Armando Chaguaceda

Kakotopia

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando Chaguaceda
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Hace un par de semanas, el padre de un antiguo colega estuvo al borde de la muerte, tras años de injusto encarcelamiento por razones políticas. Tuvo que generarse una ola de denuncia por su grave estado de salud, para que lo trasladasen a reclusión domiciliaria. Por esos mismos días, un joven y talentoso periodista fue amenazado con prisión por ejercer su oficio sin permiso oficial. El sábado pasado, decenas de artistas, intelectuales y activistas -jóvenes nacidos en sectores humildes- fueron agredidos y apresados por intentar celebrar un festival en un barrio pobre. Todo eso pasó -pasa- en Cuba.

Ninguno de esos ciudadanos se alzó en armas contra el gobierno. Ninguno reclamó otra cosa que los mismos derechos que exigimos en México. Ninguno recibió un trato acorde a criterios de derechos humanos. Y es lógico: en las facultades de Derecho y los juzgados de Cuba, la noción misma de derechos humanos brilla por su ausencia. No existe una Comisión Nacional ni organizaciones defensoras legalmente inscritas. Apenas cuando es interés del Estado -para contrarrestar denuncias en su contra o participar en instancias internacionales, como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU- la idea de derechos humanos aparece, puntualmente autorizada, en la esfera pública. Haga usted un ejercicio: visite algún foro online organizado por La Habana y diga que defiende los derechos humanos. Recuerde que éstos deben siempre protegerse ante cualquier gobierno. Hágalo y vea la reacción de quienes allí participan.

Para la izquierda latinoamericana -incluso para el segmento que participa del juego político democrático- Cuba sigue siendo un paradigma venerable. De Ortega hablan mal, de Maduro se alejan avergonzados. Pero ante “la Revolución Cubana” practican una devoción religiosa. Académicos que insisten -contra el marxismo y la lógica- que una Revolución puede durar medio siglo, en vez de evaluar la realidad del Estado autoritario. Defensores de Derechos Humanos que callan cuando sus pares isleños sean perseguidos. Onegeneros progres que reciben financiamiento internacional, pero justifican que el apoyo a los activistas cubanos es “mercenarismo del Imperio”. Partidos y movimientos sociales, perfectamente legales en sus naciones, que comparten el Foro de Sao Paolo con el caníbal Partido Comunista de Cuba.

Hay demasiadas cosas en Cuba que ofenden al sentido común ¿Un partido único que se ufana de representar la “vanguardia de la nación”, sin haber aceptado la menor alternancia, crítica y competencia, dentro y fuera de sus filas, durante medio siglo? ¿Un pueblo instruido que elige, una y otra vez, a los mismos dirigentes? ¿Que no emite una sola crítica pública contra las políticas que éstos implementan? La izquierda, preocupada por la justicia sustantiva, debe superar esa ceguera ideológica que lastra -entre dogmas y complicidades- la ruta progresista para superar al neoliberalismo.

Cuba no una utopía liberadora, sino una kakotopia opresiva con una de las tasas de presos per cápita más alta del mundo. Donde se censura Santa y Andrés, filme que pasó nuestra televisión pública el Día Internacional contra la Homofobia. Donde fumar mariguana y abrir un grupo ecologista te pone en la mira del poder. Donde el matrimonio igualitario no es legal. Donde hay déficits de médicos y medicinas, porque se exportan. Donde, existiendo razones para ello, no se permiten radios comunitarias, plantones populares ni huelgas del magisterio. Donde el presidente, en vez de dialogar con los periodistas, responde al jefe del partido único que le puso en el cargo.

Una tiranía incapaz de garantizar la soberanía alimentaria de su pueblo y ofrecer a sus ancianos una jubilación digna. Que depende de los dólares de quienes escaparon de ella. Que en 60 años no ha cambiado de manos y siglas. Que reproduce los peores vicios de las dictaduras que le antecedieron. Que ha envilecido -y esto es acaso lo peor- las palabras y los sueños de la gente más noble de este mundo.