Guillermo Hurtado

En el centenario de la Secretaría de Educación Pública

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Uno de los mayores logros del régimen revolucionario fue la creación, en 1921, de la Secretaría de Educación Pública.

El artículo tercero de la Constitución de 1917 había marcado algunas líneas de la política educativa del nuevo régimen, sin embargo, se había quedado corto. No definía de manera plena la orientación de dicha política ni contemplaba la creación de un instrumento del Estado para ponerla en práctica. Para que la Revolución mexicana tuviera un impacto en la formación de los nuevos ciudadanos era indispensable que realizara cambios.

José Vasconcelos se percató de las deficiencias anteriores. En 1921 se modificó la Constitución por vez primera para crear la Secretaría de Educación Pública que sería la institución que se encargaría de llevar a cabo las transformaciones revolucionarias en el campo educativo. La Secretaría fundada por Vasconcelos tenía tres departamentos: el escolar, el de bibliotecas y el de Bellas artes. Hay que observar que la concepción de la educación detrás de esta estructura no se restringía a la formación dentro de las aulas, sino que entendía a la educación como un proceso integral que incorporaba todas las dimensiones del ser humano.

El flamante secretario del ramo, José Vasconcelos, se propuso una tarea muy ambiciosa: erradicar el analfabetismo. Recordemos que en aquellos años más de la mitad de los mexicanos no sabía leer ni escribir. Dicho de otra manera, los mexicanos se dividían en dos grupos: los que tenían el privilegio de leer y escribir y los que carecían de ese privilegio. Los miembros del segundo grupo eran las clases desposeídas del país, la mayoría de los campesinos, de los habitantes de pueblos indígenas, de las mujeres, en resumen, las grandes masas explotadas y marginadas de México. Vasconcelos se propuso enfrentar al enemigo del analfabetismo de manera inmediata. Fue así que en unas cuantas semanas se organizaron brigadas alfabetizadoras que comenzaron a trabajar por todos los rincones de México. Quien supiera leer debía asumir el compromiso de enseñarle a quien no lo supiera. Se trataba de una especie de cruzada. En el fondo, lo que se buscaba era la redención nacional: que todos los mexicanos se unieran en una tarea que los hermanara, que los igualara. La cruel división entre los mexicanos que supieran leer y escribir y los mexicanos que no supieran debía desaparecer para siempre.

A pesar de los avances que se han logrado en este campo, todavía hay en nuestro país más de cuatro millones de analfabetas. Eso es algo indignante. No podemos tolerarlo.

Hace unos días, en ocasión de la celebración del centenario de la Secretaría de Educación Pública, la Profesora Delfina Gómez, hizo el anuncio de una nueva campaña de alfabetización en la que participará el Instituto Nacional de Educación para los Adultos. El programa pretende movilizar a un millón de jóvenes que formen, como ya se hizo antes, brigadas alfabetizadoras. También se incorporará a profesores jubilados y otros voluntarios que deseen colaborar con esta campaña. Aplaudo esta medida que revive el ideal vasconcelista que está en el origen de la dependencia, un ideal revolucionario que entiende a la educación pública como un instrumento de emancipación individual, de justicia social, de igualación democrática.

Recuerdo que hace varios años hablé con un funcionario que me dijo que no valía la pena hacer esfuerzos para alfabetizar al porcentaje de la población que no sabía leer ni escribir, alrededor del 4.7%. Son muy pocos, me dijo, están muy dispersos, y se usarían demasiados recursos para un resultado tan menor. Ese funcionario, de cuyo nombre no quiero acordarme, estaba condenando a esos mexicanos a permanecer en la exclusión. Ya no se puede seguir defendiendo esa posición tan cruel, tan inhumana. No podemos dejar en el olvido a esos cuatro millones de iletrados.  

La propia Secretaría de Educación Pública reconoce que el analfabetismo no es el único problema de nuestra realidad nacional. El rezago escolar ha generado un número demasiado alto de lo que se conoce como “analfabetas funcionales”. Los retos son gigantescos. Por eso mismo, las acciones deben apoyarse en el grueso de la población. Vasconcelos lo tenía muy claro: para salvar a México es indispensable que todos estén dispuestos a poner de su parte.