Guillermo Hurtado

De Chapultepec al Cutzamala

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La Ciudad de México se ha convertido en un gigante insaciable que devora todo lo que tiene a su alrededor. Hoy en día nos resulta difícil concebir que hasta bien entrado el siglo XX, toda el agua potable que se consumía en la Ciudad de México procedía del propio Valle de México.

Si algo sobraba en el valle, hasta antes de la llegada de los españoles, era agua fresca. Había una cantidad de ríos y riachuelos que bajaban de las montañas para llevar agua dulce a Tenochtitlan y las comunidades asentadas en las orillas de los lagos. Los casi doscientos mil habitantes de Tenochtitlan obtenían su agua potable de un manantial que estaba en Chapultepec. Esa agua se llevaba por medio de un acueducto a la ciudad imperial. Cuando los españoles conquistaron la ciudad y la reconstruyen, siguieron usando el sistema hidráulico de los aztecas durante siglos. Sobre la Avenida Chapultepec todavía se encuentran los restos del acueducto construido durante la época virreinal.  

Con el paso de los años, el agua de Chapultepec resultó insuficiente y las autoridades coloniales construyeron una serie de presas, canales y tuberías para traer el agua del rumbo de Santa Fe y el Desierto de los Leones. De esa manera, según cuenta Orozco y Berra, todavía hasta mediados del siglo XIX, en la ciudad se consumían aguas de dos procedencias que se podían distinguir por su contextura. A la que traían de Santa Fe, la llamaban “agua delgada”, y a la que venía de Chapultepec se le denominaba “agua gorda”.  

Este sistema hidráulico abasteció a la Ciudad de México hasta que los manantiales resultaron insuficientes. En los años cuarenta del siglo XX se realizaron las obras para traer el agua desde fuera del Valle de México. De esa manera, por medio de la construcción de túneles que cruzaban las montañas, se pudo consumir agua proveniente del río Lerma. En los años setenta el líquido que procedía del Lerma ya no alcanzó para la demanda, por lo que se tuvo que traer del río Cutzamala, lo que obligó la construcción de nuevos túneles, presas, depósitos y plantas de bombeo para subir el agua a la altura de la ciudad. Al día de hoy se sigue construyendo infraestructura para llevar una mayor cantidad de líquido a la ciudad sedienta. 

Lo que resulta increíble es que cada año, en la época de lluvias, las calles de la Ciudad de México se inundan porque el sistema de drenaje apenas se da abasto para sacar toda esa agua del Valle de México. El monstruo capitalino trae agua de muy lejos y luego la expulsa para llevarla muy lejos. El modelo es salvaje y a la larga insostenible. Habrá que efectuar cambios muy drásticos para que la vida humana en el Valle de México recobre su sustentabilidad.