La débil mental de Ariana Harwicz

Ariana Harwicz (Buenos Aires, Argentina, 1977), narradora nominada para el Premio Man Booker Internacional (2018) por la novela Mátame Amor (Die, My Love, 2017). Sus libros han sido adaptados al teatro en varios países y, asimismo, para el cine en Estados Unidos. Coautora del celebrado cuaderno Desertar, una conversación con Mikael Gómez Guthar sobre literatura y traducción. Sus textos aparecen con frecuencia en revistas culturales de Hispanoamérica y Europa y forman parte de importantes antologías internacionales. Con traducciones a más de 20 idiomas, Harwicz está considerada por la crítica especializada como una de las voces más representativas de la literatura hispánica contemporánea.

La débil mental (Dharma Book, 2022), segunda novela de la “trilogía involuntaria” que Harwicz ha conformado con Mátame amor y Precoz. Delirante narración en primera persona desbordada de compases, improntas verbales, mareos y exaltaciones espirituales. Extraña fábula de concomitancias con John Cage y contigüidades con Samuel Beckett y Lautréamont.

“El mundo es una cueva, un corazón de piedra que aplasta, un vértigo plano. El mundo es una luna cortada a latigazos negros, a flechazos y escopetazos. Cuánto hay que cavar para dar con el desprecio, para hacer que mis días ardan. Yo podría haber nacido con ojos blancos como este bosque de pinos lisos y sin embargo, me despiertan las cenizas de un volcán sobre los tréboles del jardín. Y sin embargo, mamá se arranca mechones y los tira al fuego. El día comienza, soy un bebé y mamá está sentada de espalda en su sillón y llora”, inicio de un relato cercano a Rimbaud con índices de liturgias blasfemas en afinidades con la rabia y la paranoia.

Ejercicio lingüístico audaz y sedicioso en un empalme de compases que van de Beckett a Stravinsky, de César Vallejo al free jazz, de Joyce a Nicanor Parra, de Marta Traba a Reinaldo Arenas. Narradora intemperante y excedida nativa de una franja untada de tensiones en los vínculos afectivos entre madre e hija. Figuras nómadas abrigadas en agresivas tonalidades. La hija llora el dolor en el regazo de la madre, pero se sabe desnuda frente a la inmundicia de un mundo que la acorrala.

Texto de bríos, de rabia, como el solo de un jazzista tras los signos de una armonía torcida y frenética. Cadencia interminable desplegada en sinuosas verbalidades provocativas. Prosa atonal, furtiva, arisca, esquiva, extravagante. Hay una atmósfera punk con ligazones de euritmias provocadoras y, asimismo, tiernas.

La técnica del fragmento y reflujos joycianos en una obstinación discursiva adyacente a lo impreciso, a intersecciones desvariadas y a un silencio amplificado que converge en un bramido salvaje. Erotismo marcado por el tedio y la tribulación. “Me invento una vida en las nubes de mi clítoris. Vibro, me agito, me trato con morfina en los dedos y durante ese lapso, todo está bien. Mi mano adentro es mil veces su cara dentro de mí”, expresa la protagonista. Extravagancia de un artefacto literario turbador y sedicioso: lienzo de radical sensualidad. “Un libro lleno de intensidad y poesía, violencia y locura”, ha suscrito el crítico literario Isaac Rosa.