Bernardo Bolaños

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ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bernardo Bolaños 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La semana pasada abordamos virtudes y limitaciones de la serie documental británica de 2018 Hitler’s circle of evil, disponible en Netflix. Algunos lectores se quejaron de la brevedad de la reseña, por lo que hoy la retomamos.

Siempre lamentaremos que el líder nazi no haya muerto antes de consumar su maldito legado de destrucción y muerte. Pero decíamos que el dilema filosófico de si se justificaría matar al bebé Hitler, para evitar millones de muertes inocentes, obtiene una respuesta desde la historia, antes que en la filosofía. Himmler y Goebbels, entre otros, eran criminales comparables en maldad. Por ejemplo, según el documental, la llamada “noche de los cuchillos largos”, de 1934, en la que se prefiguran las masacres nazis, habría sido consumada mediante engaños al Führer, pues se fabricó evidencia de un supuesto complot de Ernst Röhm, en inventada complicidad con los franceses. Los investigadores entrevistados nos dicen que Hitler se resistía a la ejecución de Röhm y sus colaboradores, pero que fue persuadido. Sus lugartenientes invocaban la homosexualidad de Röhm, además de la supuesta “traición”.

Otro caso. En 1935, según la serie, Hitler quería lanzar en Núremberg una persecución contra los comunistas, pero al final habría sido convencido de autorizar primero las redadas y violencia contra los judíos. El documental repite, en cada introducción a un episodio, que su círculo convirtió a Hitler en el monstruo que conocemos. Hay que tomar esa conclusión cum grano salis, pero lejos de atenuar la responsabilidad del jefe de Estado genocida, sólo la expande hacia otros. Muerto el perro no se acaba la rabia, cuando hay otras bestias rabiosas alrededor. ¿Qué hubiera ocurrido si alguno de los atentados contra Hitler hubiera tenido éxito? Nunca lo sabremos, pero la lucha antifascista y por los derechos humanos no puede descansar en un “hubiera” salvífico.

Luego está el tema del estilo de gobierno. Hitler necesitaba subordinados que siempre le dijeran que sí. Por eso prefería no nombrar a expertos en cada ministerio. Göring no sabía de estrategia militar, ni Speer de fabricación de armas, ni Himmler de policía.

Y está el tema de la venganza irracional. ¿Por qué era tan importante para Hitler ganar la ciudad de Stalingrado, lejos de Moscú y de Alemania? La respuesta que escuchamos de varios historiadores es sorprendente: porque se llamaba como su archienemigo. Cuando las decisiones dependen sólo de un caudillo, las obsesiones personales se vuelven lo importante.

Ya hemos señalado que la serie de Netflix no evoca el econazismo. Otro tema poco abordado es la democracia directa (plebiscitos y referenda) durante el tercer Reich. Una consulta sobre la fusión de los cargos de canciller imperial y presidente se llevó a cabo en Alemania el 19 de agosto de 1934. Así se creó el puesto de Führer. Ese referéndum sí permitió, por última vez, el voto de las minorías judía y polaca (abrumadoramente en contra, obviamente). ¿Hubiera cambiado algo si éstas no hubieran participado de ese peligroso ejercicio, para no legitimarlo? Otra vez el hubiera.