El discurso de Milei (3/5)

PESOS Y CONTRAPESOS

Arturo Damm Arnal*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Arturo Damm Arnal
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Dijo Milei, en el discurso del Foro Económico Mundial, que “como no cabe duda de que el capitalismo de libre mercado es superior en términos productivos, la doxa de izquierda ha atacado al capitalismo por cuestiones de moralidad, por ser, según dicen sus detractores, injusto.

Dicen que el capitalismo es malo porque es individualista y que el colectivismo es bueno porque es altruista, y en consecuencia bregan por la ‘justicia socia’. (…) El problema es que la justicia social no sólo no es justa sino que tampoco aporta al bienestar general. Muy por el contrario, es una idea intrínsecamente injusta, porque es violenta”.

Para entender la crítica de Milei a la justicia social hay que tener en cuenta que la justicia es la virtud por la cual respetamos los derechos de los demás, por lo que pertenece al ámbito de la ética, teniendo dos momentos: la práctica de la justicia, que nos corresponde a los ciudadanos, y la impartición de justicia, que le corresponde al gobierno. La primera consiste en respetar los derechos de los demás, la segunda en castigar a quien los viole y en obligarlo a resarcir, impartición de justicia que es la legítima tarea del gobierno, la que justifica el cobro de impuestos. Si en eso consiste la justicia, no hay adjetivo que le quede.

Si hay un sustantivo que pierde sustancia al adjetivarse es justicia, sobre todo si el adjetivo es social. El problema es que desde Aristóteles se viene adjetivando a la justicia (justicia conmutativa, justicia distributiva), costumbre que sigue vigente (por ejemplo: justicia transicional y la tan socorrida, por los redistribuidores del ingreso, justicia social). Si la justicia es la virtud por la cual respetamos los derechos de los demás, no hay adjetivo que le venga bien.

Por justicia social se entiende la redistribución gubernamental del ingreso, del producto del trabajo, por la que el gobierno le quita a Pedro una parte de lo que, por ser producto de su trabajo, de su ingreso, es de él, para darle a Juan lo que, por no ser producto de su trabajo, de su ingreso, no es de él, convirtiendo a Pedro en expoliado y Juan en mantenido. El problema es que hoy gobernar es sinónimo de redistribución gubernamental del ingreso, por lo que el gobierno, como lo señaló Bastiat en su texto El Estado, es la ficción por medio de la cual todos quieren vivir a costa de todos, lo cual, por ser imposible, da como resultado que unos (los mantenidos), viven a expensas de otros (los expoliados), con el gobierno quitando y dando, creando clientelas presupuestarias.

Si creemos que debemos vivir gracias al trabajo propio, que tenemos el derecho al producto íntegro de nuestros trabajo (lo cual implica buscar la justificación correcta para el cobro de impuestos, un mal necesario), y que la ayuda que nos prestemos unos a otros debe ser voluntaria, entonces, por congruencia, no debemos estar a favor de la redistribución gubernamental del ingreso, de la justicia social, por la que el gobierno le quita a Pedro para darle a Juan, violando el derecho de Pedro al producto íntegro de su trabajo, obligándolo a ayudar a Juan, impidiendo que Juan viva gracias a su trabajo.

La justicia social es injusticia individual, siendo, como dice Milei, una idea intrínsecamente injusta, porque es expoliación legal, redistribución gubernamental del ingreso.

Continuará.