Gabriel Morales Sod

Crisis en Líbano

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Gabriel Morales Sod 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Incluso para un país acostumbrado a crisis económicas, guerras civiles e inestabilidad política, la crisis actual es tal vez el punto más crítico en la corta historia de Líbano.

El primer golpe para el país vino con el arribo de más de un millón de refugiados sirios (en un país de tan sólo 6.8 millones de personas), que puso en severas dificultades a la economía libanesa. Sin embargo, lo que parecía ser el reto más grande del país en décadas resultó ser sólo la punta del iceberg. La crisis económica y de salud a causa del Covid-19 estalló en un momento de profunda inestabilidad política; las frágiles instituciones libanesas no pudieron contrarrestar este inesperado reto. La gota que derramó el vaso fue la explosión en el puerto de la ciudad de Beirut en agosto del año pasado que dejó 200 muertos y terminó de hundir lo poco que quedaba de la economía libanesa. La explosión sólo reveló lo que ya todos sabían, el sistema político libanés está plagado de corrupción y las diferentes facciones religiosas y étnicas del país (cristianos, sunitas y chiitas) son incapaces de llegar a acuerdos para tratar de dar solución a la infinidad de problemas que enfrentan.

Desde la explosión todo fue en picada. El gobierno en turno renunció de inmediato. Sin embargo, después de casi un año, los distintos partidos del parlamento han sido incapaces de construir un gobierno alternativo, dejando al país en manos de un gobierno de transición, sin legitimidad, en el momento en que más desesperadamente se necesita liderazgo. Desde la fatídica guerra civil libanesa (1975-1990), el nuevo acuerdo de gobierno, que pretender crear igualdad entre las partes para evitar conflictos, dividió el poder entre tres facciones: los maronitas (cristianos) tienen designado el puesto del presidente, los chiitas (que ahora Hezbolá representa) el del liderazgo del parlamento y, por último, los sunitas ostentan el puesto de primer ministro. Aunque en efecto el acuerdo ha evitado el estallido de una nueva guerra civil, este arreglo artificial, ha hecho casi imposible poder llegar a consensos, garantizando la parálisis política. En tan sólo un año la libra libanesa ha perdido el 90 por ciento de su valor, incrementando estratosféricamente los precios, mientras los salarios de los libaneses se han visto reducidos a casi nada. El país con trabajos tiene electricidad, las medicinas escasean y las colas en las gasolineras pueden durar hasta cinco horas.

Esta semana, el presidente eligió al empresario multimillonario, Najib Mikati, quien fue primer ministro en dos ocasiones, para formar un nuevo gobierno. Mikati pretende formar un gabinete de tecnócratas, condición necesaria para obtener ayuda de Francia y del Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, aunque Mikati logré el primer objetivo, parece que la corrupción y la parálisis política son ya endémicas del régimen de la posguerra, augurando un difícil futuro al país.