Bernardo Bolaños

Emociones árabes y judías: wajd, firgun

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bernardo Bolaños
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Nuestra empatía y compasión son selectivas. La idea de un niño masacrado no conmueve igual de un lado u otro de un muro fronterizo.

Los países musulmanes se solidarizan con los palestinos y muchos judíos en el mundo con los israelíes. Mientras la mayoría de las poblaciones de antiguas colonias (de México a Indonesia) se identifican emocionalmente con Palestina, personas que se autodefinen como defensores de valores occidentales (no sólo la democracia o los derechos humanos, sino la innovación tecnológica o la libertad sexual) optan en mayor proporción por la solidaridad con Israel, resintiendo las muertes por los bombardeos en Gaza como una desgracia inevitable. No se trata de un fenómeno totalmente irracional, pues somos tribales. David Hume sostenía que nuestras pasiones son los verdaderos motores que nos impulsan a actuar. “La razón es y debe ser esclava de las pasiones” sabemos que escribió. Hume nos ayuda a entender por qué personas de diferentes orígenes étnicos y culturales sienten una profunda solidaridad con un lado u otro. Nuestras emociones, como la solidaridad o la empatía, son fuerzas primordiales que nos llevan a apoyar a un grupo en particular. Ellas eligen la causa y luego la razón guía cómo lograr lo que han seleccionado.

Desde otro ángulo, la filósofa Martha Nussbaum explica que las emociones están moldeadas por nuestra crianza, cultura y experiencias personales. Quien ha vivido toda su vida en un campo de refugiados tendrá emociones distintas al que nació en una familia binacional, entre París y Tel Aviv. Joseph Henrich describe diferencias notables por país en emociones como la paciencia y el sentido comunitario. Aparte, existen emociones propias a cada cultura, como firgun, en hebreo, alegría desinteresada por los logros de alguien más. O wajd, en árabe: éxtasis espiritual del sufismo; intenso sentimiento de amor, anhelo y conexión espiritual. Wajd abarca una mezcla de abrumadoras emociones que incluyen alegría, amor y aspiración de unirse con lo divino.

Así, nuestras emociones nos inclinan hacia ciertas identificaciones y solidaridades, además de que están moldeadas por nuestra cultura y nuestras experiencias. A pesar de ello, nos dice Immanuel Kant, podemos darle un papel protagónico a la razón. Si adoptamos la justicia como una pasión, entonces tendremos que someter el resto de nuestras emociones a un escrutinio. ¿Puedo convertir en una máxima universal la de “matar infieles” o “vengarme a cualquier costo”? No. ¿Realmente el pertenecer a un país históricamente colonizado por los imperios español, francés y estadounidense me imposibilita para condenar el terrorismo de Hamas? No. ¿Ser occidentales o haber sufrido por el islamismo radical supone que no nos deba doler la muerte de cientos de inocentes en un hospital de Gaza? No. En resumen, nuestras pasiones están atadas a nuestro carácter de animales de la tribu. Pero es posible concederle un papel emotivo y protagónico al sentido de justicia y, con él, a la razón. Y, con ella, a la paz.