Guillermo Hurtado

Esbozo de una teoría musical de la persona

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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La ciencia natural no alcanza para abarcar todas las facetas de lo humano. Se requieren otras categorías, otras herramientas conceptuales para explicar qué es una persona.

La filosofía aristotélica caracterizaba al ser humano como una sustancia compuesta de materia y forma. Esta concepción peca de rigidez. Los seres humanos nos convertimos en una persona y eso es lo que define nuestra identidad. Sin embargo, esa persona no es una entidad fija, es un modo dinámico del ser humano que cada uno es.

Se ha dicho que la ontología literaria puede ayudarnos a entender la naturaleza de la persona. Sobre la base de esta intuición, se ha desarrollado una teoría narrativista de la persona. La identidad de una persona, se arguye, no sólo depende de su cuerpo físico sino de las historias que cuenta acerca de sí misma. Cada persona tiene su trama propia y eso la distingue de las demás.

A mí me parece que, además de la literatura, y quizá mejor que ella, la música nos sirve para comprender, de una manera analógica, la condición de persona.

Aquí trazaré una analogía entre la persona y la melodía. Una persona, lo mismo que una melodía, es algo dinámico, extendido en el tiempo, organizado por secuencias.

Venimos al mundo sin melodía propia. Somos como un instrumento que aún no conoce su sonido ni sus posibilidades. Empezamos a balbucear notas sueltas. El mundo a nuestro alrededor nos parece dominado por fuerzas que marcan un ritmo incesante. Primero probamos con frases cortas, luego con motivos más complejos, hasta que construimos un tema y entonces completamos nuestra propia melodía, la persona en la que nos convertimos.

Cuando llegamos a la juventud nos vemos obligados a defender nuestra persona de las influencias ajenas y las represiones externas; para ello, tenemos que reiterar en el concierto diario el tema de nuestra melodía individual. Un ejemplo de esa reiteración se puede encontrar en el tercer movimiento de la décima sinfonía de Shostakovich en el que se insiste en la repetición de un tema como si se tratara de un acto de sobrevivencia. Sin embargo, si remachamos demasiado la melodía, si la enfatizamos hasta el cansancio, corremos el riesgo de convertirla en parodia. Recordemos lo que sucede en “La Valse” de Ravel.

El sonido emitido por el instrumento es la vida humana, la melodía que se va construyendo es la persona. Hay personas sencillas que sólo tienen un pequeño tema. Pensemos, por ejemplo, en la forma tan simple en la que se plasman los personajes de la obra Pedro y el lobo de Prokofiev. Pero hay otras personas, más complejas, que contienen diversos temas que se intercalan entre sí, que evolucionan con variaciones cada vez más interesantes. El tema A puede ir cambiando con los años e incluso se puede introducir un nuevo tema B que acabe dominando y se abandone para siempre el tema A. Con el paso del tiempo cambia el timbre, cambian los ritmos, cambia el tono de la voz, cambia el sentimiento, sin embargo, todavía podemos reconocer vestigios de la melodía original. La persona es algo que se puede perder y recuperar, que puede crecer o decrecer, evolucionar o involucionar, animar o apagar. La música captura la voluntad, la intensidad y la emotividad de las personas mejor que las narrativas. Ella es algo que se vive, no que se descifra, algo que se experimenta, no que se interpreta. Somos más parecidos a una sinfonía que a una novela.

La música también nos permite entender de otra manera la identidad colectiva. Hay veces en que varias personas se unen para entonar lo mismo. Cantar un himno significa integrarse con otros en una causa común. Pero en la mayoría de las ocasiones, las melodías individuales se combinan de tal manera que lo que se oye, aunque no sea más que un ruido, es diferente a lo que se escucha en otras comunidades: un mercado en Londres no suena igual que uno en Estambul. En el mejor de los casos, surge el contrapunto, es decir, aparece una armonía que resulta de la combinación de varias melodías individuales. Esto sucede en las parejas bien avenidas, en las familias cordiales y en los pueblos armoniosos.