas.

Una concepción integral de la dignidad humana supone concebir las acciones destinadas a transformar nuestra vida como derechos exigibles —soportados por mecanismos donde demandarlos y defenderlos—, universales —inherentes a toda la población, amén su condición política o socioeconómica— y, sobre todo, indivisibles. Por ello, debemos impulsar a la vez las libertades políticas —que habilitan a la persona en agente activo de transformación— como los derechos económicos y sociales que otorgan un piso básico a la reproducción de la vida. Ambas, juntas, forjan nuestra moderna condición humana.

Cómo ha expresado la filósofa Coni Delgado, cuando alguien vive sumido en la indignidad, es incapaz de hacer efectiva la reivindicación de sus derechos. Incluso si se trata de ciudadanos “iguales” ante la ley, ese sometimiento impide el desarrollo cabal de la autonomía. En este sentido, la dignidad debe ser salvaguardada por las reglas democráticas y por una ciudadanía plena. La democracia sin dignidad se convierte en un frágil constructo, una fachada que enmascara el despotismo de élites irresponsables. En palabras de la pensadora mexicana, necesitamos recrear una ética desde la que sea posible imaginar un permanecer juntos y un actuar político en la pluralidad.

Además, como señala Martha Nussbaum, cualquier política genuinamente cosmopolita debe reconocer el valor y dignidad intrínsecos de todos los seres vivos. Mientras escribo estas líneas, me acompaña nuestra labradora, el miembro no humano de la familia. Compartir su crecimiento, temores y placeres, me hace más consciente de la sensibilidad inherente a todo ser vivo. Su capacidad para alertarnos del peligro, su lealtad permanente cuando enfermamos, su inquietud ante la tristeza y tensión que nos producen las noticias de la nueva normalidad son pruebas de la sociabilidad entre especies. Pensar, de vez en vez, en el hecho terrible de que le sobreviviremos, me hace atesorar la maravilla de cada instante a su lado.

Contra la autorreferencia del identitarismo estrecho, ante la tentación del individualismo posesivo, frente al añejo legado del despotismo jerárquico, quiero creer que un vivir cosmopolita es aún posible. Que si sobrevivimos a estos tiempos de miedo e incertidumbre, devendremos seres más libres y plenos. Más solidarios con otros humanos, con los animales que acompañan nuestra existencia y con el planeta que nos cobija, nuestra casa común.

1 Martha C. Nussbaum, La tradición cosmopolita. Un noble e imperfecto ideal, Paidós Estado y Sociedad, Barcelona, 2020.