Eduardo Nateras

La educación televisada

CONTRAQUERENCIA

Eduardo Nateras
Eduardo Nateras
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En México, la primera medida de confinamiento social adoptada por el Gobierno federal para atender la emergencia sanitaria por el Covid-19 fue implementada por el titular de la Secretaría de Educación Pública al suspender las clases presenciales a nivel preescolar, básico y medio.

Si la actividad educativa presencial fue la primera en interrumpirse, será —por el contrario— la última en reactivarse. Bajo este escenario, en días recientes el Presidente López Obrador anunció un acuerdo con las principales televisoras privadas de nuestro país para que el inicio del ciclo escolar 2020-2021 se desarrolle de forma televisada. Esta medida pone sobre la mesa enormes desafíos y no menos desventajas.

Si bien la pantalla chica en los hogares mexicanos tiene una penetración superior a 90%, de acuerdo con datos de la propia Secretaría de Educación Pública, al no poder establecer un vínculo personal docente-estudiante se perderá cualquier posibilidad de retroalimentación que —cuando de recibir instrucción se trata— resulta de la mayor relevancia. Aunado a ello, no habrá modo de asegurar que el estudiantado asimile el contenido ni que cumple con sus horarios de “clase”.

En realidad, buena parte de la responsabilidad formativa recaerá en las madres y padres de familia, siempre y cuando —claro está— no tengan la necesidad de salir a trabajar y puedan permanecer en casa para supervisar que sus vástagos estén atentos al contenido televisado, lo cual se antoja muy complicado. Adicionalmente, habrá pocas alternativas para las familias con estudiantes en diferentes niveles educativos y que únicamente cuentan con una televisión —ni qué decir de los hogares donde simplemente no hay aparato—.

Por lo que respecta al personal docente, la medida adoptada por las autoridades federales ha sido ampliamente rechazada, por considerar que no se adecua a las condiciones y dinámica de vida de la amplia mayoría de familias mexicanas, además de acusar que no han sido tomados en cuenta para el diseño de los nuevos programas de estudios. Aunado a ello, no queda claro cuál será su condición laboral ni el papel que desempeñarán los miles de maestros y maestras del país que dejarán de estar frente al grupo bajo este nuevo esquema educativo.

Si se consideran las limitaciones y deficiencias que han aquejado al sistema de educación pública de nuestro país por décadas, objetivamente hay pocas alternativas para mantener la impartición de educación a cargo del Estado en estos tiempos aciagos, pues simplemente no hay condiciones para retomar las clases de manera presencial ni mucho menos para trasladar toda instrucción de este tipo a una modalidad virtual.

Estamos, pues, ante un triste y complicadísimo momento para ser estudiante —y docente— en México, en donde uno de los peores estragos que dejará esta pandemia en nuestro país de forma generalizada, será un aumento en el rezago educativo y la deserción escolar, lo cual tendrá sus peores consecuencias entre los sectores menos favorecidos de nuestra sociedad, como suele suceder.