Carlos Urdiales

Llano en llamas o donde el optimismo termina

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Carlos Urdiales 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Dos presuntos delincuentes en Huitzilac, Morelos, roban y según Fuenteovejuna (aproximadamente doscientos pobladores) pretenden sustraer a un menor.  

Pueblo bravo no cree en justicia: la gente de Huitzilac asumió; si aquel par de malandros hacían escala en el calabozo del Palacio Municipal para luego viajar a un Ministerio Público, impunidad y reincidencia serían sus destinos seguros.

Pueblo bueno ya no tolera más eso, avispado, manda al diablo a instituciones y sobre el derecho, elige la justicia hecha en casa en caliente. Los doscientos huitzilaquenses —el Censo 2020 contó 24 mil 500 habitantes— optaron por aplicar un escarmiento mayúsculo, a los presuntos golpearon hasta dejarlos moribundos.

En la frontera entre la vida y el más allá, Fuenteovejuna iluminó su trayecto final rociándoles combustible y los prendió. Calcinados, los dos presuntos culpables pagaron de contado, con su existencia, su ofensa a la civilidad.

La policía contempló el linchamiento. Pablo Ojeda, secretario de gobierno (sic) asumió la responsabilidad al decidir que, elementos del mando coordinado, primero 40, 20 más después, no pudieron —valoración de riesgos— controlar a pueblo decidido. Los dejaron arder.

Por la noche, en Acapulco, Guerrero, en la víspera del cambio de poderes municipales en el estado, varios sujetos sometieron al guardia que custodiaba el acceso al icónico Baby´O, el cual rociaron con gasolina y prendieron fuego.

Infierno terminal para la ilustre caverna inaugurada en 1976 cuando el mundo disco resplandecía lo mismo en la calle 54 de Nueva York con su legendario Studio 54, que en el canal de las estrellas con su Fiebre del 2, Fito Girón y Chela Braniff sacaban lustre al piso de colores.

Destruir el Baby´O de Acapulco a unas cuadras de la base Naval antes de las nueve de la noche en la zona dorada de la Costera Miguel Alemán, es rudo mensaje de alguien —el Presidente López Obrador pidió no atribuir al crimen organizado la quemazón—, para las nuevas gobernantes.

Sin prejuzgar, Lalo Cesarman propietario fundador del antro niega en entrevistas haber sido extorsionado, a pesar del año y medio sin recibir clientes no tiene indicios más que asumir que incinerar su negocio fue un aviso oportuno.

No tiene seguro contra actos vandálicos. Quizá haya un nuevo Baby´O, pero el original, el guardián de desenfrenados secretos del Jet Set —local y foráneo— ya no. Poder hacer lo que hicieron, quien quiera que lo haya hecho, en horas hábiles para la vida nocturna del bello puerto, inquieta, preocupa.

Al finalizar la dantesca jornada de incendios de seres humanos y bienes inmuebles, comenzó a circular en redes sociales un video en el cual miramos a unos 25 hombres armados y encapuchados que tienen enfrente, arrodillados y maniatados, a veinte sujetos a quienes dicen, procederán a asesinar.

Se llaman Los Tlacos y le hablan, en video, a la gente de Iguala, explican que ajusticiarán a La Bandera, célula de Guerreros Unidos, para que aprendan a no invadir territorios ajenos.

Durante más de siete minutos que dura el testimonio, Los Tlacos o “gente de la sierra”, el cabecilla del comando explica a los igualenses que hay nuevo comisario en el pueblo; ellos. Para más inri avisa que la ejecución reivindicará asaltos, extorsiones, feminicidios y secuestros que asolaban la región.

Los Tlacos mandan en la plaza —dicen—, La Bandera ha caído. Horas antes de la difusión en redes sociales, cuatro cuerpos fueron hallados en un vehículo robado frente a la casa del nuevo alcalde de Iguala por la alianza PRI-PRD, David Gama.

Limpia de malos a manos de peores, patria potestad sobre el pueblo impotente a manos de matarifes como gobierno supraconstitucional. Tres estampas entre Morelos y Guerrero en menos de 48 horas que no distraen la tensión de Michoacán-Guanajuato-Jalisco y la bomba casera desarmada a principios de semana.

Erradicar, desterrar la corrupción es aspiración social mayoritaria, equidad y justicia social, deuda colectiva de varias generaciones; austeridad y honestidad como paradigmas de cualquier servidor público presente y futuro, exigencia impostergable; fraternidad y amor por lo nuestro se impone como nueva cultura.

Optimismo que, sin embargo, huye ante una pradera legal arrasada a fuego. Falta de resultados, de respeto a la Ley, a las instituciones, carencia de seguridad pública y de paz social. Nada más, pero nada menos.